ABC recoge con motivo de su fallecimiento la hermosa columna con la que Martín Ferrand ganó el premio Mariano de Cavia
DICE Mario Vargas Llosa,
como abrumado por la concesión del Premio Nobel, que se trata de «un
reconocimiento a la lengua en la que escribo». Es una elegante manera de
sacudirse el peso de la púrpura y de compartir la gloria con los demás. Son
incontables los majaderos que escriben en español con gran torpeza y, más
todavía, si incluimos en la lista a quienes lo hacen en castellano. Pero no es
del escritor de quien quiero hablar en esta columnilla. Desde que le conocí en
La ciudad y los perros no he dejado de leerle por ver si se producía el milagro
del contagio en el uso magistral de la prosa; pero son muchos, mejor
cualificados que yo, quienes en estas horas glosan su dimensión literaria y
hasta la rara circunstancia de que la Academia Sueca le haya acogido en su
regazo después de haberle cerrado el paso a Jorge Luis Borges, la otra gran
pluma americana sin marxismo en el tintero.
Además
de un inmenso escritor, Vargas Llosa es un ejemplo de ciudadanía y, tal y como
están los tiempos, no debiera desaprovecharse la ocasión para presentárselo
como modelo a la juventud de dos continentes. Cuando la ética es un concepto de
escaso sentido y los valores tradicionales, libertad incluida, son puestos en
cuestión; cuando se clama por los derechos, que es lo que se estila, los
deberes adquieren la dimensión de lo escaso y el gran encanto de este peruano
universal que nos honró al adquirir la nacionalidad española reside en que es
un muestrario vivo de esos deberes y como deben cumplirse.
El nuevo Nobel y ya
veterano Príncipe de Asturias supo, cuando las circunstancias lo exigían,
traspasar su compromiso ideológico a la acción política y, con sacrificio y
riesgo, optó a la presidencia del Perú. No son muchos quienes han lucido esa
capacidad de renuncia y resultan todavía más escasos quienes, en la
cotidianidad y con la máxima sencillez, dan muestras de lo que los clásicos
llamaban buena educación y es el compendio reverencial del respeto a los demás.
Aunque nunca hubiera escrito una línea, a Vargas Llosa hay que subirle al
pedestal de las admiraciones por su exquisita cortesía, algo que no es
anacrónico, ni mucho menos; pero que nos resulta raro por infrecuente, porque
la áspera zafiedad ha ocupado su sitio en los gestos de la convivencia. La
delicada compostura del escritor es la encarnación modélica y actual del
antañón hidalgo. Personajes como él, tan geniales como cabales, justifican y
retribuyen en más del ciento por uno el esfuerzo y la inversión que hizo España
en la mal llamada América colonial. Propongo que su fotografía ilustre el
concepto ciudadano en las futuras enciclopedias.
MANUEL MARTÍN FERRAND
DEP
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