ABC Sábado, 25.04.15
«La ira como forma bancaria de la revolución, un banco de la
ira entendido como depósito de explosivos de tipo moral y proyectos de
venganza»
La ira es asunto de
la cultura alemana, o por ahí. Hermann Tertsch, compañero de páginas y de
generación, publica «Días de ira», un ensayo-thriller periodístico de estos
años de España.
–Acojamos el tiempo
tal como él nos quiere –es la cita de Shakespeare («Cimbelino») con que Stefan
Zweig («tres veces me han arrebatado la casa y la existencia») encabeza sus
memorias de europeo: «El mundo de ayer».
En los «Días de ira»
de Tertsch está la estupefacción sentimental de «El mundo de ayer» de Zweig,
cuyo tema es la hecatombe moral sufrida por su generación («y desde tamaña
altura espiritual»), y la curiosidad intelectual de la «Ira y tiempo» de Peter
Sloterdijk, que indaga en la ira como forma bancaria de la revolución, un banco
de la ira entendido como depósito de explosivos de tipo moral y proyectos de
venganza, susurrada en esta observación de Stalin:
–Elegir a la víctima,
preparar cuidadosamente el golpe decisivo, calmar inexorablemente la sed de
venganza y echarse a dormir a continuación… No hay en el mundo nada más dulce.
De mi juventud
lectora me quedan dos relatos (a contrapelo del «mainstream» socialdemócrata)
que siempre me han fascinado: la conquista de Bernal Díaz del Castillo y la
democracia americana (no hay otra) de Alexander Hamilton, que la inventó como
Colón descubrió América, sin saberlo. Los comunistas («¡proafganos!», se
decían) de mi clase, hoy liberales, todavía te llaman facha, si les hablas de
representación del elector y separación de poderes.
Mi idea de la Santa
Transición es menos golosa que la de Tertsch (quizás porque él la recuerde
desde la Europa del socialismo real), pero su libro, con páginas bellísimas
sobre su relación con su padre, es un viaje a contramano por las grandes
cuestiones de esta época, en cumplimiento del gran consejo vital de Thomas
Bernhard: cuando hay cien que marchan en una dirección, el centésimo tiene que
ir evidentemente en la dirección opuesta.
Sin preguntarse por
qué.
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