Por SERGI DORIA
ABC CULTURAL Sábado,
24.10.15
La actualidad más inmediata late en las páginas de Días de
ira. Una recopilación de crónicas donde Hermann Tertsch toma el pulso a la
política nacional e internacional
Una reflexión
urgente. Así titula Hermann Tertsch (Madrid, 1958) el primero de los escritos
recolectados en Días de ira. El «mundo líquido» que acuñó Zygmunt Bauman
engloba la última década española. En estos momentos, advierte el periodista de
ABC, los valores de la Transición cotizan a la baja: «Truenan los llamamientos
a la destrucción purificadora, a la revancha y la venganza. Surgen con mucha
pujanza fuerzas que se dicen justicieras y redentoras. Unas dicen clamar por
los pobres y maltratados, otras por tribus viejas o naciones inventadas.
Enfrente se encuentran un Estado cuestionado y asediado y una sociedad confusa.
Con un orden legal que se atasca y lealtad y disciplina olvidadas. Y nadie
aporta la firmeza en la defensa de unas leyes y una razón cada vez más
desprestigiadas».
ÓSCAR DEL POZO
Entre las perniciosas
herencias del franquismo, la presunta supremacía moral de un antifranquismo que
tilda de «facha» las opiniones conservadoras o la oposición a los nacionalismos
periféricos. La corrección política confunde disciplina con autoritarismo y
juzga con diferente baremo a los extremismos. En España, la izquierda goza de
superioridad moral frente a una derecha acomplejada y sin discurso ético. El
patriotismo es visto como algo ajeno, y la palabra «España» se esquiva con la
de «país» o «Estado español».
Pensamiento mágico
Esa indolencia de la
pertenencia, señala Tertsch, dificulta el compromiso con la nación: concepto
«discutido y discutible» según la boutade de José Luis Rodríguez Zapatero. La
irresponsabilidad envenena la convivencia: «Desde el ‘derecho a decidir’, o el
derecho de un juez a redactar una constitución para destruir la Constitución
que juró defender, al derecho de Artur Mas a utilizar el Estado abiertamente en
contra del Estado, el de los estudiantes a exigir trabajo en estudios
universitarios que solo garantizan su inutilidad, a la exigencia de facilitar y
promover la violación de las fronteras propias, al ministro de Defensa que dice
que prefiere ‘morir a matar’, son interminables las incoherencias flagrantes
que la corrección política impone a la lógica en España».
ZP consagra lo que
Tertsch califica acertadamente de «pensamiento mágico», mejunje de «socialismo
orgánico del siglo XXI» y anticapitalismo universitario con raíces chavistas de
Podemos. Los partidos emergentes cuestionan el orden constitucional, mientras
que el nacionalismo catalán deviene en independentismo; mirando hacia atrás con
ira, ambos movimientos retan a un Mariano Rajoy educado en el pensamiento débil
por el asesor Pedro Arriola. En nombre del pragmatismo, el presidente se vuelca
en la economía, elude desde el plasma desafíos sociales y nacionalistas, y deja
expedita La Sexta a sus antagonistas, mientras los casos de corrupción
desarbolan el Partido Popular.
Como apunta el ensayista,
«la falta de política siempre es mala, porque si no ponen la política los
cuerdos, la suministran con seguridad los locos… En la desigual pugna entre la
nación y los nacionalistas periféricos, desde hace casi cuatro décadas jugada con permanente ventaja para los últimos, la indolencia, indiferencia e inactividad, la lacerante pasividad del gobierno de Rajoy ante el permanente discurso del desafío, desacato y sedición de las instituciones autonómicas catalanas, ha dejado postrado a su partido».
Hermann Tertsch
(arriba) dedica no pocas
de sus reflexiones a
Putin (bajo estas líneas): «El presidente ruso ha invadido un país vecino
(Ucrania) con exactamente los mismos
pretextos que usó Hitler para anexionarse los Sudetes».
Sombríos episodios
En la Europa que
parecía haber conjurado el totalitarismo soviético tras la caída del Muro, la
Historia amenaza con repetirse sombría. Los populismos antieuropeos se ceban en
una política europea indecisa. En la invasión y desmembración de Ucrania por
los rusos, Tertsch ve una reedición de los pactos de Múnich de 1938, cuando
Chamberlain «regaló» Checoslovaquia a Hitler para evitar la guerra. En el
Múnich de 2015, Merkel y Hollande encarnan la impotencia occidental. «Setenta
años después de la Segunda Guerra Mundial, la flamante Europa unida está inerme
ante una agresión exterior de un gigante antidemocrático como la Rusia de
Vladimir Putin», escribe.
A la resurrección
bélica rusa –el ataque sobre Siria confirma las tesis del cronista–, se añaden
las extrañas alianzas entre la extrema izquierda con el régimen bolivariano, el
antisemitismo y la ascensión y caída de Syriza en Grecia: los Días de ira del
calendario internacional. El autor ilustra con sus vivencias familiares las
anomalías que mantienen el sectarismo de una España hegemonizada culturalmente
por una izquierda sin pecado original.
Dimensión criminal
Para muestra, el
padre del autor, uno de los millones de alemanes y austriacos que confundieron
nazismo y esperanza. No se vio por fortuna en el dilema de ser un asesino. En
la Noche de los Cristales Rotos (1938) calibró desde su despacho diplomático en
Londres la dimensión criminal del nazismo. Detenido por la Gestapo tras el
atentado contra Hitler de 1944 y acusado de pertenecer a la resistencia
católica austriaca, acabó huyendo del campo de concentración cuando se produjo
la derrota hitleriana. Su destino fue Madrid, donde iba a reunirse con su mujer
y ganarse la vida trabajando en la prensa. Volvía a España, aclara Tertsch,
pero «no para recibir refugio de Franco como peligroso criminal de guerra nazi,
como se empeñan en afirmar algunos pelmazos…».
Para el cronista sólo
la memoria con «mirada limpia» inmuniza contra el odio: «Todo español debería,
ochenta años después, considerar tan propios los muertos de Paracuellos como
los de Badajoz, los oficiales del Cuartel de la Montaña como los fusilados en
Montjuïc. Pero deberíamos guardar especial memoria, afecto y luto por aquellos
que murieron víctimas de quienes consideramos más cercanos en aquella guerra,
si es que algunos lo son más que otros». España y Europa, por fin, sin rodeos.
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