martes, 8 de septiembre de 2015

LA HORA DE LOS ALUCINADOS - Reseña de "DÍAS DE IRA"

Por GABRIEL ALBIAC
  LEER - LA REVISTA DECANA DE LIBROS Y CULTURA
 Número 264. Extra de Verano 2015, pág. 89
 www.revistaleer.com
 Reseña. "DÍAS DE IRA" de HERMANN TERTSCH


El corazón de los Días de ira (La Esfera de los Libros) de Hermann Tertsch está en su página 182. Y en la narración de una tragedia familiar que no es la de su padre: que es la tragedia colectiva de Centroeuropa en los años de entreguerras. Y que, por ese aterrador efecto de intemporalidad que define las pocas cosas verdaderamente graves del imaginario humano, estamos viendo reaparecer ahora. Impotentes. Como entonces.
    Eso precisamente hace de esta, que su subtítulo presenta como Una reflexión que clama a las conciencias ante una España en alarma, una reflexión más honda, en ningún modo anecdótica sobre lo oscuro que acecha siempre en las actuaciones de los hombres: el lado tenebroso de la historia, que quisiéramos soñar haber vencido para siempre, pero que siempre está ahí, que es la amenaza frente a la cual se libra sin remedio una vida de hombre que valga la pena, una vida de hombre libre.
    “Mi padre fue un miembro del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). Es muy cierto. Como muchos millones de alemanes y austriacos. Que se convirtieron en nazis y comunistas en aquellos finales de la década de los años veinte y principios de los treinta. No porque fueran malos o crueles. Ni antisemitas, ni antipolacos o antinorteamericanos. Se convirtieron en seguidores de ideologías y promesas que les prometían rápidas soluciones a sus problemas terribles”. Exactamente igual que ahora.
    Días de ira se mueve en un implacable péndulo que oscila narrativamente entre la demencia colectiva que acabó en aquel terrible suicidio colectivo de la Europa del final de los años treinta y ésta que irrumpe ahora, con los mismos discursos, con idénticas retóricas, hasta con la común autodefinición de “populismo”.
    Y es verdad que, si no conociéramos la natural tendencia a lo peor que prima siempre en los comportamientos humanos, debería asombrarnos la pureza con la que el discurso totalitario, medio siglo después de haber lanzado la peor matanza de la historia, pueda volver a ejercerse sin la menor vergüenza, pueda incluso exhibir atributos de modernidad o decirse portador de soluciones éticas. No hay una sola palabra, no hay un solo gesto ni comportamiento en los nuevos populistas que no haya sido puesto a prueba en la Alemania de Hitler y en la Rusia de Stalin, antes de serlo en la Cuba de Castro, la Argentina de Perón, la Venezuela de Chávez. Pero nadie quiere oír eso tan desagradable, eso que habla de millones de asesinados. Y el antisemitismo de un concejal de Carmena en 2015 es presentado por la bonachona alcaldesa como poco más que un bondadoso chiste de incuestionable filántropo.
    Vivimos el peor de los tiempos. Y ni nos damos cuenta. Pero eso sí que no es nuevo. El libro de Tertsch nos ayuda también a entenderlo. A entender que los viejos populismos de entreguerras fueron recibidos por una población hastiada como última esperanza de paraíso en tierra. Y el paraíso en tierra se llama infierno. Entonces, como ahora. Siempre.
    Días de ira está escrito entre las elecciones europeas y las municipales y autonómicas. Cubre, pues, el intervalo de la más súbita ola populista que ha sufrido la España de después de la dictadura. Y prevé, de algún modo, lo que tras municipales y autonómicas vendría: un horizonte cerrado, que da directamente sobre el abismo. Exactamente igual que en la Europa de hace tres cuartos de siglo.
    Los populismos no surgen de la nada, ni son accidentes meteorológicos venidos de vaya usted a saber qué maldición de los dioses. Son la respuesta desesperada a situaciones que generó una política incompetente. Sin los errores en cadena de Weimar, el nazismo no hubiera ido más allá de un pintoresquismo de taberna: patología menor. Sin las arbitrariedades de una política arrogante y corrupta,  Podemos raramente habría logrado salir del cotorreo propio a las cafeterías de las facultades madrileñas. Tertsch hace el esfuerzo de trazar la genealogía material de esa irrupción. Y el paisaje que dibuja nos deja desolados.
    Hubo, ante todo, 2004: un atentado brutal que quebró la continuidad normal de la política española. Y puso en el poder al sujeto más inimaginablemente desquiciado de nuestra historia reciente. Sin la infantilización de todos los discursos y de todas las prácticas que Zapatero erigió en suplencia de cualquier pensamiento adulto, la salida a escena de Iglesias y los suyos no hubiera generado más que carcajada. Pero, después de un Presidente como Zapatero, cualquier cosa parece una minucia.

    Hubo también la completa incapacidad del PP de Rajoy para entender que un ciclo constitucional estaba terminando. Y que era imprescindible legislar para poner en marcha los cimientos de algo nuevo. No se hizo. Y hoy Rajoy despierta en Weimar. Y, con él, todos nosotros. Es la hora de los alucinados.

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