LEER - LA REVISTA DECANA DE LIBROS Y CULTURA
Número 264. Extra de Verano 2015, pág. 89
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Reseña. "DÍAS DE IRA" de HERMANN TERTSCH
El
corazón de los Días de ira (La Esfera de los Libros) de Hermann Tertsch
está en su página 182. Y en la narración de una tragedia familiar que no es la
de su padre: que es la tragedia colectiva de Centroeuropa en los años de
entreguerras. Y que, por ese aterrador efecto de intemporalidad que define las
pocas cosas verdaderamente graves del imaginario humano, estamos viendo
reaparecer ahora. Impotentes. Como entonces.
Eso precisamente hace de esta, que su
subtítulo presenta como Una reflexión que clama a las conciencias ante una
España en alarma, una reflexión más honda, en ningún modo anecdótica sobre
lo oscuro que acecha siempre en las actuaciones de los hombres: el lado
tenebroso de la historia, que quisiéramos soñar haber vencido para siempre,
pero que siempre está ahí, que es la amenaza frente a la cual se libra sin
remedio una vida de hombre que valga la pena, una vida de hombre libre.
“Mi padre fue un miembro del Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). Es muy cierto. Como muchos millones
de alemanes y austriacos. Que se convirtieron en nazis y comunistas en aquellos
finales de la década de los años veinte y principios de los treinta. No porque
fueran malos o crueles. Ni antisemitas, ni antipolacos o antinorteamericanos.
Se convirtieron en seguidores de ideologías y promesas que les prometían
rápidas soluciones a sus problemas terribles”. Exactamente igual que ahora.
Días de ira se mueve en un
implacable péndulo que oscila narrativamente entre la demencia colectiva que
acabó en aquel terrible suicidio colectivo de la Europa del final de los años
treinta y ésta que irrumpe ahora, con los mismos discursos, con idénticas
retóricas, hasta con la común autodefinición de “populismo”.
Y es verdad que, si no conociéramos la
natural tendencia a lo peor que prima siempre en los comportamientos humanos,
debería asombrarnos la pureza con la que el discurso totalitario, medio siglo
después de haber lanzado la peor matanza de la historia, pueda volver a ejercerse
sin la menor vergüenza, pueda incluso exhibir atributos de modernidad o decirse
portador de soluciones éticas. No hay una sola palabra, no hay un solo gesto ni
comportamiento en los nuevos populistas que no haya sido puesto a prueba en la
Alemania de Hitler y en la Rusia de Stalin, antes de serlo en la Cuba de
Castro, la Argentina de Perón, la Venezuela de Chávez. Pero nadie quiere oír
eso tan desagradable, eso que habla de millones de asesinados. Y el
antisemitismo de un concejal de Carmena en 2015 es presentado por la bonachona
alcaldesa como poco más que un bondadoso chiste de incuestionable filántropo.
Vivimos el peor de los tiempos. Y ni nos
damos cuenta. Pero eso sí que no es nuevo. El libro de Tertsch nos ayuda
también a entenderlo. A entender que los viejos populismos de entreguerras
fueron recibidos por una población hastiada como última esperanza de paraíso en
tierra. Y el paraíso en tierra se llama infierno. Entonces, como ahora.
Siempre.
Días de ira está escrito entre las
elecciones europeas y las municipales y autonómicas. Cubre, pues, el intervalo
de la más súbita ola populista que ha sufrido la España de después de la
dictadura. Y prevé, de algún modo, lo que tras municipales y autonómicas
vendría: un horizonte cerrado, que da directamente sobre el abismo. Exactamente
igual que en la Europa de hace tres cuartos de siglo.
Los populismos no surgen de la nada, ni
son accidentes meteorológicos venidos de vaya usted a saber qué maldición de
los dioses. Son la respuesta desesperada a situaciones que generó una política
incompetente. Sin los errores en cadena de Weimar, el nazismo no hubiera ido más
allá de un pintoresquismo de taberna: patología menor. Sin las arbitrariedades
de una política arrogante y corrupta,
Podemos raramente habría logrado salir del cotorreo propio a las
cafeterías de las facultades madrileñas. Tertsch hace el esfuerzo de trazar la
genealogía material de esa irrupción. Y el paisaje que dibuja nos deja
desolados.
Hubo, ante todo, 2004: un atentado brutal
que quebró la continuidad normal de la política española. Y puso en el poder al
sujeto más inimaginablemente desquiciado de nuestra historia reciente. Sin la
infantilización de todos los discursos y de todas las prácticas que Zapatero
erigió en suplencia de cualquier pensamiento adulto, la salida a escena de
Iglesias y los suyos no hubiera generado más que carcajada. Pero, después de un
Presidente como Zapatero, cualquier cosa parece una minucia.
Hubo también la completa incapacidad del
PP de Rajoy para entender que un ciclo constitucional estaba terminando. Y que
era imprescindible legislar para poner en marcha los cimientos de algo nuevo.
No se hizo. Y hoy Rajoy despierta en Weimar. Y, con él, todos nosotros. Es la
hora de los alucinados.
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