Por LUIS MARÍA ANSON
El Mundo, Martes
28.05.13
No es verdad que la clase política española se caracterice
por la corrupción. Las mismas habas se cuecen en los fogones de Italia o de
Francia. Ciertamente los casos de corrupción se han multiplicado en los últimos
años porque el fruto sano se zocatea enseguida si se roza con el que está
cedizo. Los partidos políticos, igual que los sindicatos, se han convertido en
un colosal negocio y los intereses de los ciudadanos y de los trabajadores han
quedado relegados a las conveniencias partidistas o sindicales. Pero eso es
otra cosa.
Lo que caracteriza y
distingue a la clase política española, en fin, no es la corrupción sino la
mediocridad. Las primeras espadas de nuestra nación se han quedado en la
empresa, en el periodismo, en la industria, en las profesiones liberales, en la
abogacía, en la judicatura, en la medicina, en la arquitectura, en las
organizaciones religiosas, en la cátedra y en la Universidad. Inglaterra y
Estados Unidos tienen a gala destinar a la política a miembros relevantes de
las familias con mayor preparación. En España, no. En España, salvo
excepciones, se dedican al servicio público las segundas o terceras filas. Da
grima conversar con la mayoría de los políticos de las cuatro Administraciones,
la central, la autonómica, la provincial y la municipal. La incultura general,
prácticamente sin lagunas, preside la expresión de la inmensa mayoría de
nuestros políticos. Cuando hablan en la radio o la televisión lo hacen con
mayor torpeza que los futbolistas. Da vergüenza ajena escucharles.
Y, claro, a mayor
mediocridad, más agresividad en el ejercido del poder. Hay políticos, sobre
todo en algunas provincias, que se consideran seres superiores e intocables,
que desdeñan a los ciudadanos, que se afanan en poner pegas incesantes para
resolver cualquier asunto. Es un desahogo pueril para demostrar lo importantes
que son, lo mucho que mandan. La mediocridad de la clase política española está
por encima de los sexos y concierne lo mismo a los hombres que a las mujeres.
Muchas veces sin estudios, casi siempre sin experiencia en la empresa privada o
en el trabajo profesional, son incontables los españoles y las españolas que
han visto en la política un filón para disfrutar de una vida cómoda con sueldos
seguros, retribuciones enmascaradas, viajes gratis total, banquetes permanentes
y vacaciones acrecentadas por los moscosos, los canosos, los asuntos personales
y demás gaitas. Los cargos políticos se multiplican como los hongos dentro de
las cuatro Administraciones y también fuera de ellas, en las empresas públicas,
las fundaciones, las asesorías, los entes institucionales, las camelancias más
pintorescas.
Como se dispara con
pólvora del rey, el gasto de nuestra mediocre clase política acentúa la
hemorragia del dinero público. Hay ya propuestas para que se exija a los que se
dedican a la política un mínimo de condiciones, lo que se hace para el
ejercicio de cualquier función. No me parece fácil que prospere ese propósito,
porque colisiona con la libertad de la democracia pluralista. Son los
ciudadanos los que con sus votos deben hacer la criba imponiendo listas
abiertas, porque en la actualidad aparte del líder y una docena de políticos se
elige a ciegas. Para figurar en las listas cerradas no se exige en los partidos
preparación y capacidad sino sumisión y lealtad al jefe. Esa es la triste
realidad que nos ha conducido a que nuestra clase política ocupe el último
lugar de Europa por falta de calidad según todas las encuestas solventes.
¡Pobre ciudadano
medio, en fin! Lo que tiene que aguantar, en todos los sentidos, a causa de la
inepcia de la inmensa mayoría de nuestros políticos. Estamos presos en las
redes asfixiantes de la partitocracia acentuada por la mediocridad de los
hombres y las mujeres que se han encaramado a la política como una forma de
vida, al margen de la atención al interés general de la ciudadanía.
Luis María Anson es
miembro de la Real Academia Española.
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