ABC 04.05.10
NUNCA en las grandes civilizaciones se ha dictado que la
pobreza fuera la peor de las miserias. La pobreza, la que acosa a tantos
españoles decentes hoy por obra y gracia de otros españoles que acumulan pisos
y casas en la costa, en el interior y el exterior, no es una vergüenza ni una
miseria. Es un drama. Una tragedia griega, que diríamos ahora. Grecia ha sido
siempre, desde que el Imperio Otomano dejó aquellos lares, una gran mentira. Lo
lamento decir exclusivamente por la Reina Doña Sofía, una gran alemana y
patriota griega. Y por todos esos valientes griegos que han luchado durante dos
siglos contra diferentes enemigos con una gallardía y valentía que evoca a la
de los españoles del Dos de Mayo. Mi profundo respeto a los griegos está, creo
pensar, fuera de duda. Sus muestras de coraje durante la Segunda Guerra Mundial
son emocionantes y conmovedoras. Pero la mentira nacional que ha perseguido a
los griegos desde su independencia es también indudable. Es el problema de los
países de cultura fundamentalmente sentimental. Los intentos de crear una
continuidad entre la Grecia helénica y la fundamentalmente eslava helenizada,
balcánica, tras la ocupación otomana, crearon esa gran mentira historicista que
ha tenido a ese pueblo siempre preso de lo que sabe que no es pero pretende.
El
sentimentalismo es probablemente una de las grandes tragedias de toda sociedad
aquejada por él -probablemente también de los individuos- porque hace persistir
por una especie de código de honor imaginado que las ancla en los errores más
profundos. Grecia los tiene desde que se convirtió tras la ocupación turca en
un país imaginado por sus propios habitantes y manipulada por sus gobernantes.
Nada los diferencia de los nacionalismos tristes y combativos que tenemos aquí
en la península y ponen todos los días en cuestión la existencia de esta gran
nación que ha sido España. Turquía, que perdió más del sesenta por ciento de su
territorio entre 1820 y 1918 no tiene esos problemas. Por supuesto tiene otros.
Pero nunca tendrá problemas existenciales porque sabe sufrir. Y porque su
vitalidad le impide radicalmente la melancolía. Por eso, los turcos, mucho más
maltratados en este último siglo que los griegos, perseveran, trabajan y se
entusiasman. Todos los días salen de casa pensando en lo que deben hacer para
mayor felicidad de sus seres queridos y no a llorar por lo que consideran es un
maltrato del Estado o el destino.
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