Por IGNACIO CAMACHO
ABC Lunes, 31.07.17
La diferencia entre inexactitud y falsedad es clave en la
protección jurídica de la libertad de expresión
LO único que parece, digo parece, claro del veredicto que ha
condenado al querido Hermann Tertsch es que el abuelo de Pablo Iglesias
participó durante la Guerra Civil en una saca. No fue sentenciado por ello sino
por rebelión militar (contra Franco, se entiende), pero sorprende que la
diferencia entre imprecisión y falsedad, tan relevante en la protección
jurídica de la libertad de expresión, le haya pasado por alto a la jueza
zamorana. La sorpresa y la confusión se extienden a la propia jurisdicción
–Zamora y no Madrid, donde se publica este diario–, a la celebración del juicio
a puerta cerrada –cuando una simple testifical del presidente del Gobierno se
ha televisado a toda España–y a la extraña orden de borrar el artículo de la
hemeroteca digital, una decisión de índole orwelliana. Naturalmente cabe
recurso y lo habrá hasta la última instancia pero no deja de resultar
inquietante que la historia esencial, que la magistrada considera lesiva para
el honor de la familia demandante, no quede satisfactoriamente refutada.
El pleito demuestra que eso de la memoria histórica puede
tener para todos un lado ingrato. Nadie es responsable, faltaría más, de lo que
hicieran sus padres, abuelos o antepasados. Pero la Historia es como es, no
como nos gustaría que hubiese sido, y si la saca criminal existió y Manuel
Iglesias tuvo alguna parte en ella, el relato de Herman es sustancialmente
veraz aunque sea parcialmente inexacto. Este matiz es clave en la doctrina
constitucional que interpreta el Artículo 19, por más que la Carta Magna
vigente no le guste a don Pablo. Y debería conocerla cualquier juez obligado a
pronunciarse sobre esta clase de casos.
Por fortuna los linchamientos contemporáneos se producen
–por ahora– en Twitter y a eso el colega Tertsch por desgracia está
acostumbrado. Lo que sería deseable es que la justicia hilase con aguja fina
para contribuir a que en tiempos de debate tan turbulento el periodismo crítico
sea un oficio algo menos vapuleado.
CODA. Lamento decepcionar a David Gistau, cuya amistosa
generosidad había delegado en un servidor las opiniones sobre la cuestión catalana.
Después de doce años ininterrumpidos detrás del mostrador creo que los lectores
que todavía me quedan, como diría De Prada, se merecen que durante quince días
deje de darles la tabarra. Esto del descanso estival se ha convertido en una
especie de ordinariez desde que Cristina Cifuentes, con su lucecita perenne, lo
haya declarado propio de gente holgazana. Pero si hasta Rajoy se lo toma, con
la zapatiesta que los soberanistas tienen montada, un humilde escribidor de
periódicos bien puede dejar la secesión en manos de los opinadores de guardia.
Por lo demás, y dado que si algo no escasea entre los columnistas de ABC es el
talento, no es poco el riesgo de que nadie eche al firmante de menos. Pero
también es conveniente darle vacaciones al ego.
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