ABC 06.11.07
El secretario de la «Organización Z», Pepiño Blanco, tuvo
ayer un incomodísimo lapsus al intentar vender como éxito de los socialistas el
viaje real a Ceuta y Melilla. Lo denominó «la primera visita de los Reyes de
España a Marruecos». Inmediatamente percibió que algo se le había torcido en
esa frase y rectificó: «Es notorio que los Reyes de España han viajado a
Marruecos en numerosas ocasiones». Blanco supo que se había equivocado pero no
localizó a tiempo la neurona que le dijera en qué. «Freud hätte Freude».
Sigmund Freud (Sigmundo Alegría en alemán) se habría «alegrado» con dos lapsus
seguidos tan bonitos y coherentes. Habría invitado al señor Blanco a echarse en
su diván en el piso-consulta de la Berggasse 19, en el noveno distrito de
Viena, y le habría preguntado si su intención real no era afirmar como su
compañero en la «Organización Z», el diplomático Máximo Cajal, que Ceuta y
Melilla son y deben ser Marruecos. Y que considera toda esta fiesta nacional en
torno a la visita real en Ceuta y Melilla una buena idea en la medida en que
sirva para rojigualdear un poco a su caudillo ante las elecciones de marzo
porque ahora toca eso.
Para
la operación contaban con la buena fe de los Reyes y su profundo deseo de
visitar aquellas ciudades españolas, con el entusiasmo de sus poblaciones y con
la seguridad de que la visita sería tan bienvenida que habría que pasar por
alto los móviles torticeros del Gobierno. Eso sí, siempre que los acuerdos con
la satrapía marroquí para montar una minicrisis efectista no se salgan de
madre. Porque hasta Blanco sabe bien que los jueguitos con fuego de «Z» tienen
una marcada tendencia a escapar al control de su audaz instigador. Y nadie sabe
si Rabat cumplirá con la expectativa de volver a la normalidad tras estos
gestos aun para la galería. Puede que sí. O que no. En todo caso, es evidente
que la principal pieza que Marruecos quería del Gobierno débil de España, su
cambio radical en la política del Sáhara a cambio de nada, ha sido cobrada. Y
no hay que ser Metternich para saber que Marruecos no podía imaginar un
Gobierno más favorable a sus intereses en Madrid que ese enjambre descoordinado
de ineptos ideologizados que ya se han granjeado la enemistad de los otros dos
protagonistas en la región, Argelia y Estados Unidos, y el desprecio mayúsculo
del tercero, Francia. Nuestros intereses ya solo los defienden otros cuando les
conviene por una razón u otra como ha sido el caso ahora con el rescate de
nuestras ciudadanas en Chad por parte del presidente francés. En Latinoamérica
y Africa, en Asia como en la UE, nadie tiene respeto al que demuestra no
tenérselo a sí mismo ni al país que gobierna. Rabat y muchos otros mimarán al
Gobierno de España más extorsionable jamás habido.
Mientras
los desastres, el ridículo y las amenazas a nuestra seguridad se multiplican,
este puente de noviembre ha sido todo un alarde de catadura con «Z» y sus
ministros interrumpiendo el ocio para insultar a la oposición. Moratinos se ha
hecho ya miembro de pleno derecho del tropel de campeones de la villanía. Su acusación
al PP de promover conflictos internos en España con inmigrantes es una vileza
que le era impropia.
En la
política exterior, ganarse el respeto y la confianza es una ingente labor que
exige lustros de constancia en el esfuerzo y la probidad, mucho más para un
país como España surgido de una dictadura. Se logró en una encomiable labor que
comenzó en los albores de la transición y tuvo continuidad con cuatro
presidentes de Gobierno. Pero se pierde en media legislatura y así ha sido. La
inanidad de «Z» es ya la indefensión de España. Como en la seguridad, la lucha
antiterrorista, la educación, la igualdad entre españoles y la libertad de
todos, en nuestras relaciones internacionales, el «caudillo Z» y su
organización de cuadros soberbios e ineptos impenitentes dejan, incluso si su
desaparición es inmediata, unas montañas de loza rota que ya parecen el Gurugú,
pero podrían ser pronto el Rif.
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