miércoles, 12 de febrero de 2014

PUGNA DE PRINCIPIOS EN BERLÍN

Por HERMANN TERTSCH
ABC 22.11.07


Los enemigos de la gran coalición en Alemania se multiplican por días. No se romperá de momento porque quienes pueden acabar con ella, saben que quien lo haga pagaría caro en las urnas. Pero ya está claro que el proceso de reformas que ha desatascado a la locomotora alemana en dos años puede darse por concluido hasta después de las próximas elecciones. En el otro frente europeo en el que el Gobierno lucha por liberar a un gigante varado de las mil ataduras liliputienses de los intereses particulares, Francia, todo indica que el presidente Nicolas Sarkozy -ahora no como llanero solitario sino con protagonismo de sus ministros- está ganando la primera gran batalla al chantajismo de las organizaciones sindicales de los sectores laborales más privilegiados. En Alemania, donde la socialdemocracia del SPD no puede llevar desde la coalición su radicalización retórica a la movilización contra su propio Gobierno, ha cristalizado en estos últimos días una operación muy curiosa con la que algunos creen poder hacer el máximo daño a la cancillera cristianodemócrata Angela Merkel sin quemarse ellos en la nave, que aun es común, pero cada día menos. Han abierto un frente contra la política exterior de la cancillera, precisamente ahora que el ministro de asuntos exteriores, Frank-Walter Steinmeier, se ha convertido en vicecanciller debido a la dimisión del ya ex ministro de Trabajo, Wolfgang Müntefering.

Curioso cuando menos es que el SPD haya dejado que la iniciativa en esta operación ya haya asumido el excanciller Gerhard Schröder, que muy poco después de dejar el cargo -todos los biempensantes quieren pensar que fue después- se convirtió en un empleado del gigante energético Gasprom. Esta inmensa compañía es hoy, muy por encima del arsenal nuclear u otros instrumentos persuasorios, disuasorios o coactivos, la principal arma del presidente ruso Vladimir Putin en su política exterior.

Así las cosas, se ha generado una situación estrambótica en la que el ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller Steinmeier parece coordinar estrechamente con el excanciller Schröder, representante de los intereses del Kremlin en el mundo, los ataques a la política exterior de su jefa de Gobierno. Detonante de esta campaña ha sido el hecho de que la cancillera alemana, crecida bajo un régimen comunista, tuviera el coraje de recibir oficialmente y en la cancillería federal al líder religioso tibetano Dalai Lama. Esto provocó las iras del régimen de Pekín y la cancelación de diversos encuentros bilaterales. También es lógico que la lucha de Merkel por defender, además de los intereses nacionales, principios morales en la política exterior que parten de la autoestima de quien no relativiza el valor del Estado de Derecho y la democracia, genere resistencias en los cómplices ideológicos de las dictaduras pero también en la gran industria.

Los beneficiarios directos de los ingentes intereses económicos e industriales alemanes en China han reaccionado con gran irritación por el hecho de que Merkel defienda sus principios con no más complejos que la dictadura china defiende los suyos. Y ahí tenemos ahora al SPD defendiendo el buen trato verbal y protocolario, a ser posible obsequiosidad, a los tiranos para mayor beneficio de la gran industria nacional. Lo mismo le pasó a la cancillera cuando fue a Moscú y criticó abiertamente el retorno a la dictadura que prácticamente ha consumado Putin. Lo que por supuesto ha provocado las iras del principal empleado de Gasprom y de Putin en el continente europeo, Gerhard Schröder. O cuando, con George Bush primero y Sarkozy después, acordó una mayor dureza hacia Teherán para que desista de su programa nuclear y su amenaza a Israel. Alemania es, con mucha diferencia, el país de la UE con mayor intercambio comercial con Irán. Merkel ha intentado transmitir en su país y fuera de él la convicción de que si las sanciones contra Irán no hacen cambiar de actitud al régimen islamista, la situación puede desembocar en una catástrofe cuyos daños serán para la industria alemana muy superiores a los recortes exigidos ahora en una política de presión económica.

El ideal para algunas grandes compañías alemanas sería que Merkel imitara la política del Gobierno español hacia Cuba o en Latinoamérica en general, con mucha coba a los carceleros, desprecio a las víctimas de la dictadura y una exquisita equidistancia entre regímenes de libertad y tiranías. No es así. La crisis de la coalición ha abierto el debate sobre los principios en política exterior y los límites morales de la «Realpolitik». Merkel -es de esperar que Sarkozy no titubee en tomar la misma senda- pide respeto y reciprocidad. Ha conseguido, con su postura frente a Putin, despejar las sombras generadas por Schröder en las relaciones con Europa Oriental y ha colaborado significativamente a espantar fantasmas como el Gobierno Kazcynski de Polonia. Que Schröder discrepe va en su sueldo de Gasprom. Que discrepe la izquierda alemana es más triste.

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