Por HERMANN TERTSCH
ABC 22.11.07
Los enemigos de la gran coalición en Alemania se multiplican
por días. No se romperá de momento porque quienes pueden acabar con ella, saben
que quien lo haga pagaría caro en las urnas. Pero ya está claro que el proceso
de reformas que ha desatascado a la locomotora alemana en dos años puede darse
por concluido hasta después de las próximas elecciones. En el otro frente
europeo en el que el Gobierno lucha por liberar a un gigante varado de las mil
ataduras liliputienses de los intereses particulares, Francia, todo indica que
el presidente Nicolas Sarkozy -ahora no como llanero solitario sino con
protagonismo de sus ministros- está ganando la primera gran batalla al
chantajismo de las organizaciones sindicales de los sectores laborales más
privilegiados. En Alemania, donde la socialdemocracia del SPD no puede llevar
desde la coalición su radicalización retórica a la movilización contra su
propio Gobierno, ha cristalizado en estos últimos días una operación muy
curiosa con la que algunos creen poder hacer el máximo daño a la cancillera
cristianodemócrata Angela Merkel sin quemarse ellos en la nave, que aun es
común, pero cada día menos. Han abierto un frente contra la política exterior
de la cancillera, precisamente ahora que el ministro de asuntos exteriores, Frank-Walter
Steinmeier, se ha convertido en vicecanciller debido a la dimisión del ya ex
ministro de Trabajo, Wolfgang Müntefering.
Curioso
cuando menos es que el SPD haya dejado que la iniciativa en esta operación ya
haya asumido el excanciller Gerhard Schröder, que muy poco después de dejar el
cargo -todos los biempensantes quieren pensar que fue después- se convirtió en
un empleado del gigante energético Gasprom. Esta inmensa compañía es hoy, muy
por encima del arsenal nuclear u otros instrumentos persuasorios, disuasorios o
coactivos, la principal arma del presidente ruso Vladimir Putin en su política
exterior.
Así
las cosas, se ha generado una situación estrambótica en la que el ministro de
Asuntos Exteriores y vicecanciller Steinmeier parece coordinar estrechamente
con el excanciller Schröder, representante de los intereses del Kremlin en el
mundo, los ataques a la política exterior de su jefa de Gobierno. Detonante de
esta campaña ha sido el hecho de que la cancillera alemana, crecida bajo un
régimen comunista, tuviera el coraje de recibir oficialmente y en la
cancillería federal al líder religioso tibetano Dalai Lama. Esto provocó las
iras del régimen de Pekín y la cancelación de diversos encuentros bilaterales.
También es lógico que la lucha de Merkel por defender, además de los intereses
nacionales, principios morales en la política exterior que parten de la
autoestima de quien no relativiza el valor del Estado de Derecho y la
democracia, genere resistencias en los cómplices ideológicos de las dictaduras
pero también en la gran industria.
Los
beneficiarios directos de los ingentes intereses económicos e industriales
alemanes en China han reaccionado con gran irritación por el hecho de que
Merkel defienda sus principios con no más complejos que la dictadura china
defiende los suyos. Y ahí tenemos ahora al SPD defendiendo el buen trato verbal
y protocolario, a ser posible obsequiosidad, a los tiranos para mayor beneficio
de la gran industria nacional. Lo mismo le pasó a la cancillera cuando fue a
Moscú y criticó abiertamente el retorno a la dictadura que prácticamente ha
consumado Putin. Lo que por supuesto ha provocado las iras del principal
empleado de Gasprom y de Putin en el continente europeo, Gerhard Schröder. O
cuando, con George Bush primero y Sarkozy después, acordó una mayor dureza
hacia Teherán para que desista de su programa nuclear y su amenaza a Israel.
Alemania es, con mucha diferencia, el país de la UE con mayor intercambio
comercial con Irán. Merkel ha intentado transmitir en su país y fuera de él la
convicción de que si las sanciones contra Irán no hacen cambiar de actitud al
régimen islamista, la situación puede desembocar en una catástrofe cuyos daños
serán para la industria alemana muy superiores a los recortes exigidos ahora en
una política de presión económica.
El
ideal para algunas grandes compañías alemanas sería que Merkel imitara la
política del Gobierno español hacia Cuba o en Latinoamérica en general, con
mucha coba a los carceleros, desprecio a las víctimas de la dictadura y una exquisita
equidistancia entre regímenes de libertad y tiranías. No es así. La crisis de
la coalición ha abierto el debate sobre los principios en política exterior y
los límites morales de la «Realpolitik». Merkel -es de esperar que Sarkozy no
titubee en tomar la misma senda- pide respeto y reciprocidad. Ha conseguido,
con su postura frente a Putin, despejar las sombras generadas por Schröder en
las relaciones con Europa Oriental y ha colaborado significativamente a
espantar fantasmas como el Gobierno Kazcynski de Polonia. Que Schröder discrepe
va en su sueldo de Gasprom. Que discrepe la izquierda alemana es más triste.
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