miércoles, 12 de febrero de 2014

PUTIN Y LAS ALMAS LIBRES DE RUSIA

Por HERMANN TERTSCH
ABC 01.11.07


«Ahora se trata de pagar por el pasado. (...) Pagar en todos los sentidos. Pagar por la demencia de los días de marzo, por la demencia del Octubre, por las autonomías nacionalistas traidoras, por la desmoralización de los trabajadores. Habremos de pagar la factura». Esto lo decía Mijail Bulgakov el 26 de noviembre de 1919 en un periódico local de Grosni, una oscura y siniestra ciudad del norte del Cáucaso que, como todos los que allí han vivido esta última década bajo el actual presidente de Rusia, no habían tocado aún el fondo de su abismo de sufrimiento.

Sólo es inicialmente paradójico el hecho de que Vladímir Putin orquestara el martes un homenaje, el primero por su parte, a las víctimas de Stalin con motivo del 70 aniversario del principio de la gran oleada de terror que lanzó el dictador en 1937. Destruido el partido, desautorizados y neutralizados todos sus órganos de control y decisión, liquidados sus principales rivales, -Kirov tres años antes, Bujarin en la cumbre de los juicios farsa en 1937 y 1938- el salvajismo de la represión estalinista alcanzó sus cumbres y el terror pasó a ser el principal motor de la conducta social de la época. Este terror total en el que la denuncia del prójimo era la mejor -pero siempre trémula- probabilidad de sobrevivir a la denuncia ajena, está tan maravillosa y estremecedoramente descrito en la gran obra de Bulgakov, «El maestro y Margarita» como en esa inmensa novela de Vasili Grossman que ahora ha sido publicada en España por Galaxia Gutemberg y que es el «Guerra y paz» tolstoyano del siglo XX, desenterrado como las cartas de Bulgakov de las mazmorras para manuscritos de los archivos de la Liubianka del KGB, del NKVD, de la OGPU y todas las organizaciones de la cheka.

Del mismo modo que el Holocausto -el proyecto hitleriano alemán finalmente no consumado de la definitiva extinción de la raza judía en el globo terráqueo es único en su abismal y terrible calidad- es única la penetración de la cultura del terror total que en la Unión Soviética tuvo siete décadas para cincelar la sociedad, los hábitos y la conducta de comunidades e individuos. En el reino del terror y la mentira, en la graduación del miedo y su combinación con otros sentimientos, los comunistas han tenido muchísimo más tiempo que los nazis y los fascistas para experimentar. Grossman es un periodista soviético, judío, culto y sensible cuando escribe su gran «Stalingrado» rebautizado en «La causa justa». Ya entonces es un hombre en revuelta contra el miedo, la desidia y la falta de humanidad que con «Vida y destino» alcanza la cumbre de la novela rusa. Tanto él como Bulgakov describen muy bien lo que está haciendo hoy este presidente ruso que no se presenta a la reelección, pero que todos saben seguirá siendo el único poder central y total en Rusia después de las elecciones. La llamada al fervor patriótico fue el arma de Stalin para movilizar, consolar e intentar inmunizar frente al horror a sus masas cuando Hitler rompió en 1941 el pacto de asesinos firmado dos años antes.

El pequeño chequista que fue Putin fue el martes a honrar -rodeado por popes de la iglesia ortodoxa rusa- a las decenas de miles de asesinados en el Butovsky Poligon, una más de las localizaciones de la muerte sistemática que el régimen comunista implantó por todo el inmenso país y que nadie como Alexandr Soljenitsin ha sabido describir. Putin ha sabido imponer el miedo de acuerdo con los tiempos actuales y utilizando sus recursos frente a los enemigos internos y externos. Ha tenido éxito. Quien se opone a su voluntad sabe que por ese simple hecho se pone en riesgo. Y sabe que no puede contar con apoyo del exterior democrático, bajo permanente extorsión por el suministro energético y el veto en el Consejo de Seguridad, ni del interior donde todo el que se ha enfrentado a Putin o muere o acaba en los campos de Kolyma como el magnate Jodorkovsky. El homenaje de Putin a los muertos por Stalin parece por tanto mucho más una cruel advertencia a sus adversarios que un luto por las víctimas de un sistema de terror que el presidente aprendió de joven y es su principal elemento de gobierno. Bulgakov, Grossman y Soljenitsin fueron genios muy distintos. Pero todos eran desesperados luchadores por la libertad de la conciencia del individuo y obcecados enemigos del miedo. Putin nunca será, con popes o sin ellos, miembro de esa maravillosa escuadrilla, tan sola, tan desamparada, de almas libres del espíritu ruso. 

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