martes, 11 de febrero de 2014

HOMENAJE A POLONIA

Por HERMANN TERTSCH
ABC 25.10.07


Mucho se ha criticado en toda Europa y con mucha razón al Gobierno de Varsovia en los últimos dos años, ahora felizmente derrotado en las urnas por una alianza ciudadana liberal, atlantista y europeísta, antinacionalista y moderada, liderada por un muy razonable Donald Tusk.

Feliz es más, si cabe, el hundimiento que han sufrido los peores sarpullidos del postcomunismo, las excrecencias políticas que son los grupos de ultraderecha que han brindado apoyo durante esta por supuesto desgraciada pero felizmente breve legislatura al tándem del rencor, la ineptitud y el disparate. Pero no debe pasarse por alto que, con este pretexto de la constelación maldita que llevó a los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski al poder, mucho se ha insultado a Polonia con muchísima menos razón y toneladas de mala fe y no precisamente por la torpeza, incapacidad, el sectarismo y el revanchismo de los hermanos del «doblete» ya finiquitado.

Polonia formará uno u otro gobierno pero que será normal, europeo, leal, profesional y nada experimental, aventurero ni adanista. En resumen, el «zapaterismo» en su versión derechista, la «nada demagógica», ha sido liquidado en Polonia. Ahora falta recomponer la simetría europea que han de conformar dos países tan parecidos en tamaño, peso político, historia trágica y épica de reconciliación como han sido Polonia y España.

En una soberbia entrevista publicada el pasado domingo en estas páginas de ABC, el amigo y maestro Adam Michnik le venía a decir a Ramiro Villapadierna, ya digno heredero del inolvidable Francisco Eguiagaray en los territorios de Mitteleuropa, que los polacos estaban hartos de hacer el ridículo en Europa porque son un país serio. Y subrayaba los evidentes paralelismos entre la desgracia electoral de Polonia hace dos años con la nuestra habida hace casi cuatro. Michnik sabe mucho de la capacidad de perversión e intimidación de la mentira. Y de sus nefastas consecuencias si no se ataja a tiempo. Pero una vez más como tantos polacos a lo largo de la historia se negaba a la resignación. No hay derecho a resignar. Porque arrastra a los demás a la desesperanza. Michnik ha vuelto a ganar.

Lo dijo Juan Pablo II cuando llegó a Varsovia en su primer viaje como Pontífice a asegurar a sus compatriotas que tenían y tienen el mismo derecho a vivir en libertad que los franceses o alemanes occidentales. Era otoño de 1979. En ese instante comenzó a resquebrajarse toda la arquitectura del terror construida por Stalin a imagen del Palacio de la Cultura de Varsovia. Diez años después, el sórdido régimen comunista polaco había pasado a la historia. Meses después todo el sistema carcelario del Pacto de Varsovia. Lo dijo el expresidente uruguayo Julio Sanguinetti hace unos días en Valladolid, en la entrega de los Premios Cristóbal Gabarrón: No hemos de resignar ante la ofensiva de la mediocridad y el miedo. En Polonia han vuelto a tener la fuerza interior para ello.

Jan Sobieski

Con esta legitimidad histórica de los polacos y sus muchas lecciones de dignidad a Europa, a nadie debería sorprender esta respuesta liberadora. No hay que remontarse a Jan Sobieski en el siglo XVII con su ruptura del asedio turco a la ciudad de Viena en 1683 y su liberación de Europa.

Lo han hecho una y otra vez, como pueblo capaz de reaccionar ante los reveses de la historia y ante la injusticia manifiesta. Lo han vuelto a hacer ahora en condiciones muy difíciles, con tensiones sociales fuertes, miedos rampantes y fácil demagogia. Han votado por la libertad individual, por la reconciliación y por la mesura. Han liquidado un proyecto de gobierno basado en la vileza, la delación, la descalificación ideológica, la manipulación de la historia, el fundamentalismo y el rufianismo político. Dieron el ejemplo supremo, con la única ayuda de la democracia británica en 1939, cuando los comunistas y los nazis en su Pacto entre Hitler y Stalin repartieron Polonia y dejaron para siempre en evidencia la cooperación asesina y equiparación moral aun no asimilada de los dos supremos totalitarismos.

Ahora que los polacos han acabado con la pesadilla del sectarismo revanchista gubernamental, convendría que los españoles, emulados con honor y éxito por los polacos en la transición, sigan a su vez los pasos de Polonia y acaben con el tercero de los gemelos, el caudillo Z.

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