ABC 12.11.07
A un periodista que conozco bien se le ocurrió -corría, creo
recordar, la primavera de 2003- acudir a una manifestación celebrada en Madrid
en contra de la intervención militar que se anunciaba en Irak. Quería calibrar
las emociones e intenciones de la inmensa muchedumbre concentrada en contra del
ultimátum de la alianza occidental a un dictador sospechoso de acumular armas
químicas y conocido por haberlas utilizado contra los kurdos y otros enemigos.
Como fórmula de activar las opiniones optó por colgarse un cartel por pecho y
espalda, como clásico sándwich publicitario u hombre anuncio, que rezaba algo
así como «evitemos la guerra, todos unidos contra Sadam Hussein» y «abajo el
dictador iraquí, no a la guerra». Este periodista no era un ingenuo. En los 70 había
agredido a gran parte de las superficies planas de los edificios de Santuchu,
Ocharcoaga, Begoña y las Siete Calles de Bilbao para llamar a movilizaciones
contra posibles perpetuaciones de la dictadura, antes e inmediatamente después
de la muerte de Franco. Y siempre según las consignas que el Comité Central del
EPK (Partido Comunista de Euskadi) distribuía.
Volvamos
al 2003. El periodista se sumó a la gran manifestación en la que toda la
simbología era conocida. Las enseñas eran banderas republicanas, del Frente
Polisario, palestinas, iraquíes, cubanas, con el rostro del Che Guevara y
pancartas con José María Aznar y George Bush caricaturizados como Hitler y con
lemas de «Aznar fascista». A esa manifestación acudió toda la plana mayor del
PSOE, incluido su nuevo secretario general, un oscuro miembro del aparato
socialista de nuevo cuño al que, como a todos sus más allegados colaboradores,
no se les conocía mayor hazaña que cobrar el sueldo de diputados o funcionarios
desde hacía mucho tiempo y haber montado un buen tinglado en el congreso
socialista del año 2000. Lo hicieron con éxito y suficiente cambalache como
para granjearse los votos de los tiburones socialistas del ladrillo, se decía
que más inspirados por el submundo neoyorquino de los años 30 que por Pablo
Iglesias, y por los socialistas nacionalistas de diversas latitudes.
El
periodista no fue muy comprendido por el núcleo duro de una manifestación por
lo demás repleta de ciudadanos pacíficos movilizados por la buena voluntad. La
militancia dura no albergaba dudas sobre su posición. Con Sadam contra los
fascistas Bush y Aznar. Aun guarda todo un cuaderno de notas sobre las
reacciones de los organizadores y líderes hacia su pancarta tan buenista
(«Sadam, evita la guerra, ríndete»). Pero no se preocupen. Hay precedentes de
tanta buena gente junta con tan buena voluntad haciendo tanto daño.
Desde
entonces a la Cumbre Iberoamericana no ha pasado un día sin que alguien desde
el poder socialista llame fascista a alguien que disiente de su política. Paralelo
al deterioro de las instituciones del Estado, de la seguridad y la cohesión,
simultáneo al envalentonamiento del rufianismo y la omnipresencia de la
catadura de esa secta que entonces comenzaba su andadura hacia el poder -para
la que todo lo que le es inalcanzable es perseguible y fascista-, se ha
hundido, más que perdido, el respeto que nos debemos los españoles por una
historia tan convulsa como ennoblecedora.
El Rey
intentó el otro día hacernos recordar esto. En un movimiento reflejo de
dignidad que, en él como en tantos millones de españoles es normal, pero
imposible de reclamar al caudillo de la secta, pidió el Rey respeto. Con rabia.
Pero muy consciente, cabe pensar, de que la culpa de que no se nos otorgue es
nuestra. Porque Z está y estará siempre más cerca del rufianismo de Chávez,
Morales, Ortega y Castro que del cuadro moral de los españoles que lo
consideramos una tragedia para las perspectivas de futuro de nuestros hijos.
Todos los que nos negamos a descender a los niveles de Z y su organización
somos fascistas para su tropa. No nos han dicho otra cosa a lo largo de la
legislatura. Nos ha hundido en la discordia pero también en el lodo de la
irrelevancia despreciada. Dramático es pensar el tiempo que pasará, en el mejor
de los casos, antes de que tanto daño perpetrado en tan poco tiempo pueda tener
remedio o consuelo.
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