Por HERMANN TERTSCH
ABC 19.11.07
¡Revienten de envidia los coroneles caribeños! ¡Reconcómanse
los caudillos bolivarianos! ¡Sepan lo que es bueno dictadores y reyezuelos
africanos! Sus bardos no valen nada. Ni sus trovadores y poetas. Corneliu Vadim
Tudor, el lacayo supremo de la corte comunista rumana de Nicolae Ceaucescu era
un miserable tímido a la hora de cantar las virtudes y gestas de la mano de la
que siempre comió y que le daba acceso cotidiano a las páginas de los diarios
del régimen. Todos se antojan tibios partidarios de su amo ante el culto que
esta semana nos ha desplegado el régimen del «nunca jamás» (nunca mais) del
peterpanismo español. Estamos despegando, que diría «Campanilla». Porque
nuestro caudillo socialista sí tiene quién le escriba. Y no precisamente
consejos para gobernar -que no necesita-, sino grandes loas como las que habían
quedado desacreditadas en la Europa democrática después del abuso en los años
treinta y cuarenta en Europa. Las razones pueden hallarse en el razonable pudor
de halagados y halagadores -Neruda y Alberti vivieron para avergonzarse-, por
descrédito del almíbar político, la obsequiosidad cursi y obscena y el culto a
la personalidad propio de satrapías y dictaduras, por vergüenza de alabados y
alabadores o por miedo a que la memoria -auténtica- las convirtiera en
contraproducentes.
Como
la nueva España es un mundo aparte que despega, el presidente Z, caudillo del
Gobierno de España y candidato socialista a unas elecciones a cuatro meses
vista, presidió la pasada semana, rodeado de un público entusiasta y pagado en
mil formas, a la presentación de «Zapatero, ese hombre» en la sede central del
«Instituto de Cultura Socialista», antes Cervantes. No debería sorprender
porque el secuestro de las instituciones del Estado para la «vida de partido» y
sus satélites editoriales y culturales tan sólo es una forma más de humillar a
una sociedad democrática europea de las utilizadas por una secta que
previamente ha humillado al partido socialista degradando a sus órganos
directivos y de control hasta convertirlos en una especie de orfeón de lacayos.
Cuando la ejecutiva del PSOE se reunía la pasada semana para sentenciar que
España hoy es un país más cohesionado, próspero, seguro, confiado, feliz,
fuerte y prestigioso que hace cuatro años, lo hacía con la sólida obscenidad en
la negación de la realidad con que el Comité Central del PCUS advertía que no
existían problemas de desabastecimiento en Ucrania en los años treinta o que
sentenciaba que Bujarin era un espía troskista, alemán, japonés, británico y menchevique
a la vez.
Quien
tenga dudas sobre la felicidad de los españoles, que consulte a los oráculos de
la secta, en periódicos y editoriales de costumbre. Y si algo molesta e irrita,
será culpa, dicen, de quienes no son sumisos a las ocurrencias del poder. Y, no
podía ser de otra forma, ninguna institución podía quedar intacta, se vuelcan
responsabilidades sobre el Rey. El desmontaje de las instituciones se
precipita. La gestión socialista ha entrado en barrena con la cristalización de
sus resultados. De ahí su agresividad contra los pilares de la transición y de
la democracia. Si la vocación de liquidar la división de poderes ya no se
disimula, la operación contra la monarquía, alimentada por peculiares
compañeros de cama, tiene su motor en el ejecutivo y sus medios afines. En
estos días y al socaire del «año terrible», ya elevan la apuesta con la infame
sugerencia de que el Rey fue el máximo beneficiario del golpe del 23F (¿quod
prodest?) -y la conclusión de que el crédito conseguido entonces, ¿de forma
artera?- se ha acabado.
Se
produce una curiosa y no menor paradoja. El jefe de la oposición recibe un
aluvión de consejos desde todos los puntos cardinales con la supuesta intención
de que deje de equivocarse. Y el máximo responsable de que la situación a final
de la legislatura sea la que es, la de una acumulación sin precedentes de
desasosiego social e incertidumbres, es actualidad en los medios porque sus
bardos bien pagados le encumbran al Olimpo de la inocencia simple. Quien, desde
la oposición, se ofrece para cambiar la situación se ve bombardeado por las
admoniciones, recriminaciones y amenazas de directores de periódico con
vocación de demiurgos, por asesores áulicos indeseables y deseosos de su
derrota. El líder de la oposición habla de limitar los terribles daños que
cuatro años de la carrera tontiloca de la secta que controla al partido
socialista han producido al tejido social, económico y político de la sociedad
española y al prestigio y la influencia de España en el exterior.
Es
ocioso lamentarse
La
batería de mentiras del Gobierno no sería enemigo si la oposición hubiera
errado menos. En una situación de cierta salubridad democrática, oposición y
partido socialista deberían haber llegado a un pacto de Estado que inhabilitase
al Héroe de Suso del Toro. Esto tan razonable, es impensable con la secta. Ya
es ocioso lamentarse. Sólo cabe convencer al electorado de que populares y
socialistas pueden retornar a una normalidad europea cuando las urnas
inhabiliten al nunca apto.
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