miércoles, 12 de febrero de 2014

Z, BARDOS Y DEMIURGOS

Por HERMANN TERTSCH
ABC 19.11.07


¡Revienten de envidia los coroneles caribeños! ¡Reconcómanse los caudillos bolivarianos! ¡Sepan lo que es bueno dictadores y reyezuelos africanos! Sus bardos no valen nada. Ni sus trovadores y poetas. Corneliu Vadim Tudor, el lacayo supremo de la corte comunista rumana de Nicolae Ceaucescu era un miserable tímido a la hora de cantar las virtudes y gestas de la mano de la que siempre comió y que le daba acceso cotidiano a las páginas de los diarios del régimen. Todos se antojan tibios partidarios de su amo ante el culto que esta semana nos ha desplegado el régimen del «nunca jamás» (nunca mais) del peterpanismo español. Estamos despegando, que diría «Campanilla». Porque nuestro caudillo socialista sí tiene quién le escriba. Y no precisamente consejos para gobernar -que no necesita-, sino grandes loas como las que habían quedado desacreditadas en la Europa democrática después del abuso en los años treinta y cuarenta en Europa. Las razones pueden hallarse en el razonable pudor de halagados y halagadores -Neruda y Alberti vivieron para avergonzarse-, por descrédito del almíbar político, la obsequiosidad cursi y obscena y el culto a la personalidad propio de satrapías y dictaduras, por vergüenza de alabados y alabadores o por miedo a que la memoria -auténtica- las convirtiera en contraproducentes.

Sin sorpresas

Como la nueva España es un mundo aparte que despega, el presidente Z, caudillo del Gobierno de España y candidato socialista a unas elecciones a cuatro meses vista, presidió la pasada semana, rodeado de un público entusiasta y pagado en mil formas, a la presentación de «Zapatero, ese hombre» en la sede central del «Instituto de Cultura Socialista», antes Cervantes. No debería sorprender porque el secuestro de las instituciones del Estado para la «vida de partido» y sus satélites editoriales y culturales tan sólo es una forma más de humillar a una sociedad democrática europea de las utilizadas por una secta que previamente ha humillado al partido socialista degradando a sus órganos directivos y de control hasta convertirlos en una especie de orfeón de lacayos. Cuando la ejecutiva del PSOE se reunía la pasada semana para sentenciar que España hoy es un país más cohesionado, próspero, seguro, confiado, feliz, fuerte y prestigioso que hace cuatro años, lo hacía con la sólida obscenidad en la negación de la realidad con que el Comité Central del PCUS advertía que no existían problemas de desabastecimiento en Ucrania en los años treinta o que sentenciaba que Bujarin era un espía troskista, alemán, japonés, británico y menchevique a la vez.

Quien tenga dudas sobre la felicidad de los españoles, que consulte a los oráculos de la secta, en periódicos y editoriales de costumbre. Y si algo molesta e irrita, será culpa, dicen, de quienes no son sumisos a las ocurrencias del poder. Y, no podía ser de otra forma, ninguna institución podía quedar intacta, se vuelcan responsabilidades sobre el Rey. El desmontaje de las instituciones se precipita. La gestión socialista ha entrado en barrena con la cristalización de sus resultados. De ahí su agresividad contra los pilares de la transición y de la democracia. Si la vocación de liquidar la división de poderes ya no se disimula, la operación contra la monarquía, alimentada por peculiares compañeros de cama, tiene su motor en el ejecutivo y sus medios afines. En estos días y al socaire del «año terrible», ya elevan la apuesta con la infame sugerencia de que el Rey fue el máximo beneficiario del golpe del 23F (¿quod prodest?) -y la conclusión de que el crédito conseguido entonces, ¿de forma artera?- se ha acabado.

Se produce una curiosa y no menor paradoja. El jefe de la oposición recibe un aluvión de consejos desde todos los puntos cardinales con la supuesta intención de que deje de equivocarse. Y el máximo responsable de que la situación a final de la legislatura sea la que es, la de una acumulación sin precedentes de desasosiego social e incertidumbres, es actualidad en los medios porque sus bardos bien pagados le encumbran al Olimpo de la inocencia simple. Quien, desde la oposición, se ofrece para cambiar la situación se ve bombardeado por las admoniciones, recriminaciones y amenazas de directores de periódico con vocación de demiurgos, por asesores áulicos indeseables y deseosos de su derrota. El líder de la oposición habla de limitar los terribles daños que cuatro años de la carrera tontiloca de la secta que controla al partido socialista han producido al tejido social, económico y político de la sociedad española y al prestigio y la influencia de España en el exterior.

Es ocioso lamentarse

La batería de mentiras del Gobierno no sería enemigo si la oposición hubiera errado menos. En una situación de cierta salubridad democrática, oposición y partido socialista deberían haber llegado a un pacto de Estado que inhabilitase al Héroe de Suso del Toro. Esto tan razonable, es impensable con la secta. Ya es ocioso lamentarse. Sólo cabe convencer al electorado de que populares y socialistas pueden retornar a una normalidad europea cuando las urnas inhabiliten al nunca apto.

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