ABC 28.01.08
El presidente del Gobierno de la España discutida y
discutible lleva meses anunciando regalos con dinero ajeno a cambio de votos.
Pero ayer se nos puso muy concreto y nos dio el precio que Moncloa pone a la
papeleta en las urnas: 400 euros. Esta cabal tasación del precio del voto nos
puede infundir cierto orgullo incluso a los antipatriotas que se atreven a
sugerir al Gobierno que podría haber algún problema en la economía española si,
como revela la EPA en el último trimestre se ha destruido empleo como nunca
desde 1994. Era entonces como ahora responsable de la economía española Pedro
Solbes. Por ser casi el único miembro del Gobierno sin vocación para el insulto
y con respeto a mínimas reglas de urbanidad, tiene Solbes cierta fama de serio
y competente que los datos al final de la legislatura para nada confirman. Si
la valoración piadosa pide comprensión para el tecnócrata acosado o ignorado
por un gabinete lleno de aventureros sectarios e irresponsables, la crítica
considera que Solbes ha sido el indolente mascarón de proa de un equipo cuya
insolvencia y pasividad queda ahora de manifiesto. Ninguna humillación o
desautorización le ha llevado, pese a tanto amago, a una dimisión que le habría
dejado en mejor recuerdo.
Pero
el mascarón de proa referido es sin duda de las piezas más nobles -también
ineficaces- del buque corsario que asaltó, hace ahora siete años, a la
maltrecha flota de la socialdemocracia española y la reconvirtió para sus
planes más audaces. Este fin de semana, los corsarios del socialismo «New Age»
del Siglo XXI han celebrado una especie de ceremonia de comunión con el
caudillo para coordinar las baterías de las mentiras que durante la ya
agonizante pero siempre agónica legislatura han perdido potencia de fuego. No
es que les haya ido mal desde aquel congreso y después de cuatro años en
Madrid. Su progreso es manifiesto. Los trajes de Pepiño Blanco son ya de mucho
mejor paño. El presidente del Senado, Javier Rojo cocina con coñac francés,
según cuenta él mismo. Los hijos de Pepe Montilla, el enemigo del derecho de
los catalanes a elegir la educación de sus hijos, mandan a los propios al
Colegio Alemán. El presidente del Parlamento Catalán es su antiguo jardinero.
Son cuatro ejemplos entre miles. A la tropa le cunde que es una barbaridad.
Pero si
a algún envidioso le puede molestar esta prosperidad, es mera anécdota, sí que
algo obscena, comparada con el gran triunfo de la secta que es la equiparación
plena, de derecho cabe decir, de la verdad con la mentira. La ocultación y la
falsedad han sido erigidas en recurso político legítimo y en absoluto
condenable. Perseguible es quien reclama para las palabras su significado. De
momento se hace por medio de la difamación, el insulto o la represalia
administrativa. Más adelante se verá si tienen opción para una escalada en los
medios. Porque el fin ideal del idealista de La Moncloa justifica -lo ha dejado
claro él- la treta y el engaño al enemigo. Éste se identifica y expone por su
obstinación en reclamar probidad semántica, el contenido y significado auténtico
de las palabras -como pidió el intelectual disidente checo Ferdinand Peroutka
en su célebre alocución contra la mentira comunista-. Z por el contrario quiere
que para todos los españoles la palabra signifique lo que él quiera o entienda
en cada momento. O nada. Como en las decenas de congresos de partidos
comunistas del este de Europa a los que asistí en la década de los ochenta, el
discurso político de ayer de la conferencia del Partido Z es perfectamente
impermeable a la realidad. Ni la crisis económica, ni el inmenso daño inferido
al Estado de Derecho por la búsqueda de un acuerdo frentepopulista con los
nacionalismos, incluido el terrorista, contra la oposición, ni el desprecio a
las inquietudes, creencias y tradiciones de media España, nada les preocupa
salvo la liquidación y condena del disenso. La esencia de la democracia son
ellos. La realidad la dictan ellos. La patria es Él, Z. La palabra no es nada.