ABC 27.05.11
VAMOS hoy a olvidar por un momento la farsa en tres actos de
«los Borgia en la Casa del Pueblo» por mucho que ya tengamos la primera víctima
servidita. Resistiendo a la tentación de narrar crónica de las patéticas
piruetas del cadáver aún ambulante que es don José Luis, el eterno adolescente
y ya presidente de la nada. No deja de haber cierta poesía de justicia
histórica en el hecho de que va a dejar su partido hecho unos perfectos zorros.
Hubiera sido intolerable que con la capacidad destructiva demostrada en
convertir España en una escombrera, quienes han sido sus jaleadores y cómplices
en mil tropelías heredaran un partido indemne. Está ya claro que no será así.
Déjenme por tanto olvidar por un rato esa triste astracanada y comentarles un
hecho feliz que me alegró ayer el día. Que es la detención del general Ratko
Mladic en Serbia. Siempre es bueno que detengan a un asesino fugado y más
cuando se trata del mayor criminal de guerra en las listas de busca y captura.
Pero esta detención va más allá. El hecho de que fuera detenido en Serbia, en
una sociedad donde todavía contaba con una vasta red de colaboradores y
admiradores, revela los avances en la calidad democrática de Serbia, que con
todas sus dificultades da un paso importantísimo hacia su normalización y
confirma el compromiso europeísta de sus autoridades, con el presidente Boris
Tadic a la cabeza. Sólo hay que recordar a su antecesor, el presidente Vojislav
Kostunica, que hizo lo imposible por cultivar el recelo hacia el Tribunal de La
Haya y protegió así a todos los fugitivos. Tras la detención de Mladic, quedan
por capturar algunos criminales de aquella guerra. Pero ningún miembro del
triunvirato del crimen formado por Milosevic, Karadzic y Mladic queda ya
impune. Y ese es el principal mensaje que ayudará a la sociedad serbia a cerrar
aquella negra página de su historia.
Ahora
con todos contentos con su detención convendría recordar algunos hechos del
comienzo de la carrera criminal de Mladic. Yo pasé los primeros años de la
guerra en el escenario de sus crímenes. Sus atrocidades nos cambiaron a muchos.
Él fue nuestro enemigo más íntimo. Recuerdo bien la devoción que le tenían las
tropas serbias, desde los reclutas más ingenuos a los paramilitares más
feroces. Presencié muchas de sus hazañas. Conté cadáveres destrozados por
metralla o mutilados a cuchillo en ciudades y aldeas. Y asistí al drama de las
víctimas. Fue en los años previos a la matanza de Srebrenica. Allí Mladic
liquidó más de 7.000 hombres, ancianos y adolescentes musulmanes. Hasta
entonces, la UE había hecho el permanente ridículo en negociaciones con un Mladic
al que elogiaba como interlocutor fiable. También confiaban en Milosevic.
Muchas veces comparé aquello con la vergüenza del Tratado de las democracias
europeas con Hitler en Múnich en 1938. Se cedía continuamente a las
pretensiones del criminal en la esperanza de aplacarlo. Lo único que se
conseguía era aumentar su voracidad y su desprecio a nuestra ceguera y
cobardía. Quienes denunciamos las matanzas de Mladic fuimos acusados de
demonizar a «la nación serbia». No condenábamos a los serbios sino la política
criminal que se hacía en su nombre. Lo cierto es que Milosevic y Mladic gozaron
del mismo apoyo popular en su aventura genocida que medio siglo antes había
tenido Hitler en Alemania. Sólo la fuerza y determinación de EE.UU., una vez
más, lograron parar aquello. Después de Srebrenica. Es bueno recordarlo ahora
aquí en España cuando algunos dicen que 300.000 votos en una región española
legitiman una opción criminal. Mladic, y por supuesto Hitler, tenían muchos más
votos que Bildu.
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