ABC 14.01.08
«Extirpa la moralidad de la política, sustituye la ley por la fuerza y la astucia, paraliza las inteligencias individuales, confunde a la gente con apariencias, da solo juego a la libertad bajo el peso de la intimidación, fomenta los prejuicios nacionales, oculta al país lo que sucede en el exterior, (...), transforma los instrumentos de pensamiento en instrumentos de poder, lleva a cabo ejecuciones así como deportaciones administrativas, difunde la enseñanza propia de la historia del reino, utiliza la policía como piedra angular, crea seguidores por medio de honores y prebendas, genera un culto al usurpador en una especie de religión sustitutiva, (...), debilita a la opinión pública hasta sumirla en la apatía, (...), aprovecha la facilidad con que los hombres se vuelven informadores, manipula a la sociedad fomentando sus vicios, (...) cambia el propio significado de las palabras».
Maurice Joly no me tomará a mal esta extensa cita de su
«Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu». Son consejos del autor
de «El principe» a un aturdido Montesquieu en ese gran panfleto del exiliado
Joly en 1864, en forma de diálogo imaginario de los dos mencionados gigantes
del pensamiento político. No es que tenga yo ninguna intención de pensar bien
del presidente del Gobierno después de ésta su legislatura que ya se antoja un
permanente acto de sabotaje a la libertad, seguridad, cohesión, dignidad y
prosperidad de los españoles. Pero sí comienzo a sospechar que, cuando se
dirige a los españoles como ha hecho durante la pasada semana -en su
inenarrable desayuno en el Hotel Palace o en amable plática en forma de
entrevista-, se acuerda más de las palabras que Joly atribuye a Maquiavelo que
de la menesterosa farragosidad aduladora de sus asesores áulicos.
Maquiavelo sostiene que, aunque la Historia avance y las
sociedades evolucionen, la fuerza y la astucia -el leonés lo resumiría como «la
cintura que está en la cabeza»- siguen siendo los elementos fundamentales para
gobernar un país. Montesquieu replica que la evolución política de las
sociedades impide a los ciudadanos a renunciar a las libertades que han ido
adquiriendo, y desafía a Maquiavelo a explicarle cómo convertiría un Estado con
instituciones representativas y familiarizado con la libertad -acostumbrado ya
a una democracia tras treinta años de Constitución, diríamos aquí- en un
régimen despótico. Maquiavelo procede entonces a explicar los pasos a dar. Y
convendrán ustedes conmigo que salvo en asuntos de ejecuciones y deportaciones
que están muy mal vistos hasta en los regímenes más «lumpen» que gozan del
cariño y apoyo de nuestro Gobierno, casi todas las recomendaciones
«principescas» han sido llevadas a un notable nivel de cumplimiento por el
nieto del capitán Lozano que prefiere el melón con sal y sin jamón. Con mucha
razón me recomendaban mis inolvidables maestros Francisco Eguiagaray y Félix
Bayón que cultivara un sano miedo cerval a los austeros.
Austeros nos quieren. No ya por el ninguneo y el desprecio
que demuestran a las angustias cotidianas de los españoles con su obsceno
triunfalismo. Quieren que deseemos ser como ellos. Puede que ahí esté su punto
débil que haga posible el acto liberador para acabar con el poder de esta secta
improvisada que comanda a los socialistas en España. Si este presidente y -pongamos
un extremo grotesco-, su ministro de Justicia, quieren que los españoles sean
como ellos, no les será suficiente con intentar formar a los niños en el odio a
las convicciones de sus padres. Tendrán que ejercer sobre los españoles una
dosis de coacción mucho mayor. No basta con estigmatizar como antipatriotas a
quienes no se sientan felices bajo su régimen de violación sistemática del
sentido de la palabra, el significado de los hechos y los hechos en sí.
El antipatriotismo ése que atribuye «Z» a quienes no creemos
ser «la envidia de las superpotencias», era el principal argumento de todos los
regímenes totalitarios del siglo XX para intimidar, detener o hacer desaparecer
de una forma u otra a los «enemigos del pueblo», «derrotistas» o «saboteadores».
Quien critica una situación ideal la empeora y debe ser castigado. Por eso
algunos creemos que «Z» está dispuesto a asumir toda la batería de consejos
arriba mencionada. Cuando Zapatero habla de «patria» se refiere a él. El
sentido de las palabras. Y cuando sugiere traición sólo se le ocurren los
demás.
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