ABC 28.07.09
ESTA mañana, se lo confieso,
he estado a punto de llorar como un niño, de pura emoción y alegría, al
enterarme de que Francisco Franco Bahamonde ya no es alcalde de Amposta. La
ciudad tarraconense le ha quitado -eso es coraje- el cargo de regidor perpetuo y
la medalla de oro. En aras de la reconciliación, no exigen a Franco que
devuelva la medalla personalmente. Mientras, en Barcelona, otra tropilla de
seres sensibles ha pintarrajeado las paredes de numerosas iglesias, con
evocaciones de la Semana Trágica de hace un siglo y comentarios poco amables
sobre la religión -sobre la católica, por supuesto-. «La única iglesia que
ilumina es la que arde» o «La iglesia apesta aunque no arda» -podían haber
añadido un «todavía»- son algunas de esas frases estelares del pensamiento
aparecidas en paredes de edificios religiosos. La autoría puede intuirse en esa
inmensa camada de jóvenes antisistema que ha mamado su fanatismo de las amables
y generosas ubres del Ayuntamiento de Barcelona y del tripartito. El fenómeno
no es exclusivamente catalán, aunque el socialismo nacionalista y el
nacionalsocialismo en aquella región son vanguardia en entusiasmos tan añejos.
También en iglesias de Madrid -entre otras, en el Cachito de Cielo en el barrio
de Chueca, que reparte cientos de comidas diarias a personas y familias sin
ningún recurso- han aparecido carteles insultantes y amenazadores. Impresos con
gran calidad y en multicolor. Es decir, insultos caros. También en este caso se
puede intuir que el dinero procede de alguna otra ubre oficial que subvenciona
a organizaciones de hinchas de Bibiana Aído. El día que arda realmente de nuevo
una iglesia en España, nuestros socialistas antisistema dirán que no se trataba
de eso. Y los socialistas demócratas quizá sientan vergüenza por haber tolerado
que su partido haya incubado estos huevos de serpiente. Aunque puede ser que
antes arda alguna sede empresarial, dado ese giro tan moderno que da ahora la
retórica gubernamental. Se resume en una pintada en Barcelona, «Ni iglesia ni
capital». Un Gobierno que ha destruido dos millones de puestos de trabajo y en
el que apenas algún miembro ha pasado jamás por el mercado laboral ha decidido
que los culpables de la catastrófica situación son los empresarios. Los
explotadores. Este mensaje tan sofisticado, propio del alcalde de Marinaleda,
cala en el escenario de pobreza que se nos avecina. A perfeccionarlo ha debido
viajar ahora nuestro héroe Moratinos a Venezuela. Allí, y en Nicaragua, en
Bolivia, en Ecuador -Honduras resiste-, tiene éxito el modelo que pronto,
cuando se haya consumado en nuestro país la destrucción de la clase media,
podría tener aquí su primera cabeza de playa europea. Por eso quienes se
alegran en la oposición por el hecho de que el CIS también le otorgue una
ventaja electoral se alegran a destiempo. Porque no hay elecciones. Y porque el
daño infligido a España en estos años, sin precedentes en tiempos de paz en
ningún país desarrollado, tardará en el mejor de los casos una generación en
subsanarse.
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