ABC 22.07.09
UN joven afgano ha matado a su antigua novia a cuchilladas
en Múnich porque sospechaba que ella había entablado una nueva relación. Hasta
ahí nada nuevo. Eso que aquí ahora se llama «violencia de género» ha existido
siempre y se produce en todos los países del mundo. Y está claro que la
«cosificación» de la mujer es aún piedra angular de ciertas culturas y
religiones. El asesino de Múnich ha reconocido el crimen pero dice hallarse en
su derecho. Porque lo dice el Corán. Ante el juez ha apelado a la libertad
religiosa.
Veo
paralelismos entre este caso y los casos de brutalidad extrema en esa
«cosificación» entre los jóvenes, incluso entre los niños, en sociedades
crecientemente desestructuradas como la nuestra. No hay más que recordar lo
sucedido esta semana en dos localidades andaluzas, Baena e Isla Cristina.
Menores para los que la televisión y los juegos violentos de consola han adoptado
el papel de la madre y la función del padre ha sido asumida por la calle,
desprecian la socialización y el respeto al prójimo. Cuando el fracaso escolar
alcanza a más de un tercio de los menores en la educación obligatoria como en
España, el doble de la media europea, y en la Andalucía socialista es nada
menos que del 40 por ciento, no debiera sorprender a nadie la existencia de un
inmenso ejército de adolescentes embrutecidos. Los sistemáticos llamamientos
desde la política y los medios a despreciar los valores tradicionales han sido
entendidos literalmente. Como el afgano y por muy diferentes motivos, esta
camada encanallada se considera en su derecho.
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