lunes, 18 de agosto de 2014

¡VIVA LA NORMALIDAD, MINISTRO!

Por HERMANN TERTSCH
ABC 18.08.09


FUERON muchos los españoles que en su día respiraron aliviados cuando abandonó la escena política el anterior ministro de Justicia socialista, Mariano Fernández Bermejo, un personaje de vocabulario bolchevique, marcado por una niñez con tantos yugos y flechas como la propia vice Maritere. Al pobre don Mariano muchos no podíamos evitar asociarlo de inmediato a un mondadientes muy mordido y a una gran escupidera a los pies de una barra americana. Por contraste, su sustituto Francisco Caamaño, se antoja un hombre hasta delicado. Después de lo visto y oído a su antecesor, cualquiera podía pasar hasta por elegante con sólo guardar las mínimas formas y reglas de urbanidad. No es que sea el «Beau Brummel» ni probablemente siquiera un ministro homologable a otros que hemos tenido en épocas más honrosas. Y es cierto que elevar un poquitín el nivel medio de compostura de los consejos de ministros del Gran Timonel tiene tanto mérito como parecer educado en una comida con los generales de la Junta de Birmania. Respecto a los rumores de que también él pertenece a la masonería, lo cierto es que a mí me trae al pairo. Conozco a masones decentes y a curas filibusteros. Como habría quién hace cuarenta años fue a Woodstock, ciego de amor a la paz, sexo, rock y LSD y acabó en Suráfrica de mercenario matando negros. Nada contra la masonería, aunque me parezca la iglesia más petulante de todas con sus liturgias laicas. Sólo superada por las cursilerías de los bautizos y las comuniones laicas, última conquista de la intelectualidad izquierdista. Cierto, de la masonería me molesta su fobia a la Iglesia Católica que, con bastante mayor éxito, ostenta desde hace 2.000 años no un monopolio, pero si un apoyo fiel y entregado, que no han logrado destruir en tan larga historia ni los tsunamis de sangre de unos enemigos mucho peores que los clubes -secretos o discretos- de los mandiles.

Después de hablar tan bien de nuestro ministro de Justicia y como yo no me dedico a escribir hagiografías de políticos que no lleven décadas bajo tierra, sospechan bien quienes esperan que ahora dé rienda suelta a mi decepción. Es limitada, por supuesto, porque doy por hecho que, a las alturas en que aceptó el cargo Caamaño, ningún español con capacidad, posibilidades, criterio y dignidad excepcionales aceptaría ya un puesto en la mesa birmana. Decepción, porque don Francisco ha demostrado que, sin el lenguaje soez de su antecesor, miente con la misma soltura. Con más cordialidad pero la misma desvergüenza. Según Caamaño, el Estatuto de Cataluña «lleva aplicándose dos años y pico largos y no ha pasado nada excepcional». «Ni se ha roto la unidad de mercado, ni los catalanes tienen derechos distintos de los que tenemos el resto de los españoles. Es decir, se ha vivido y seguiremos viviendo con absoluta normalidad». Yo le recomendaría al ministro que dosificara su celo en acumular tanta mentira en tan pocas frases. Es inútil si lo que pretende es hacer méritos y llegar al fin de la legislatura con tanto insulto a la verdad y a la inteligencia de los ciudadanos como sus jefes tienen acumuladas en las hemerotecas. Le llevan una intensa legislatura de ventaja. Respecto a la igualdad de derechos entre españoles o la unidad de mercado, no me rebajo a responderle. Nos toma por gilipollas. Pero respecto a la «normalidad absoluta en la que vivimos y viviremos» -salvo que se refiera a los ministros- le diré que grave es que la catástrofe española le parezca normal -a Moratinos le parece normal la venezolana y quizás la birmana-. Pero temo que pronto hasta al ministro la normalidad española le va a parecer excesiva. Y quizás peligrosa.

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