ABC 27.07.08
El
hombre tenía pinta de bueno. Una especie de híbrido entre druida y Gepetto, un
sabiete medio hippy, un niño de las flores del sesentayochismo, bien
envejecido, metido como otros de aquellas quintas en la cultura y el negociado
de la medicina alternativa y las nuevas supersticiones.
Allí
estaba, el viernes 18 de julio en el Sava Center del barrio belgradense de Novi
Beograd, el palacio de congresos que albergó los congresos de la Liga Comunista
de Yugoslavia, quizás también alguna de las últimas cumbres de los No Alineados
y por supuesto los grandes congresos nacionalcomunistas de Slobodan Milosevic
después. Fue al final de una mesa redonda sobre curas bioenergéticas, energías
curativas y medicina semimágica, cuando el moderador anunció para principios de
agosto una conferencia del doctor Dragan Dabic. El anunciado conferenciante,
asistente desde la cuarta fila al encuentro, se levantó y saludó cortésmente al
auditorio.
La
conferencia, ya no cabe ninguna duda, ha sido cancelada. El doctor Dragan Dabic
dejó de existir el lunes pasado cuando miembros de los servicios secretos de
Serbia, presumiblemente la misma organización que se había inventado al
personaje y había emitido sus impecables documentos oficiales, detuvo al
personaje en un autobús de la capital y generó una de las noticias más
espectaculares de los últimos tiempos, la resurrección y captura de Radovan
Karadzic, probablemente, como dicen los anuncios, el criminal de guerra más buscado
del mundo. En próximos días o semanas iremos sabiendo más sobre la insólita
existencia del doctor Dabic que hace dos años se presentó en la clínica Nova
Vita del barrio de Rakovica en busca de trabajo como psiquiatra y especialista
en medicina alternativa, según cuenta uno de sus propietarios, Milomir Kandic.
Vida
oculta
Y algo
más se sabrá también de su vida anterior, en los diez años en que su rastro
desaparece después de dar sus últimas entrevistas en Pale, el pueblo de montaña
que erigió en 1992 en la siniestra capital de un estado fanático que sitió y
desangró a su auténtica capital, la hasta entonces alegre, vividora y
cosmopolita ciudad de Sarajevo.
No lo
sabremos todo porque son muchos los implicados en facilitar su fuga y su vida
en clandestinidad desde que dejó de considerarse seguro en Pale ante la orden
de busca y captura del Tribunal Penal Internacional de La Haya. Dice el
propietario de la clínica Nova Vita que cuando llegó a Belgrado tenía llagas en
las piernas que él se trataba personalmente y fueron curando. Podría ser un
indicio de que es cierto que ha pasado años en cuevas en su región natal de
Montenegro vecina a Bosnia, protegida por miembros de su clan familiar y de
popes ortodoxos.
En
ciertos sectores de la iglesia nacional serbia, la «pravoslavie», es decir, la
correcta y ortodoxa, la fobia al Occidente vaticanista es casi equiparable a la
que profesan, por motivos históricos bien explicables, al Islam. La agreste y
paupérrima región montenegrina de la que emigró el joven Karadzic en 1960 para
estudiar psiquiatría en la muy mundanal capital bosnia, es uno de los
santuarios en los que la iglesia ortodoxa se refugió y resistió durante siglos
a una ocupación otomana que se mantuvo en los valles y vía de tránsito entre
ciudades y mercados, pero nunca demostró mayor interés por controlar la remota
alta montaña.
Fiesta
en Sarajevo
Cuando
el pasado lunes por la noche se conoció la detención de Radovan Karadzic, la
ciudad de Sarajevo se convirtió en una fiesta. Cuentan que se produjo una situación
extraña. Los mayores, aunque contentos con este tan tardío consuelo, no podían
entusiasmarse porque la reactivación de la memoria les devolvió al luto por los
miles de muertos que descansan en los cementerios aún frescos en las laderas
que caen a la ciudad. Eran los jóvenes, los que eran niños pequeños durante el
asedio, los que tomaron las calles. Son aquellos niños que veían con terror el
rostro de aquel monstruo que desde la pantalla de los televisores -cuando había
electricidad, cuando había combustible para el generador, cuando no había que
refugiarse en los sótanos de los agotadores bombardeos- les aseguraba que todos
serían degollados.
Ellos
vieron las fotografías del melenudo gurú y druida y, aunque jamás lo hubieran
podido identificar horas antes en una calle o un café, reconocieron enseguida
esos ojos grandes y húmedos del hombre uniformado y con flequillo canoso que
hacía palidecer y llorar de horror a sus madres y que les decía en su propio
idioma que «en Sarajevo no van a contar los muertos. Al final van a contar a
los que queden vivos».
Creo
recordar que la última vez que le ví fue en un hotel de Ginebra, en la
recepción. Su inevitable corte de escoltas era lo más granado del submundo de
la mafia proxeneta de Sarajevo y Belgrado. Por entonces su delegación, o él
mismo, ya había comprado una magnífica villa en aquella ciudad suiza. Eran
tiempos en los que su suerte ya estaba girando y desde Washington, el
presidente Bill Clinton ya barruntaba una acción que acabara con el espectáculo
vergonzoso al que Occidente se había prestado en sus negociaciones con esta
tropa de delincuentes.
El
héroe y el mito
Antes
de imponer el asedio a Sarajevo se le veía mucho en el Holiday Inn, hotel que
después bombardeó aunque -o precisamente porque- se alojaba allí la prensa
internacional. Era por entonces un héroe y ya rozaba la categoría del mito
entre la población serbia rural.
El
intelectual se había convertido en el ídolo del razonamiento plano. En Han
Piljesak, pueblo de alta montaña en el que se instaló el alto mando militar que
había organizado con órdenes de Belgrado la guerra, ya se le recibía como un
auténtico Mesías del pueblo serbio. Y en el viejo balneario de Ilidza donde se
organizaron los últimos detalles para el asedio de Sarajevo coincidíamos en el
restaurante en el que compartía mesa con los otros dos intelectuales asesinos
de aquella cúpula política de la limpieza étnica, la profesora Biljana Plavsic
y Momchilo Krajsnik, aquel al parecer exquisito traductor de Shakespeare al
serbo- croata, que explicaba con toda suerte de detalles que los no serbios
entre ellos ya mayoría de sus estudiantes debían elegir entre rendirse o morir.
El asedio a Sarajevo, el más largo de la historia de la guerra moderna, duró
desde el 5 de abril de 1992 al 29 de febrero de 1996. Hubo unos doce mil
muertos, el 85 por ciento civiles, y cincuenta mil heridos.
El
profesor Dragan Dabic ya vuelve a ser Radovan Karadzic y puede que ya haya
emprendido vuelo hacia la prisión de Sheveningen en La Haya. O que se disponga a
hacerlo. Puede que ocupe la celda de su mentor, el caudillo serbio Slobodan
Milosevic que murió en aquella cárcel.
Como
Milosevic, ha anunciado que asumirá su propia defensa, como hace también otro
de los grandes criminales de guerra serbios cautivos, el líder del Partido
Radical, Vojislav Seselj. Cuando se abra su juicio, Karadzic aprovechará la
oportunidad de nuevas horas estelares, mayores aun que la que habría tenido
como doctor Dagic en su anunciada conferencia de agosto sobre medicina natural.
Quizás
en este juicio al psiquiatra, intelectual en su pretensión y mucho más
sofisticado que su salvaje retórica bélica dejaba entrever, podamos intuir
mejor que en el de un Slobodan Milosevic obcecado y obtuso en una autodefensa
política, cuales fueron las claves del mal y la anulación de la piedad, como se
puede movilizar tanto odio hacia la vida de los otros.
La
vida de Karadzic tiene objetivamente mucho más interés que la del zafio
político brutal en su ambición que era Milosevic. ¿Fueron sus resentimientos
por el maltrato recibido en la universidad, como montenegrino montaraz, los que
desarrollaron su odio a la ciudad, a la urbe, a Sarajevo?
Hombre
de letras, genocida
Nunca
aceptado por las elites intelectuales de Sarajevo en los años sesenta y setenta,
se convirtió en el caudillo del asalto a la ciudad de los «papac», de los
«pezuña» como despectivamente se trataba a los procedentes del monte. Este
intelectual erigido en caudillo del odio a la urbe y en apologeta de la pureza
de la cultura campesina. Aquel arrogante y petulante hombre de letras
convertido en teórico de la matanza y adalid del exterminio vuelve a una
sociedad cada vez más abierta disfrazado o quizás convertido en moderado
curandero.
¿Por
qué después de años inmerso en la clandestinidad en esta cultura campesina
remota se arriesgó a bajar a la ciudad, esta vez a Belgrado, donde su riesgo
era mayor y en todo caso creciente?
La
banalidad del mal
¿Añoranza
de la cultura plural, hastío de lo predicado? ¿Quizás incluso algo de
arrepentimiento o una oculta compulsión a expiar sus actos, los ocho mil
muertos de Srebrenica que él siempre negó que hubieran muerto? El juicio a
Karadzic puede ser, es deseable que lo sea, un proceso de similar calado al de
Eichmann en Israel. El criminal de guerra nazi alemán nos proporcionó algunas
de las claves más profundas sobre lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del
mal. El doctor Dagic quería ilustrar a su audiencia sobre pócimas para el
cuerpo.
Su
alter ego Karadzic quizás nos pueda ilustrar a la sociedad moderna sobre los
procesos venenosos en el alma.
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