Por GABRIEL ALBIAC
ABC Lunes, 03.06.13
Vera no miente. Dice una parte: la de Garzón. La que a él
concierne es sólo más sangrienta
ESPECTROS del pasado, Vera y Garzón retornaron la semana
pasada desde un confín tenebroso: el de los años del GAL y el robo de Estado.
No fueron revelaciones, las de Vera. Que el candidato Garzón
cobrara en negro, era la norma. Sin eso, un ladrón como Roldán no hubiera
podido llegar hasta el umbral de ministro. No llegó a serlo, porque alguien
filtró desde Interior los papeles que daban fe de su robo. Estaría bien que, ya
puesto a hablar de aquel tiempo, Vera contase esta bonita historia: la de cómo
un delincuente de altos vuelos se lleva por delante a otro delincuente de altos
vuelos que se atrevió a disputarle su anhelado ministerio. Al final, el
avispado lo fue menos de lo que él creía. Y acabó también condenado.
Vera y Garzón tuvieron sus días de gloria. Eran tiempos en
los cuales un uso adecuado de la propaganda podía convertir en héroe a un
canalla. O a un incompetente en justiciero. Acabaron ambos en delincuentes. Con
condena firme. Si el secuestro es la perversidad límite a la que puede
descender un responsable de Interior, la prevaricación es el deshonor de un
juez en estado puro. La sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de
Estrasburgo, tras el recurso final de Rafael Vera, es sencillamente demoledora.
Y cruza a ambos personajes político corrupto y juez prevaricador en una
geometría espeluznante.
¿Qué establecía aquella sentencia? Dos claves mayores de la
deteriorada democracia española en los años del populismo felipista:
1. Que la instrucción por Garzón del caso Marey había sido,
no ya defectuosa, sino violadora de las garantías procesales. Debiera haber
bastado esa sentencia para considerar en serio la inhabilitación de semejante
juez.
2. Que la sentencia que condenó a Vera y a Barrionuevo era
impecable, porque no se ejerció sobre el procedimiento viciado de Garzón, sino
sobre la perfecta instrucción que inició desde cero el magistrado Moner en el
Supremo.
Dos conclusiones: hubo un juez, como mínimo incompetente,
que violó las garantías de los procesados. De haber seguido adelante tal
instrucción, ambos acusados hubieran quedado impunes. Y hubo un procedimiento
justo y ya inapelable que permitió condenar y llevar a la cárcel a dos
delincuentes: ministro y viceministro. En un país con algo más de tradición
democrática, mal instructor y delictivos políticos hubieran naufragado en el
definitivo desprecio ciudadano. Y tampoco hubiera quedado en un lugar muy
elegante el gobierno que decidió indultar a sus dos colegas de casta.
Rota la vieja omertà, vuelven ambos a punta
de navaja. Así son los tiempos malos. Cuando no hay ya qué repartir, se busca
el cuello del hermano de sangre. No, Rafael Vera no miente. Dice una parte: la
de Garzón. La que a él concierne es sólo más sangrienta.
Espectros del pasado. Agentes del crimen de Estado y de la
justicia arbitraria. Mala gente.
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