Por HERMANN
TERTSCH
ABC
14.02.08
Hay
ocasiones en las que los mayores adversarios políticos se equivocan juntos.
Resulta exótico que gran parte del Partido Popular de España esté de acuerdo
con el presidente de la nueva Rusia imperial, Vladimir Putin, que el ministro
español Miguel Angel Moratinos aplauda a los diplomáticos por él represaliados
-como Javier Rupérez-, y nuestro Gran Timonel Mister Z y todo su coro mediático
casi aplaudan indirectamente a José María Aznar en la defensa de una opción
política que ha dejado de existir. Hablamos de Kosovo.
Dentro
de unos días, la antigua provincia de Serbia declarará su independencia y la
inmensa mayoría de los países de la Unión Europea, quizás 24 de 27, reconocerán
con Estados Unidos y otros miembros de la ONU a este nuevo Estado. España,
parece claro, se va a quedar con Chipre y algún que otro excéntrico, en la
defensa de lo imposible y lo pasado. Obcecados en no entender que la
independencia de Kosovo se dirimió y decidió en la guerra. Solo cabe decir que
es otro error de España y por mucho consenso que encuentren sus defensores será
tan relevante como si fueran chipriotas. No importa nada lo que digan y
piensen. No suele importar ya casi nunca lo que la España de Zapatero quiera
balbucear. En este caso mucho menos, incluso disponiendo de la inusual ayuda de
FAES. Se enfrentan a hechos tan poderosos como es el proceso irreversible y
necesario de que Serbia y Kosovo rompan con el inmediato pasado tenebroso y
quiebren así la dinámica política aun existente.
La
guerra de Milosevic
Parece
necesario recurrir a Sigmund Freud para convencer a todos los adversarios
enconados de la realidad impuesta por una larga guerra -activa o larvada- que
fue declarada el 28 de junio de 1989 por Slobodan Milosevic en Kosovo Polje,
estalló con la declaración de independencia de Eslovenia y Croacia el 25 de
junio de 1991 y tendrá su conclusión cuando Kosovo sea independiente y Serbia
se libere del terrible lastre que la tiene secuestrada con la añoranza de un
pasado tan terrible como mentiroso. Serbia y Kosovo tienen que cerrar página
para ser democracias y sociedades abiertas. El Campo de los Mirlos nunca
volverá a ser Serbia por la misma razón que hacía absurda toda reivindicación
alemana sobre Königsberg, Breslau o Danzig después de 1945. Cinco lustros antes
nadie encontró mejor solución a la situación creada por el hundimiento total
del orden previo a la Gran Guerra y al desmoronamiento del Imperio
austro-húngaro -y previamente del otomano- que los acuerdos de Versalles y
Trianon y la creación de ese Estado absurdo de Yugoslavia a grupas sobre la
falla cultural europea entre católicos y ortodoxos con su cuña musulmana
reptante por Albania y Bosnia. Solo bajo implacables dictaduras, monárquica
primero, comunista después logró ese Estado mantenerse. Sus fronteras eran tan
aleatorias como ficticias. Donde había existido una multiculturalidad auténtica
durante siglos se impuso la idea decimonónica del terrarium de las razas y
etnias, el sentimentalismo político, el romanticismo cultural a la postre
sanguinario. Y se rizó el rizo con el invento de un Estado multinacional en una
franja del imperio disuelto que sí había hecho posible -al menos hasta 1867,
fecha del trágico «Ausgleich» de la bicefalia- la vida libre para el individuo
despojado de reparos identitarios, émulo del ciudadano libre francés
posrevolucionario sin saberlo. Desde el Congreso de Berlín en 1878 ha habido
millones de muertos en guerras balcánicas, europeas y mundiales. Es hora de
poner fin a esto sin buscar fantasmas que lo impidan.
Son
diversos los motivos del empecinamiento para no aceptar que Yugoslavia, incluso
la Serbia diseñada en 1918 y posteriormente por las fronteras dibujadas tras
1945 por Milovan Djilas como primer encargo de Tito tras la guerra, se
conviertan, post mortem, en obstáculos al desarrollo para la paz, la
convivencia y la prosperidad en Europa Oriental. Los paralelismos, que se han
buscado por parte de Serbia, Rusia y los nacionalismos en Europa occidental no
existen a no ser que los empecinados, incluso los más responsables, se dediquen
a crearlos.
Kosovo
no es el precedente amenazador que dibujan tantos. Es el capítulo final de una
historia trágica que nos ofrece ese abrir página hacia la esperanza en la
región. Para que así sea, así tienen que verlo quienes tienen poder para sacar
a Serbia y a Kosovo del pozo negro de la historia europea. La mayoría de las
democracias lo han entendido. Rusia también lo entenderá pronto. Chipre y la
España de Zapatero necesitarán más tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario