Por HERMANN
TERTSCH
ABC Viernes, 10.05.13
Esta subcultura de la impunidad procede del
antiautoritarismo europeo del sesentayochismo
AYER asaltaron el
Congreso de los Diputados unos miembros de Greenpeace. Dejaron en el más
absoluto de los ridículos a la Policía, encargada de la seguridad del recinto.
En otro país, un allanamiento semejante de sede parlamentaria tendría serias
consecuencias. Tanto
para los asaltantes
como para los responsables del fiasco. Aquí todo quedará en un tirón de orejas.
La gente dirá que Greenpeace hace todo por una buena causa. Y si no es grave lo
suyo, no puede ser grave que la Policía lo dejara hacer. Nadie piensa ya en el
delito. Ni en la grave falta policial que, de haber sido terroristas los
asaltantes, podía haber acabado en tragedia. Todos impunes. Con beneplácito
general. La impunidad triunfante, una vez más, esa lacra española. En este caso
la del favor popular. ¡Ay, las leyes! «Todos las violan». Quienes lo hacen por
bondad merecen especial empatía. Cuentan con ella las redes de favoritismo y
contratación ilegal en las administraciones locales. O la estafa sistemática al
subsidio de desempleo. O la omnipresente cultura del abuso del dinero público.
La impunidad la hay popular, gremial o selecta. Parece nunca irritar en la
cercanía.
Muchos banqueros
entienden bien la impunidad de Alfredo Sáenz, MAFO anda aún de paseo, Bárcenas
también y los sindicalistas consideran irrenunciable la impunidad de los
ladrones en sus filas. Zp no ha recibido ni un reproche. Tras hacer más daño
que una guerra. Y haber abolido los restos de sentido de responsabilidad que
existía en España. En los partidos la gente se apoya. Los deportistas tienen
impunidad en el caso del dopaje de la operación Puerto y, cuando Rafa Nadal en
ejemplo de dignidad lo denuncia, parece poco menos que un aguafiestas. La
violencia del acoso a políticos es impune, como lo es la difamación sistemática
en los medios. Impune es la sedición y la violación desde las instituciones de
sentencias de los tribunales y la Constitución. Y si algo pasara, los jueces
entienden todo. Quizás por eso aquí apenas hay jueces condenados. ¿Son más
puros que en el resto del mundo? ¿O gozan de la impunidad que cultivan? Esta
subcultura de la impunidad procede del antiautoritarismo europeo del
sesentayochismo. Agravada por la mala conciencia de la mentira del
antifranquismo. Aquí llegó tarde, podrida y se indigestó. Lo que en otros
países se corrigió aquí es peste crónica. Comienza con el culto al perdedor, al
abuso y al resentimiento que es la educación socialista, donde nada tiene
castigo ni sanción, el todo gratis es religión y se odia al mérito, no al
delito. Y toca techo con la demanda de impunidad para asesinos que goza de la
comprensión de políticos y jueces. Las leyes no tienen quien las defienda. La
impunidad es fenómeno social. Es convicción y hábito. Determina conductas y
actitudes. Desde los banqueros a los terroristas, desde los políticos a los
deportistas, de los niños a los ladrones, los estafadores y ecologistas. Todos
tienen buenas razones para violar las leyes. Y nunca pasa nada.
Si la envidia es
comúnmente aceptada como el pecado capital de los españoles y la cobardía es
probablemente hoy en día su debilidad más decisiva, la impunidad se ha
convertido en la enfermedad terrible que se abate sobre toda la sociedad
española. Hasta el punto de que, si no se logra ponerle coto y generar la
percepción de que volvemos a ser una sociedad en la que transgresión, ofensa y
delito tienen sanción social y pena legal, toda recuperación será efímera.
Seguiremos en la deriva de España hacia la irrelevancia, la marginalidad y la
subcultura del fracaso y la mugre. Y nadie pagará por ello.
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