miércoles, 5 de junio de 2013

LA PESTE DE LA IMPUNIDAD

Por HERMANN TERTSCH
ABC Viernes, 10.05.13

Esta subcultura de la impunidad procede del antiautoritarismo europeo del sesentayochismo

AYER asaltaron el Congreso de los Diputados unos miembros de Greenpeace. Dejaron en el más absoluto de los ridículos a la Policía, encargada de la seguridad del recinto. En otro país, un allanamiento semejante de sede parlamentaria tendría serias consecuencias. Tanto 
para los asaltantes como para los responsables del fiasco. Aquí todo quedará en un tirón de orejas. La gente dirá que Greenpeace hace todo por una buena causa. Y si no es grave lo suyo, no puede ser grave que la Policía lo dejara hacer. Nadie piensa ya en el delito. Ni en la grave falta policial que, de haber sido terroristas los asaltantes, podía haber acabado en tragedia. Todos impunes. Con beneplácito general. La impunidad triunfante, una vez más, esa lacra española. En este caso la del favor popular. ¡Ay, las leyes! «Todos las violan». Quienes lo hacen por bondad merecen especial empatía. Cuentan con ella las redes de favoritismo y contratación ilegal en las administraciones locales. O la estafa sistemática al subsidio de desempleo. O la omnipresente cultura del abuso del dinero público. La impunidad la hay popular, gremial o selecta. Parece nunca irritar en la cercanía.
Muchos banqueros entienden bien la impunidad de Alfredo Sáenz, MAFO anda aún de paseo, Bárcenas también y los sindicalistas consideran irrenunciable la impunidad de los ladrones en sus filas. Zp no ha recibido ni un reproche. Tras hacer más daño que una guerra. Y haber abolido los restos de sentido de responsabilidad que existía en España. En los partidos la gente se apoya. Los deportistas tienen impunidad en el caso del dopaje de la operación Puerto y, cuando Rafa Nadal en ejemplo de dignidad lo denuncia, parece poco menos que un aguafiestas. La violencia del acoso a políticos es impune, como lo es la difamación sistemática en los medios. Impune es la sedición y la violación desde las instituciones de sentencias de los tribunales y la Constitución. Y si algo pasara, los jueces entienden todo. Quizás por eso aquí apenas hay jueces condenados. ¿Son más puros que en el resto del mundo? ¿O gozan de la impunidad que cultivan? Esta subcultura de la impunidad procede del antiautoritarismo europeo del sesentayochismo. Agravada por la mala conciencia de la mentira del antifranquismo. Aquí llegó tarde, podrida y se indigestó. Lo que en otros países se corrigió aquí es peste crónica. Comienza con el culto al perdedor, al abuso y al resentimiento que es la educación socialista, donde nada tiene castigo ni sanción, el todo gratis es religión y se odia al mérito, no al delito. Y toca techo con la demanda de impunidad para asesinos que goza de la comprensión de políticos y jueces. Las leyes no tienen quien las defienda. La impunidad es fenómeno social. Es convicción y hábito. Determina conductas y actitudes. Desde los banqueros a los terroristas, desde los políticos a los deportistas, de los niños a los ladrones, los estafadores y ecologistas. Todos tienen buenas razones para violar las leyes. Y nunca pasa nada.
Si la envidia es comúnmente aceptada como el pecado capital de los españoles y la cobardía es probablemente hoy en día su debilidad más decisiva, la impunidad se ha convertido en la enfermedad terrible que se abate sobre toda la sociedad española. Hasta el punto de que, si no se logra ponerle coto y generar la percepción de que volvemos a ser una sociedad en la que transgresión, ofensa y delito tienen sanción social y pena legal, toda recuperación será efímera. Seguiremos en la deriva de España hacia la irrelevancia, la marginalidad y la subcultura del fracaso y la mugre. Y nadie pagará por ello.


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