domingo, 19 de octubre de 2014

EL CONSUELO

Por HERMANN TERTSCH
ABC  04.11.09


EN dos días nos han dejado tres personalidades muy distintas. Pero todos ellos con ese algo en común que es la excelencia, en lo que hacían y en lo que eran. Y la admiración profesada hacía ellos. Murió antes, el domingo, el antropólogo Claude Levy Strauss. Nos enteramos ayer. Iba a cumplir los 101. Un día después murió aquí en Madrid José Luis López Vázquez, uno de los grandes de la escena española. A los 87. Y ayer moría Francisco Ayala, un granadino universal que tenía todo el siglo XX español en su magnífica y generosa cabeza, lúcida hasta días antes de morir. Había cumplido 103 años. No hace mucho que le saludé por última vez junto a su casa de la calle Orellana en la terraza de la cervecería Santa Bárbara. La muerte de personas admiradas, como la de las más cercanas, nos produce una impresión que trasciende a nuestra admisión lógica de la muerte como final irremediable de todo ser humano, más allá de las creencias. Despierta además una especie de consuelo por la convicción de que pronto o tarde compartiremos su suerte. En estos casos siempre recuerdo las palabras del poeta checo Jaroslav Seifert viendo en sueños a un amigo asesinado durante la ocupación nazi: «Veía los gestos familiares de sus manos, pero cuando quería dirigirme a él, se marchaba hacia su oscuridad», escribía Seifert. Y luego añadía: «No soy muy riguroso cuando digo que los muertos vienen a nosotros. No es así. Eso es un engaño que nos hacemos porque en realidad somos nosotros los que vamos hacia ellos. Cada día estamos más cerca. Un día engrosaremos sus filas y entraremos en los sueños de quienes dejamos atrás».

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