ABC 03.12.09
YA saben todos Ustedes que
una de las herencias pesadas que les dejamos nosotros los españoles a los
latinoamericanos es nuestra puñetera manía de la impuntualidad. Ni Carlos I de
España y V de Alemania, ni su hijo Felipe II, con todo su rigor extremo en
tantas cosas, lograron generar cierto respeto por el horario establecido y
pactado previamente entre nosotros. Esta especie de relajación ya no es
exclusivamente española y latina. Conozco a nietos de Junckers prusianos, aquellos
hidalgos de las tierras más orientales de la antigua Alemania que llegan a las
citas con media hora de retraso y sin el menor remordimiento. Sus abuelos
quizás no los hubieran fusilado por ello, pero les habrían retirado la palabra
durante décadas y quizás también la herencia. Pero les voy a hablar de un caso
muy peculiar que nos afecta a todos. Porque todos hicimos alarde de grosería,
zafiedad y mal comportamiento el pasado domingo, por delegación en ese
presidente del Gobierno que una mayoría de todos Ustedes votó de nuevo para el
cargo el año pasado a pesar de ser hoy probablemente el mayor fiasco de
liderazgo en Europa y sin duda el dirigente que más daño en menos tiempo ha
hecho en tiempos de paz en este continente desde que la memoria nos responde.
El pasado domingo, el comienzo del acto inaugural de la Cumbre Iberoamericana
en Estoril estaba previsto a las ocho de la tarde. Lo dicho, ya sabemos que
algunos de nuestros hermanos latinoamericanos tienen nuestros genes de
impuntualidad. Varios llegaron diez minutos tarde. Alguno incluso alcanzó a
abusar de ese cuarto de hora que se dice de cortesía por cuestiones de tráfico,
que no tiene ninguna excusa cuando los que han de moverse son personas con
escoltas, policía de tráfico abriendo paso y muchas veces calles cerradas para
evitar contratiempos. La cosa es que a las ocho y cuarto estaba toda la Cumbre
Iberoamericana reunida y sólo faltaba una delegación. Esa delegación era la
española. El Rey estaba perfectamente preparado y esperando a la delegación una
hora antes. Y fue cogiendo un muy considerable cabreo cuando comprobó que el
tiempo se echaba encima y que no había noticia de la delegación gubernamental
que preside, como no puede ser de otra manera, el presidente del Gobierno, José
Luis Rodríguez Zapatero. Éste no es nieto de un Juncker prusiano, sino de un
abuelo franquista y otro que, por haber participado en la represión de la
revolución de Asturias, se equivocó de lado a la hora de decidirse con quién
estar en los primeros días del levantamiento franquista. Se entregó al bando de
Franco en León cuando podía haberse ido libre y directamente a las filas
republicanas. Pensaba que estaba más seguro con los alzados en armas. No fue
así y lo ejecutaron. Lo que no quiere decir en absoluto que no hubiera corrido
la misma suerte en el otro bando. En todo caso, ni su abuelo franquista, del
que nunca habla y que era quien le compraba las chuches de pequeño, ni el
capitán Lozano, el abuelo del que presume y nunca conoció, le pudieron enseñar
puntualidad y respeto a su propio cargo y a las instituciones democráticas. Ni
siquiera al Rey. Porque el Rey no puede llegar a un acto antes que su primer
ministro. Y por eso, cuando todos los puntuales e impuntuales latinoamericanos
y los anfitriones portugueses estaban hartos de esperar y el Rey de España con
un enfado monumental, se supo cuál era la razón de tan dolorosa espera. El
señor Rodríguez Zapatero había dicho a su corte que él no se movía hacia la
inauguración de la cumbre hasta que se pitara el final del partido entre el
Barcelona Club de Fútbol y el Real Madrid que se estaba retransmitiendo en esos
momentos. El Rey le estuvo esperando tres cuartos de hora y los otros
participantes un poco más. Nadie sospecha que si hubieran estado presentes el
dictador de Cuba o el caudillo de Venezuela, ambos ausentes, hubiera llegado
antes Zapatero. Fue sencillamente la gesta de un culé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario