ABC 21.10.09
La vicepresidenta económica Elena Salgado no es tan rica
como su compañera de gabinete, Cristina Garmendia. Al menos según sus
declaraciones de patrimonio recién publicadas. Pero comparte con la elegante
niña bien donostiarra su gusto por la ropa de mujer estupenda. Como la
vicepresidenta De la Vega, cuyo fondo de armario debe tener profundidades
inenarrables. Lo cual me parece muy bien. Ya que los periodistas acostumbran en
su mayoría a vestir ya como poetas lumpen del siglo XIX, chanclas y camisetas
de tirantes incluidas, y algunas políticas parecen recién salidas de un reality
show de supervivientes sin champú, resulta reconfortante que algunos
gobernantes muestren cierto decoro en la apariencia. Ayer nuestra
vicepresidenta económica fue muy modosita en el vestir al presentar el
presupuesto surrealista que su jefe ha pergeñado. Digamos que discreta. Incluso
así, llevaba ella, como sus compañeras, muchos más euros puestos encima que el
infeliz del «pepero» valenciano Ricardo Costa, tachado de pijo irredento por
propios y extraños, como bien recordaba aquí Edurne Uriarte hace días.
Lo
malo es que ayer daba igual lo que vistiera la viceministra, cuyos nervios,
descontrol e ineptitud en defender las mentiras hechas cifras que son estos
presupuestos, acabaron por despertar piedad y ternura hasta en los menos
predispuestos. Sufrió Salgado y se notaba. En cierta medida, su lastimoso
papelón la dignifica y se agradece. Molesta el doble que te mientan con alegría
y desparpajo. Cierto es que, como vino a decir Rajoy, la pobre no tiene la
culpa. No se le puede pedir una defensa digna de lo indefendible que además en
absoluto ha sido perpetrado por ella. Ni vestida de Dior, de lagarterana o de
señorita Rothenmaier.
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