ABC 09.03.10
UN país puede llegar a reconquistar respeto en un par de
generaciones. A éste nuestro le costó mucho. Con la inversión de la lealtad
institucional, el amor patriótico y el compromiso de toda una generación de
políticos de todas las tendencias, lo consiguió. Con el esfuerzo y la
dedicación de gente honesta por lo menos al final de una difícil singladura.
Comprometida con la labor de sacar a nuestra nación del pozo negro en que la
historia en que los años malditos, los años treinta, pero también los doscientos
años anteriores, la habían hundido. Este país se recuperó gracias a hombres y
mujeres que creían en la dignidad y en el respeto que los españoles nos debemos
a nosotros mismos. Y la cosa funcionó. Y estuvimos muy orgullosos todos los
ciudadanos de todas las tendencias salvo los resentidos y los miserables. Este
país cogió el ritmo de las naciones avanzadas, de los estados que se gobiernan
con sentido común por muchos errores que puedan cometer en sus diagnósticos y
búsqueda de soluciones, se declaró presente España en el concierto general
europeo. Todos los que sabemos algo de dictaduras y de miedo, de represión y
angustia, fuimos en algún momento felices. Nos sentimos retribuidos. Nos
sentimos españoles emocionados y retribuidos por haber convertido nuestro país
en un lugar decente, en una patria compasiva, en un hogar intelectualmente
probo.
Eso es
lo que aumenta nuestra actual tragedia. Porque todo lo que se hizo en su día se
ha ido por las cañerías de la historia. En tan poco tiempo hemos hundido todo lo
que habíamos hecho, por fin, bien. En concordia y acuerdo. Un país en plena
reivindicación de su esencia y competencia, de su identificación con los
mejores Estados que en el mundo han existido, por civilidad, compasión y
justicia, ha derivado a la mediocridad más cruel, a la miseria zarrapastrosa y
a la vulgaridad, arbitrariedad, intimidación y amenaza, iguales a las habidas en
los peores momentos de nuestra triste y agitada historia. Un accidente de
trenes nos trajo un Gobierno que aun nos habremos de explicar en las próximas
décadas. Muchas décadas habrán de pasar para que los historiadores sean capaces
de ver como una banda de inútiles o psicópatas y acomplejados se hicieron en
este país con el poder y lo llevaron a esa ruina que amenaza a nuestros hijos y
nietos.
Ya sé
que en España por grandes que sean las desgracias no suele pasar nada. Hasta
que pasa. Las desgracias se las reparten las víctimas entre sí. Y la indolencia
de los compatriotas suele ser endémica. La empatía con el dolor en este país
parece ser un lujo y no precisamente de los intelectuales. Los que lloramos por
los muertos por el terrorismo y nos sentimos hundidos o simplemente afligidos
por los millones de españoles que no saben nada de un futuro que se augura
triste e insolvente somos unos traidores de mierda que no confiamos en esa
especie de líder de «cómic» que expresa sus inmensas descompensaciones por esas
manos incansables, esos ridículos trajes de manga larga, esos gestos grotescos
de sobreactuación y una señora que siempre se antoja la jefa. Y que nos
mandaría a la Cheka antes de estrenar un traje.
Todo
puede pasar de siniestro a patético y ridículo. Gracias a nuestros gobernantes
lo hemos logrado en unos años que pasarán a nuestra historia como el periodo de
la mentira e ignominia. ¡Pena de traición a los españoles de buena voluntad!
Treinta años hemos intentado ser un país europeo sano y normal y hoy volvemos a
ser Venezuela. La peor Venezuela. La del milico cutre de botas y boina,
prepotente y gamberro verbal. Como la del vallisoletano mentiroso que se cree
leonés. La del nieto de Lozano, el militar ejecutable por todas las partes de
la contienda trágica de nuestro país. Nuestro nieto de Lozano hizo tan buenas
migas con los terroristas de ETA como para ofrecerles todo tipo de carantoñas.
Nuestro nieto del fascista que era el otro abuelo nos engaña con una obscenidad
que es un insulto permanente. Les aseguro que a este nieto lo recordarán
nuestros nietos. Con pesar.
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