ABC 23.02.10
RESULTA que el hermano del alma de nuestro leonés de
Valladolid, el presidente del Gobierno de España, que es el islamista Tayyip
Erdogan, acaba de hacer una redada de militares supuestamente golpistas en
Turquía. Amigos para siempre como se vio ayer. En Turquía tenemos una gran
tradición de golpes de Estado, es cierto. Y muchos habría que decir, con la
historia en la mano, para bien. Para muy bien. Ya sé que no es muy popular hoy
decir que son mejores unos golpistas que otros. Que la llamada Revolución Bolchevique
fue «chachi» como diría Leire Pajín y los militares que frenaron procesos de
usurpación por el izquierdismo totalitario y devolvieron a sus países a una
senda civilizada de democracia occidental son unos canallas que han de ser
perseguidos por Garzón hasta después de la muerte. Pero la historia de Europa,
sobre todo, pero no sólo, demuestra que hubo golpes muy rentables para la
calidad de vida de sus ciudadanos. Cierto que muchos no salieron bien. Y muchos
tuvieron incluso más víctimas que las que habrían provocado los regímenes que
frustraron.
La miseria moral y la violencia que los golpistas son
capaces de imponer, su ristra de crímenes y represión, son fácilmente
reconocibles. Muchas veces hacen irreconocibles la represión y la miseria moral
de los regímenes que querían derrocar o derrocaron. En Chile, la dictadura de
Pinochet duró -cada vez más suave- unos quince años. Dejó un país que hoy es
modélico en Latinoamérica. Con una transición que emuló a la española. Aquella
que elogiamos todos los que la vivimos hasta que llegaron los niñatos que no la
vivieron para descalificarla. En Cuba, en cambio, la dictadura aun existe. Con
toda brutalidad. Va ya por encima del medio siglo y sigue implacable y procaz,
humillando a todos y cada uno de los cubanos y sólo halaga a nuestros turistas
del ideal -artistas, niños de la zejazapaterista y cernícalos del turismo
sexual- los españoletes que se van de putas jineteras o a otras actuaciones
lujuriosas con el miserable régimen que tan bien los acoge y que mata y tiene
las cárceles llenas.
Hace unos días aquí en la España oficial de Rodríguez
Zapatero les dieron un homenaje a los golpistas de la UMD. Todos por supuesto
unos fracasados. Porque no les salió nada bien y porque todos fueron
represaliados por el régimen entonces existente. Y no hicieron nada. Ni sirvieron
para nada. Todos acabaron cumpliendo penas blandísimas en castillos o penales
medianamente razonables. Habrá quienes piensen que es justicia histórica un
homenaje a militares que preparan un golpe contra las instituciones a las que
juraron obedecer. Supongo que porque los consideraban inmensamente buenos. Sus
fines quizás más que sus medios. Pero también hay muchos españoles que piensan
que la transición no la hicieron quienes querían derribar al régimen pasado por
la fuerza de la insurrección militar, sino quienes, como Adolfo Suárez y
tantísimos otros, hicieron el cambio a partir de las instituciones. Porque
entendían la historia de este país. Aquí hay muchos empeñados en olvidar que
Franco murió en la cama y que fue su gente la que encauzó esa «construcción de
la clase media» que no existía en nuestra desgraciada guerra civil pero que
después evitó la siguiente. Porque aquí en España los siete demócratas que
existían se fueron de este país tan cainita y maldito en cuanto comenzó la
guerra. Y se quedaron todos los totalitarios de ambas partes. Para matarse
entre ellos.Y había gente decente en todas partes. Y asesinos, ladrones y
delincuentes de todo tipo también. Lo insólito es que setenta años después nos
haya surgido un iluminado que dice que su abuelo, gran represor y ejecutor de
asturianos comunistas era un santo laico, el capitán Lozano, ejecutado por sus
compañeros. Lo absurdo es que un criminal absuelto por la amnistía de 1977 como
Santiago Carrillo que tiene sobre su conciencia la muerte de miles de nuestros
compatriotas dé clases de moral en las televisiones públicas. Lo terrible es
que sigamos hablando de golpes de Estado. Como el 20 de julio de 1944 contra
Hitler demostró -pese a su terrible fracaso- hay golpes que tienen mucho
sentido. Evitan más males que los que provocan.
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