ABC 21.01.14
ENTRE las muchas tristezas y humillaciones, privaciones y
depravaciones que los seis años triunfales de nuestro Gran Timonel nos han
granjeado está el hacer el auténtico payaso en el Parlamento Europeo. No podía
ser de otra forma. Existen hoy en día pocas personas medianamente educadas y
estructuradas política y culturalmente que puedan soportar un discurso de
nuestro chico yeyé de León/Valladolid diciendo las sinsorgadas con las que nos
suele torturar en el Congreso de los Diputados o en la Moncloa. Quien no sabe
decir nada no puede esperar que nadie le escuche. Lo peor, lo más humillante
eran los aplausos aburridos de su secretario de Estado para Europa, al que le
costaba ayer realmente hacer unas palmas. Como si estuviera en una plaza de
toros de tercera viendo al peor de los más torpes matarifes. Y eso que nuestro
Zapatero estaba en un auditorio medianamente agradecido que está repleto de
personajes que tienen poco más o menos su mismo perfil, es decir, ninguno. No
es ninguna novedad el hecho de que el presidente español, presidente colateral
de la Unión Europea durante sus seis meses de felicidad, no dijera
absolutamente nada. Nada tiene que decir. Y a nadie le importa si quiere decir
algo en alguna ocasión. A nadie le importaba la retahíla del palabrerío inane
de un dirigente español que no significa nada. Y la inmensa mayoría del
Parlamento se nos fue al bar o en las tabernas circundantes. Gracias a Dios, en
los últimos veinte años hemos visto como el mundo en torno a las instituciones
europeas han generado toda una cultura de gastronomía y bebida. Yo estaba como
un idiota viendo a nuestro presidente hablar de solidaridad, generosidad,
entusiasmo y quién sabe si también de longevidad, mientras suponía a los
representantes europeos tomándose un Chardonay o un Veuve Cliquot, bien fríos y
rodeados de gente divertida. Está claro que aquí sólo hacemos el idiota los que
cada vez viajamos menos. Aunque tengamos asegurada la ventaja de que nuestro
presidente, que intenta quitarse el pelo de la dehesa a base de palabras
conmovedoras en sede europea -solidaridazzzz, pazzzzz, unidazzzz y muchas
mazzzz-, por lo menos viaja un poquito y, aunque no se entere de nada de lo que
sucede en su entorno, por lo menos ve un poco de mundo. Y además está un
poquito lejos. Lo que siempre aumenta nuestra seguridad y salubridad.
Les ha
dicho nuestro Gran Timonel a los pocos europarlamentarios que han tenido la
santa paciencia de aguantar todo su discurso sobre la nada que, visto todo con
buena voluntad, vamos como Dios. Y nos va a ir de miedo si le hacemos caso en
no sabemos nadie qué. Obviamente, los parlamentarios más inteligentes estaban
de degustación vinícola. Las tabernas circundantes bullían. Los tristes que se
quedaron aplaudían como se hacía en su día a Rafael de Paula cuando, ante un
morlaco serio y con buen talante de torero gitano, se había decidido a dejar
que el toro muriera de hastío. A pocos días de irse a rezar con el Cardenal
Segura redivivo en ese país avieso que son los Estados Unidos -hay que ver la
coña que tiene la obsesión por una foto con Obama que Sonsoles quizá no permita
difundir- nuestro presidente ha sido tan bueno, tan bueno, en su discurso que
al final nadie ha sabido si decía algo. Por eso le ha aplaudido Diego López
Garrido, nuestro especialista en la Unión Europea. Aunque también él tan
aburrido como todos los demás. Como el Gran Timonel vea las imágenes
televisivas de los aplausos tibios de su secretario de Estado nos manda a López
Garrido de vuelta a Izquierda Unida para disputarse el peluquín del FBI con
Llamazares, que ya es casi un hombre al verse perseguido por las fuerzas del
mal. En fin, señores, me da un poco de vergüenza haberles escrito una columna
sobre algo que carece de la menor importancia. Pero siempre debe haber días
para frivolidades.
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