ABC 16.03.10
VA a ser que los españoles ya no tenemos derecho a
rebelarnos contra lo que consideramos una injusticia. Porque es traición de
lesa patria y nos van a poder dar palizas, insultarnos en televisión, difamar a
nuestras familias o quizás meternos por ahí en alguna de esas checas con las
que sueñan nuestros jóvenes y jóvenas del izquierdismo nacional. Aquello sí que
era justicia lo que hacían García Abadell y Santiago Carrillo. No estas
supuestas patochadas del Tribunal Supremo hoy sometido a fuego cruzado por los
amigos de ese juez que viaja con el banco al que juzga. Aquello tenía ritmo.
Resulta que no podemos rebelarnos porque el poder del ejecutivo es más supremo
que el Supremo. Contra éste sí se puede despotricar y quizás incluso disparar
balas de prevaricación por dudar de la probidad de un juez mucho más que
sospechoso. Contra este chiquillo que veía amanecer no se puede porque el
progresismo impecable de buenas intenciones tiene justificados todos sus
errores, todos sus fracasos y todas sus insidias.Y si trinca alguno sería, sin
duda -a quién le cabría-, por motivos excelsos.
Los
españoles tenemos que arrimar el hombro. Tenemos que pagar y callar. Y la
oposición tiene que ser tan cooperativa con el Gobierno como para parecer parte
del mismo. Si no es así, no fomentan el debate y la sana discusión sobre las
diferentes opciones de gobernar. Para nada. Son reos de alta traición. Eso nos
dice De la Vogue, según algunos en sus últimos estertores en esa Casa de la
Moncloa que se antoja ya el Palacio de la Cienciología.
Pues
les voy a decir, que tengo la conciencia muy tranquila llamando a la rebelión
contra el latrocinio de esta tropa de ineptos que nos han hundido para más de
una generación siendo optimistas. Soy absolutamente partidario de una
insumisión ante quienes además de hundirnos y robarnos nos humillan y tratan
como retrasados mentales todos los días que abren la boca. Que son exactamente
todos los días del año. Aunque entre ellos jamás se pongan de acuerdo y no haya
dos ministros que no se contradigan en una semana. Creo en la salubridad de la
indignación. En los efectos curativos del desafío. Creo en que el matón y el
trincón jamás deben estar seguros de que sus víctimas no van a reaccionar ante
sus groseras pretensiones y sus actos miserables. Creo finalmente que inaptos e
ineptos, malas personas y psicópatas tienen su derecho a vivir dignamente sin
hacer daño. Pero no dirigiendo nuestras vidas, nuestra hacienda y el futuro de
nuestros hijos y de nuestro país.
A
Garcia Abadell lo fusilaron con muchísima razón por ladrón y torturador. Aunque
las almas lánguidas actuales no lo sepan, en todas las guerras rige la pena de
muerte. Hasta un despiste te puede poner contra el paredón con toda la razón
del mundo. Porque has jugado con la vida de tus hombres en combate o porque te
has aprovechado como un cobarde de combatir en retaguardia contra gentes
indefensas. Luego resulta más bien natural que los asesinos sean ajusticiados.
Lo malo es cuando se asesina a mansalva a inocentes. A los que ni se han
despistado. A ciudadanos dignos y decentes que sólo has detenido porque quieres
liquidar una forma de pensar, una forma de creer en la transcendencia o una
forma de vida. En ambas partes. Carrillo se escapó. Y ha cumplido más años que
los papiros del Mar Negro fumando más que yo. Suerte la suya. Pero debería
tener cuidado con los escritos de amiguetes como el pijolingo de Sartorius, en
este caso no le toca a Nicolás sino a Jaime, que dice que la amnistía sólo era
para los suyos. Es decir, se amnistiaba a Carrillo y Garcia Abadell, a los
terroristas etarras pero no se amnistiaban los actos de guerra y represión de
los vencedores. Recuerden, señores, los vencedores. Porque el gallego murió en
la cama. Después del acto de generosidad general de los españoles en nuestra
transición, nos vienen los miserables cómplices de Paracuellos y Katyn a
decirnos que ésta, la amnistía, ya no vale. Hay dos opciones ante esta miseria,
morirse de asco o mandarlos a la mierda. Recomiendo la segunda.
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