ABC 28.01.10
MANUEL Cobo ha sido sancionado por críticas a Esperanza
Aguirre; Ricardo Costa, por el «caso Gürtel». Eso es al parecer lo que se mueve
en el Partido Popular. Todo apasionante, vive Dios. Uno sancionado por grosero,
el otro por exquisito. Les confesaré que esas dos novedades me traen
perfectamente al pairo. Como los lloriqueos del alcalde de Madrid y las
cursiladas del presidente de la Generalidad Valenciana. Con la que está
cayendo, en el día de la memoria de la Shoa, del Holocausto, de la liberación
de Auschwitz, en momentos en los que hay millones de españoles que viven en el
límite de la desesperación y angustia por su existencia y la de sus hijos y
nietos, me importa poco menos que un carajo las cuitas de los señores Cobo y
Costa, los malos rollos de los señores Camps o Gallardón. Este país, que se ha
convertido en una terrorífica anomalía en la comunidad de estados democráticos
y civilizados de Europa, gracias a las ocurrencias e incompetencias de nuestro
Gran Timonel, no puede centrarse en ridiculeces petimetres sino en mirar hacia
adelante con todo el espanto lógico ante una situación objetiva pero también la
esperanza de poder neutralizarla. Y generar ilusión entre una ciudadanía que
realmente no se merece lo que están haciendo con ella. Lo dicho, que dos
cachorros del Partido Popular tengan problemas, justa o injustamente, por lo
hecho o por lo dejado de hacer no debiera angustiarnos demasiado.
Lo que
debiera preocuparnos es que en los cuarteles de la Guardia Civil y las
comisarías de la Policía existe una auténtica ansiedad por saber quiénes han
sido los responsables directos de una traición a nuestras fuerzas de seguridad
que hace crujir los cimientos del Estado. Muchos intuimos quién ha sido aquí
quien dio las órdenes y volvemos al célebre Mister X. Muchos tenemos la íntima
convicción de que los traidores son los máximos responsables de la defensa de
la Constitución. Es la diferencia entre minucias y espantos absolutos. Aquellos
que juraron defender esta Constitución cuando asumieron sus cargos de Gobierno
son los traidores. Y parece que no pasa nada. Parece mentira que la principal
fuerza de la oposición, dirigida por esa mano tan excesivamente tranquila por
no decir indolente -alguno se atrevería a decir que directamente perezosa y
vaga- de su máximo líder, no se dé cuenta de que el caso Faisán es la peor
traición a la democracia que se ha cometido en España desde el Golpe de Estado
del 23- F. Y que todas las partes conscientes de esta sociedad tan poco
consciente en general, exigen que todos los responsables de esta suprema
vileza, la colaboración con la banda armada ETA por parte de dirigentes
políticos de la Policía, sean llevados a los tribunales y carguen con todas las
responsabilidades políticas y penales que correspondan. Dudo mucho, personalmente,
que nuestro querido Fouché Rubalcaba, ministro del Interior, el pico de oro de
un Gobierno en general bastante patán en su expresión, pueda darnos una
explicación más piadosa y verosímil de lo que ha sido una traición en toda
regla del Gobierno a sus fuerzas de seguridad. Si yo, en mi querida Ondarroa,
donde la torre de Lecona recuerda a la madre de San Ignacio, en Motrico, cuna
de los Churruca o en el pueblo de mi madre, en Deva, le hago favores a ETA,
sabría cómo hacerlos. Y quizás añadiría seguridad para mí y los míos siempre
asediados y amenazados. No lo hago. Pero nuestros txikos del Gobierno, que
jamás ha pisado Ondarroa, Motrico o Deva, hacen favores al terrorismo a través
de su policía política para buscarse favores a corto, medio o largo plazo.
Traicionando a miles de guardias civiles, policías y ciudadanos de bien que
viven en la dignidad y en la lucha permanente contra la miseria de la violencia
terrorista y del odio nacionalista. Algo nos habrán de explicar quienes de
momento se hacen los locos. Los ladrones de la corrupción han de ir por
supuesto a la cárcel. Pero aun más encerrados habrán de estar quienes nos han
traicionado hasta poner en peligro de muerte a los jóvenes españoles que luchan
por nuestra seguridad común.
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