Discurso de Hermann Tertsch en la cena de Gala de la
Comunidad Judía de Madrid
17.12.11
Querida presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre,
estimado presidente de la Comunidad judía de Madrid, Samuel Bengio queridos
amigos todos los congregados hoy aquí en la Fiesta de Gala de Or Januká del
5772. Un saludo lleno de afecto a todos los presentes. Y también a los
ausentes. Y entre ellos, me permitirán un especial recuerdo, lleno de cariño,
reconocimiento y admiración a Mauricio Hatchwell, el amigo inolvidable, mío y
de tantos de Ustedes, que nos ha dejado este año. Su amor poderoso y generoso,
su inteligencia extraordinaria, su entusiasmo por la vida y su energía
contagiosa, son un ejemplo y un regalo precioso que nos legó a todos los que
tuvimos el privilegio de su amistad.
Sólo aquellos que me conocen bien saben lo profundamente que
me emociona y me honra que me hayan elegido para hablarles hoy aquí a todos
Uds. Alguien que, como yo, se dedica a escribir y a describir, a analizar y a
narrar el presente, tiene siempre dos opciones. Puede lidiar con lo inmediato,
sacando rápido provecho al acontecer diario y a los vaivenes políticos y
sociales. Al fin y al cabo, el periodismo es por antonomasia el trato con lo
perecedero, sea un hecho, una idea o una sentencia.
Yo siempre he creído en un periodismo que va más allá. Que
aporta contexto histórico, cultural y político al acontecer. Que busca las
razones profundas tras la aparente banalidad de los hechos. Que expone la
reiteración del factor humano y la pulsión del pasado sobre el presente, más
allá de la descripción mecánica de los acontecimientos. He aprendido de cientos
de periodistas. Pero entre los que más me ha marcado está Egon Erwin Kisch,
contemporáneo de Kafka y judío praguense como él. Era un maestro en el encuadre
del acontecimiento en la historia, también en la historia con mayúsculas. El
mundo de Kisch, nacido aun en el Imperio Austrohúngaro y muerto en 1948, es un
mundo del que culturalmente me siento miembro. Que me ha marcado cultural y
sentimentalmente como ningún otro. El periodismo centroeuropeo, desde Karl Kraus
a Victor Adler o Kurt Sonnenfeld, que se suicidó, acosado por la peste nazi,
era una potencia cultural y humanista. Dirigida por todos estos grandes
periodistas judíos que eran los que mejor sabían preguntar.
Es el de Isaac Bashevis Singer con cuyos cuentos mejorábamos
en casa el inglés. Un inglés tan salpicado de términos yiddish como el alemán
de Friedrich Torberg y su inolvidable Tante Jolesch. Y las narraciones de Manes
Sperber. U otro sefardita austrohúngaro, Elias Canetti o el genio del
periodismo y el relato que fue aquel judío de la remota Bukowina que se llamaba
Joseph Roth. Es en resumen la Mitteleuropa, una patria cultural que siempre se
sumó a la española en mi identidad caleidoscópica. O sí se quiere utilizar un
insulto propio de las mentes torpes y cerradas del nacionalismo o de los
odiadores desde el igualitarismo ideológico, un insulto por cierto tantas veces
utilizado contra los judíos, mi cosmopolitismo. Siempre eso sí profundamente
europeo.
En este mundo centroeuropeo, el elemento judío es el
aglutinador espiritual y el catalizador de la efervescencia cultural. Ahí están
muchas de las claves que se han convertido a lo largo de mi vida en referentes
en el esforzado intento cotidiano por comprender el mundo y convertirme en
mejor persona. Entre las frases más profundamente grabadas de mi niñez tengo la
de la explicación de mi padre a una escena en un colegio en un shtetel, un
pueblito judío, en la Polonia profunda a una decisión en principio sorprendente
al repartir los elogios un rabino. Supongo que sería de un cuento de Bashevis
Singer. Me explicó mi padre: “El mejor no es el que cree saber más, sino el que
mejor pregunta”. Siempre lo recuerdo. Hacer siempre la mejor pregunta, buscar
las fisuras entre las realidades y por los laberintos y contradicciones de la
lógica y la vida.
Buscando, siempre buscando, verdades. En busca de lo
auténtico. Que siempre es lo bello y lo bueno. Y siempre haciendo preguntas.
Queriendo siempre hacer, hacerse a uno mismo, las mejores preguntas. En el
trabajo y en la vida, este esfuerzo por la superación, por la educación
continua, de curiosidad y ganas de conocer y entender, de admiración y
emulación de la excelencia, de la sana envidia de la bondad ajena, de humilde
conciencia de la vulnerabilidad y firmeza en la vocación de la verdad. Son las
máximas que siempre han estado marcadas por aquella frase de mi padre y la
imagen del pupitre con niños con tirabuzones con la mano alzada.
Aquel mundo del que les habló es un mundo que se hundió en
el infierno de los hornos crematorios del Holocausto. Así hemos llegado al
acontecimiento central de la historia. Y que tienen no por casualidad a los
judíos como trágicos protagonistas. Es el acontecimiento histórico que condensa
todas las energías del choque brutal de las fuerzas del bien y del mal. Allí se
juntan todos los caminos para el combate frontal entre la barbarie criminal y
la cultura de la humanidad, la bondad y la belleza.
El holocausto es el hecho filosófico central de la historia
moderna.
En el que se enfrentan con toda radicalidad total los dos
proyectos posibles del hombre sobre la tierra. La negación y la afirmación del
hombre en Dios, del carácter sagrado del ser humano. En un lado el proyecto de
bondad, humanidad, amor, libertad, inteligencia, humor y compasión. En el otro
la bestial certeza de la aniquilación, la inapelable apuesta por el hombre sin
alma del nazismo. Quienes no entienden esto, quienes son incapaces de ver su
carácter único, carecen del elemento fundamental para analizar la evolución
posterior de la modernidad.
Aquí en España esto por desgracia es evidente. El aislamiento de España durante
muchos años es una explicación. La desgraciada falta de conocimiento y
reflexión sobre el Holocausto lleva a muchas confusiones. A mucha
superficialidad en el juicio. Y todos Ustedes lo pagan de alguna forma con un
antisemitismo que hoy se disfraza preferentemente de fobia a Israel. En el
fondo es el mismo que el medieval, germen después del antisemitismo político
moderno que lleva al Holocausto. El miedo y el odio al diferente que existe en
todas las comunidades humanas siempre se volcó contra los judíos a lo largo de
la historia. Con la modernidad, las ideologías que luchan contra la pregunta,
contra la duda, contra el pensamiento y por tanto, contra la libertad y contra
la pluralidad, tienen hoy el mismo objeto de odio obsesivo. Pero como los
judíos casi desaparecieron con el Holocausto en Europa y en Oriente Medio
después de las sucesivas guerras a partir de 1948, –en España 500 años antes–
hoy ese odio se concentra en Israel. Todas las ideologías, religiosas o no, que
combaten la pregunta, la discrepancia, niegan la libertad y la supremacía del
individuo, ven a Israel como un enemigo. Es regla sin excepción. Toda vocación
totalitaria odia a Israel como objeto de su fobia contra lo judío, el máximo
exponente de una libertad que no pueden aplastar más que con la liquidación.
Y aquí entro en el terreno de la absoluta incertidumbre de
una actualidad en pleno movimiento que me ha pedido mi querido Samuel Bengio
repase brevemente. Israel vive rodeado de enemigos. Son enemigos que se hallan
hoy en plena efervescencia interna. ¿Serán en el futuro más o menos enemigos de
Israel? ¿Habrá posibilidad real al final de este camino de una convivencia más
abierta y pacífica o habrá que resignarse a que las próximas generaciones en
Israel continúen en permanente estado de guerra? La respuesta fácil es que es
imposible decirlo hoy. Porque el camino de las sociedades árabes ahora
sublevadas contra sus dictaduras acaba de comenzar. Y sería iluso esperar
pronto en ellas estabilidad. Ni para bien ni para mal. Por supuesto que se
equivocan los ilusos que vieron en las insurrecciones el amanecer de una pronta
democracia en los países árabes. Pero creo que tampoco tienen razón quienes
consideran que está ya escrito que los nuevos regímenes caerán en manos de los
peores. Y que pronto todo todos aquellos países tendrán tiranías salafistas o
jomeinistas. Nadie dude de que Arabia Saudí e Irán lo van a intentar y
rivalizarán en ello. Ambos son enemigos mortales de Israel pero también de la
libertad de los países árabes.
Pero nadie debe olvidar que estas dos metrópolis del
fanatismo –no sólo en Oriente Medio- sino en todo el mundo, tienen también los
pies de barro. Teherán tuvo que reprimir a sangre y fuego a su propia juventud
en el 2009. La desafección interna crece y la movilización ideológica ya no
cuaja. Teherán puede ser pronto otra pieza en el dominó. Riad también lo teme.
Aplasta los levantamientos en Bahrain y otros puntos. Pero sabe que no podrá
comprar indefinidamente su estabilidad sembrando la desestabilización lejos de
sus fronteras. Arabia Saudi e Irán son los más activos enemigos de Israel y
Occidente. Y no sólo en Oriente Medio. Unos como exportadores del wahabismo por
todo el globo. Véase Pakistán. Y los otros, los ayatollahs, con operaciones más
clásicas de Estado totalitario, como la penetración ya alarmante en
Latinoamérica a través de la plataforma que es el régimen de Chávez en
Venezuela.
Pararle los pies a Arabia Saudí en la actual coyuntura
económica mundial parece imposible. Para el régimen de Teherán yo creo que la
situación es más precaria. Y que pronto puede contar con contestación interna
pero también con un ataque exterior. No sé si lo hará Israel en solitario o no.
Sí sé que Occidente no se puede permitir un régimen como el actual con
armamento nuclear. No digo Israel, que se sobreentiende. Digo Occidente. Y
evitarlo es tarea de todos.
Hay otro actor principal en Oriente Medio que es Turquía. En
permanente rivalidad con los dos anteriores por la hegemonía en la región. En
el marco de esa lucha por la popularidad y hegemonía en Oriente Medio hay que
entender la hostilidad hacia Israel de que hace gala el primer ministro
Erdogan. La lucha de esas tres fuerzas se verá pronto con la implosión del
régimen sirio de Assad, donde podríamos estar ante una muy cruenta guerra
civil. Pero también Turquía sobrevalora sus fuerzas. Especialmente Erdogan ha
caído en una megalomanía de la que pronto se podría ver obligado a bajarse. Por
un pinchazo de la burbuja económica turca y consiguientes problemas internos. Y
porque Ankara infravalora el recelo árabe al antiguo ocupador otomano.
Para concluir esta rápida e incompleta visión panorámica.
Aunque algunos países, quizás Túnez, quizás Libia, puedan entrar en relativa
estabilización de un régimen aceptable evolutivo, la inestabilidad –muchas
veces violenta- será la tónica reinante en muchos vecinos de Israel en el
futuro previsible. Pero las minorías urbanas ilustradas y la inmensa mayoría que
es la juventud, cada vez más informada sobre el mundo exterior, no se van a
conformar con cambiar una dictadura por otra. Exigen libertad y se miran en
nuestras sociedades que son sencilla e inequívocamente mejores. Me adhiero por
tanto a la visión del presidente Simon Peres, -expresada por cierto durante su
visita a España, en el hogar madrileño de nuestros queridos Mauricio y
Monique-. De que lo empezado hace tan sólo un año ahora en Túnez, que ha
derribado ya cuatro dictaduras, no tiene por qué acabar de la peor forma
posible.
Esperanza, cautela y vigilancia. Cierto, las posibilidades
de influenciar la evolución son mínimas. Habrá que estar atentos y
aprovecharlas. Para ayudar a quienes defienden una sociedad como la nuestra.
Pero habrá que estar siempre con la guardia alta. Nuestros enemigos han de
temernos. Y el baremo para medir la calidad de los nuevos regímenes será
precisamente su actitud frente a Israel. No hay mejor baremo. También para las
sociedades occidentales. Dime como te llevas con tu comunidad judía, dime como
te llevas con Israel y te diré cuál es la calidad de tu democracia y tu respeto
a la libertad y a la sociedad abierta. Lo hemos visto en Madrid. Y lo simboliza
como nadie Esperanza Aguirre. Esta calidad ha mejorado sin duda con la desaparición
de ciertos responsables de ayuntamientos que gastaban parte del erario público
en el activismo a favor de grupos terroristas como Hamás, disfrazados de
flotillas u otras ideas imaginativas.
Está bien que agradezcan a la presidenta de la Comunidad su
compromiso con los judíos madrileños y con Israel. Pero también deben saber que
quienes lo hacen con tanta convicción como ella, y yo me incluyo, sabemos que
defendiendo a nuestra comunidad judía defendemos la calidad humana y política
de nuestra democracia. Como sabemos también que la defensa de Israel es la
defensa del bastión capital de Occidente, del mundo libre. Una defensa que
jamás se puede delegar ni confiar a la buena voluntad del enemigo. Que nos odia
con razón porque nuestra existencia revela su indigencia.
En la defensa de Israel defendemos la civilización que ha
generado la sociedad democrática occidental, de raíces judeocristianas, la más
libre, próspera y compasiva que jamás ha existido en la historia de la
humanidad. Esperanza Aguirre y yo estamos de acuerdo en muchísimas cosas.
También en que en el permanente conflicto entre la brutalidad totalitaria y la
sociedad abierta de la libertad, la humanidad, la compasión y la excelencia,
Israel somos nosotros. Nosotros somos Israel.
Hermann Tertsch, 17 de Diciembre de 2011