ABC 26.11.07
Eran tan humanas, tan tradicionales y tristes, las excusas
esgrimidas durante la última semana para justificar distanciamiento o
indiferencia de tantos hacia el enésimo grito de indignación de las víctimas
del terrorismo etarra -de forma abrumadora integradas en la AVT- que no podían
sino recordar a quienes en el siglo XX decían que en tiempos difíciles cada uno
ha de buscar la propia supervivencia sin conflictos, la vida cómoda de los
allegados y esa armonía premiosa en la que subsistir sin sobresaltos. Unos
tenían frío, otros, miedo al viento serrano o a la foto, muchos a la gripe y
otros, hartazgo de política. Al final, y pese a las miserables campañas de
quienes ya ignoran los límites de la decencia y traicionan los principios que
dieron sentido a su existencia como periódicos y periodistas, como políticos y
analistas, en Madrid hubo el sábado una gran comunidad de personas libres,
sencillas, con muchas dificultades en su vida cotidiana, frustradas por mil
avatares y temerosas por otras, que desafiaron al frío, a la gripe y las
difamaciones y decidieron que las víctimas del terrorismo etarra no podían
estar solas. El hecho de que el PP, la UPD de Rosa Díez, Ciudadanos y otros
estuvieran allí, honra a organizadores y presentes. Honra a una sociedad acosada
que tiene un núcleo que no se resigna y prefiere mil insultos a una vergüenza.
«No podemos dejar sola a esta gente», decía poco después de
que se disolviera el mar de banderas nacionales en Colón, una octogenaria sin
filiación política que volvía a su casa emocionada por haber cumplido con unas
normas mínimas que han marcado desde su niñez su existencia. «Lo mío es
indignación. No hay derecho». Está dispuesta a votar al PSOE en cuanto este
partido se haya deshecho de unos líderes de una secta que no sabe de dónde
viene pero que se ha hecho notoria en cuatro años por insultar y humillar a los
españoles que sufren por el destino común de todos.
Ya no dudan en proferir denuestos contra Ortega Lara o la familia de Miguel Ángel Blanco. O contra las novias y novios, esposas e hijos, hermanos y parientes de guardias civiles, policías, militares y políticos que ayer marchaban pidiendo tan sólo dignidad y que el Gobierno de España deje de considerar socios para su proyecto a los asesinos y enemigos a aquéllos que comparten su sufrimiento y suponen un fundamento inexcusable en la construcción de un Estado de Justicia. ¡Cómo es posible que la radio más oída en España permita que se descalifique a Ortega Lara sugiriendo que se aprovecha de sus casi dos años de cautiverio para irritar al Gobierno! ¿Harían lo mismo con Primo Levi o Ana Frank? ¿Son mejores los verdugos de unos que los de otros? ¿Por qué? ¿Porque estos nazis nuestros son sus socios en un proyecto futuro?
Abismo moral
Es posible. En España hay hoy más cobardes que nunca. Este Gobierno los produce porque los necesita. Son cada vez más los que temen represalias o simples inconvenientes y prefieren no hablar en voz alta en su redacción u oficina, en la administración o fuera de ella, en su puesto de trabajo. Ni para reivindicar el honor y compromiso con el sufrimiento del cautiverio de Ortega y la muerte de Blanco.
En el País Vasco nos sucede desde el 77. En Cataluña, hoy la represión de la libertad de opinión quizás ya sea aun mayor. En Galicia se acelera la imposición de la mentira totalitaria sin precedentes. Andalucía es prisionera de caciques financiados por la subvención exterior. Y el resto de España deriva hacia la obediencia cómoda ante lo peor, elegido en el sistema de la selección negativa que ha llevado a una secta a secuestrar al PSOE y quiere secuestrar a la nación para hacer irreversible la deriva e imposible la alternancia.
Las víctimas son ahí una resistencia que les duele. Los tontos en la oposición pueden pensar que tendrán otra oportunidad. Los listos en el proyecto totalitario saben que, si vencen, no tendrán problemas para imponer la sumisión como sistema de vida a una sociedad que, si no reacciona, quizás no merezca otra cosa.
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