ABC 19.03.09
Llegan tiempos muy revueltos y peligrosos. Llegan momentos
en los que quienes tenemos hijos añoramos otros tiempos pasados menos
violentos, miserables y lacayos para educarlos y soltarlos a la vida. Eso ya es
un síntoma alarmante. Incluso quienes no somos devotos de la beatería del
progreso ni de la niñatería del buenismo teníamos cierta confianza en que
nuestro futuro tuviera una cierta continuidad en la construcción de una
convivencia en seguridad. Creo que hoy ya podemos decir que esto es un sueño
fracasado. Y que, como los ciudadanos de Roma en el siglo V, si hubieran sido
avisados de la llegada de la Edad Media, debemos ir adoptándonos a unas
condiciones que tienen mucho más que ver con la supervivencia que con el
bienestar.
Es triste, muy cierto, que hayamos sufrido un siglo veinte
plagado de iras y monstruosidades y después sólo hayamos sido capaces de estar
un medio siglo a salvo de los peores instintos del ser humano. Muchos estaban
convencidos de que habíamos logrado un escalón superior en el que la
tolerancia, la inteligencia y la creatividad serían los motores de nuestra vida
común en un planeta cada vez más habitado. No va a ser así. Se lo asegura este
agorero. Entramos en zonas oscuras e inciertas. En las que gentes como los
adolescentes que se confabulan para matar a una niña en Sevilla van a tener la
misma o mayor autoridad que cualquier persona decente, toda la impunidad y la
máxima soberbia. Entramos en una era de precariedad en la que nadie podrá
sentirse seguro porque hasta los estados de mayor prestigio y tradición en la
defensa de sus ciudadanos muestran síntomas de estados fallidos.
No seré yo quién se deje derrotar por esos nubarrones que
amenazan nuestra forma de vida. A cierta edad, nuestro proyecto vital siempre
está vinculado a quienes nos suceden y queremos. A quienes amamos y suponemos
herederos de las virtudes que hemos defendido, siempre en lucha con nuestros
pecados, con los inmensos errores que todos cometemos. Comprendidos éstos,
aceptados y acatadas sus consecuencias, siempre hemos de estar mirando hacia la
esperanza. Pero hay muchas razones para que algunos nos sintamos como Joseph
Roth o Stefan Zweig, viendo cómo se desmorona el mundo que amamos y cómo surge
una plaga parda que nos invade e inunda y destruye lo que consideramos bello,
bueno y auténtico. Muchos errores se han cometido para que volvamos a tener,
nosotros tan confiados, jóvenes que matan no ya por pasión sino casi por
desidia. No son el Raskólnikov de Dostoievski sino unos tristes pasotas
semianalfabetos que creen tanto en la vida humana, en la sagrada vida humana,
como esa chiquilla andaluza que se llama Bibiana Aído. Que por cierto es la
ministra de la Nada de todos Ustedes. Así, entre casos como el que revela esa
siniestra trama de Sevilla en la que la mala educación ha creado una mafia de
monstruos, se produce esa deriva que nos despoja de todo lo que merece
cultivarse. De todo lo por lo que merece morir o matar.
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