ABC 22.10.07
Somos muchos los españoles que estamos de acuerdo al menos
en una cosa en esta vida con doña Maria Teresa Fernández de la Vega,
vicepresidenta de este gobierno, cuando, en expresión probablemente frecuente
en un Consejo de Ministros en el que se presupone el lenguaje tabernario
sabiéndose de la presencia de tan eminentes juristas como ella y el ministro de
Justicia, Mariano Fernández Bermejo, dijo un indefinido «esto» es una «gran
putada».
Estamos de acuerdo con la ya aclamada cabeza de lista
socialista por Valencia en que «esto» es una «gran putada». Muchos pensamos que
incluso algo más. Recordemos ese «intercambio de impresiones» entre la
gobernanta y la presidenta del Tribunal Constitucional, en la tribuna del
desfile en la Castellana de Madrid el día 12 de Octubre, que fue una amenaza
más de las que despliega, disuelto y desarmado el Partido Socialista Obrero
Español, la corte del Caudillo Z. Todo un ejemplo de la excelencia y elegancia
con que se distingue la mayoría de los miembros de la tropa que tomó el poder
en el PSOE en el 2000 y en la Moncloa cuatro años después:
Mª Emilia: «Por mí no te preocupes. Te estoy diciendo que yo no puedo...»
Mª Teresa: «No puede ser, no puede ser...»
Mª Emilia: «Ya veremos, hombre».
Sentencia siniestra
Si la semana pasada hablábamos del «rufianismo en el poder», lo sucedido en ésta no hace sino dejar más claro, si cabe, que los riesgos a los que se enfrentan la libertad individual y colectiva, la seguridad nacional y la decencia en este país son existenciales.
Almas despistadas del PP
Fracasados todos los proyectos de la secta agrupada en torno al «Caudillo Z» (que ha secuestrado y liquidado como activo las siglas del PSOE) para vender a la ciudadanía el «cambio tranquilo» (Estatuto, paz eterna, sentimentalidad reduccionista, falsificación del pasado y del presente y relativismo definitivo e inatacable), fracasado después el amago de la compra general del voto en oferta grosera y tercermundista de favores a sectores diversos, ha comenzado la ofensiva nerviosa, desordenada pero feroz, para destruir al adversario. Y en esto son expertos. Lo hicieron en su día con Nicolás Redondo Terreros para comenzar con Patxi López la negociación con ETA sobre el futuro político de los españoles. Como en los relatos de rufianes, la secta defenestró a todo aquel que suponía un impedimento, si era terco por medio de la amenaza o la muerte civil y el descrédito. El último ejemplo es el de Juan Ignacio Plá, que ha hecho sitio con gentileza forzosa a la flamante presidenta de la «gran putada» en el foro valenciano. En el campo económico no se hizo otra cosa, pero ahí todo es más fácil porque el empresariado español, entregado siempre al poder y la contrata fácil, es más cobarde aún que el dólar del dandy.
Pero ahora toca, porque los sondeos no tranquilizan, la operación masiva de intimidación, hostigamiento y amenazas a quienes critican la política del Caudillo Z de pacto con los enemigos del Estado y de fraude sistemático a la ciudadanía. Y en este plan juega un papel clave la querella contra el presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) Francisco José Alcaraz, rechazada en su día y reactivada por asociaciones amigas que todos los que hemos estudiado el fenómeno del totalitarismo en el siglo XX conocemos bien.
Régimen excluyente
Por eso, guste o no guste la forma de Alcaraz de expresarse, en esta ofensiva todos los demócratas debieran saber que la resistencia sólo lo es de veras si no llega tarde. El Foro de Ermua ha decidido ofrecer a Alcaraz autoinculparse en el proceso. Es evidente que, en sus afirmaciones sobre Zapatero, Alcaraz dice la verdad y tiene razón. Será interesante ver si el proceso contra él y contra quienes se autoinculpen se convierte en un juicio contra la agresión general del Caudillo Z a las instituciones, a las libertades y la dignidad de los españoles.
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