ABC 12.08.08
POCOS de ustedes recordarán su nombre, aunque era un genio
destinado a la gloria. Sí lo recordará Vladimir Putin, el gran jefe de la Gran
Rusia que en estos últimos días nos está enseñando a los despistados
occidentales lo que vale un peine. Putin tiene más decisión y claridad de
objetivos, más ambición y menos escrúpulos, pero también más memoria que la
mayoría de nosotros. Se acordará de Andrej Amalrik. Por talento, biografía y
generación parecía destinado a tomar el relevo de Alexandr Solzhenitsin, el que
sería después premio Nobel de Literatura y gran autoridad moral para todos los
que le entendieran. Amalrik siguió los pasos de Solzhenitsin por los campos de
Siberia, por Kolyma, por los calabozos de la Liubianka.
Pero a Amalrik le sucedió lo que el maestro Francisco
Eguiagaray solía llamar la «maldición del talento literario», a la que, según
decía, estaban condenados todos los que no aprovechaban la ocasión de morir
como genio joven y no tenían la suerte de llegar a patriarca. Solzhenitsin fue
de estos últimos. Amalrik, por el contrario, se mató a los 42 años en España,
en un accidente de tráfico extraño en una carretera de Guadalajara cuando
acudía a la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) que se
celebraba en Madrid en 1980. Venía a denunciar al Kremlin y no llegó. Llevaba
cuatro años exiliado en Holanda. Años después se mató en otro extrañísimo
accidente en Guadalajara otro gran valor político de Europa Oriental, el
entonces embajador de Yugoslavia en España, Rexhai Surroi.
Desde aquel lejano 1969, en que el joven Amalrik de 31 años escribió su impresionante radiografía de la sociedad soviética y de la miseria del socialismo real -y le puso fecha de caducidad en el año orwelliano de 1984-, han pasado muchas cosas. Pero no invalidan su visión del producto social surgido de la simbiosis de imperialismo ruso e ideología bolchevique que hoy vuelve a enseñar su peor cara en un poder lanzado de nuevo al expansionismo y una sociedad inerme. Rusia es hoy poderosa, como entonces. Pero no próspera. Sus millonarios son mafia del poder. El resto es material humano subsidiado por unos u otros. Dependiente y obediente. Como entonces. Conscientes Putin y los suyos de que su poder actual sólo se basa en el poderío energético y la debilidad y desunión del adversario, intentan crear realidades irreversibles por la misma lógica que entonces. Esa es la razón capital de sus renovados intentos de expansión hegemónica y matonismo. Va unida al miedo a la fuerza corrosiva del occidentalismo hasta en el vecino más diminuto. Tras el pragmatismo y la prepotencia de Putin se esconde la impotencia y el miedo. No hay salto a la modernidad. La URSS sobrevivió poco a la fecha orwelliana de Amalrik. La Rusia de Putin intenta perpetuarse con los mismos métodos, escondiendo los mismos fracasos. Por ello, lejos de consolidarse, su agresividad vuelve a ser la propia de un estado fallido. De ahí su peligro y no sólo para los vecinos.
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