ABC 25.10.08
EN tiempos confusos e inciertos, rogamos a todos esfuerzos
por movilizar su autenticidad. Y la rebelión ante el desprecio a las formas y a
la palabra. Ellas son las que nos salvan de la constante amenaza del
hermanamiento indeseado y de la igualdad indeseable. A todos afecta. El hecho
es que somos infinitamente distintos. Todos. Iguales sólo ante la ley. En nada
más. Cuando surge la amenaza del lodo sin formas que todo lo arrastra, es más necesaria
que nunca dicha rebelión, la voluntad de estilo, la recreación de las formas,
la forja del espíritu. El individuo.
Nuestro mundo se ha llenado de repente de impetuosos e
inverosímiles defensores de la igualdad a toda costa. Del tuteo compulsivo. Del
compadreo obligatorio. Del triunfo del mínimo denominador común. De la llamada
de la jauría, tan reguladora e inquisidora como falta de formas. En tiempos de
zozobra, nos dicen, las máximas de vida son la igualdad y la protección, la
seguridad. Viene a ser lo que ofrecen en la cárcel. Ahora que se ha acabado la
fiesta, nos dicen los festejantes, mendiguemos certezas del Estado que éste
trueca generosamente a cambio de porciones de nuestra independencia e
individualidad. Tengan todos cuidado y alcen la guardia. Porque nos quieren
convencer de que ante las convulsiones del mundo y las angustias del hombre
debemos resignarnos a parcelas modestas de espacios no vigilados. La intimidad
y la libertad habrán de ser dosificadas por ese gran estado benefactor que nos
evitará el desorden. Lo llaman «la hora de la política». Ante semejante
amenaza, consumada en omnipresencia del Estado y desprecio total al carácter
único y sagrado de la persona en tiempos no lejanos, nadie debería dejarse
confundir. Porque el poder absoluto de la mediocridad genera pozos negros de
desprecio al ser humano en el que todos podemos ser absorbidos.
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