lunes, 2 de marzo de 2015

DE ESTAMBUL A BUCAREST

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  03.04.08


Cuando el aún presidente de Rusia, Vladimir Putin, llegue mañana a Bucarest para hablar ante el pleno de la Cumbre de la OTAN, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, habrá abandonado Rumania. Es una pena, porque las posibilidades de cruzar unas frases con el jefe del Kremlin habrían sido mayores que las de tener ese «encuentro» con el presidente norteamericano George Bush que las terminales intoxicadoras de La Moncloa dieron por hecho hace tres semanas.
En el fondo da igual que estos dos encuentros resulten, como era previsible, fallidos. El interés de los líderes ruso y norteamericano, como de los europeos, por intercambiar opiniones con nuestro Gran Timonel, es equiparable al que éste tiene por entender y atender las cuestiones clave de la política estratégica del continente, la política atlántica o la de la UE. Le trae al pairo a Zapatero todo lo que no le valga para su vuelo bajo de mensajería por conquistar titulares de la revista Zero o los diarios y telediarios de aplauso. Aunque nos vaya en ello la seguridad militar y energética, la coordinación política y la defensa democrática de los aliados. Deja la Cumbre, a los aliados y a Putin plantados y se vuelve a ver a sus niñas. No le gusta al presidente dormir fuera de casa. Eso es política familiar. Seguro que el gesto conmueve a los españoles más tiernos.

Sin auriculares
Recuerdo bien el estupor que produjo el hecho de que, en la primera cumbre de la OTAN a la que asistía como presidente del Gobierno de un país miembro, en Estambul hace cuatro años, Zapatero se quitara los auriculares durante los discursos de diversos oradores. Toda la asistencia era consciente de que el presidente del Gobierno español no habla más que su propia parla y que, sin traducción simultánea, era allí un invitado de piedra. Fue todo un gesto anticipatorio de lo que habría de llegarnos. Hoy sigue mostrando el mismo interés en los graves y acuciantes problemas de nuestra seguridad continental, los problemas de integración de nuevos países en la Alianza, las tensiones con Rusia, las amenazas de Moscú a sus vecinos, la estabilidad en los Balcanes y el chantaje energético a que ya estamos siendo sometidos los europeos. Lo único que ha cambiado es que los demás no tienen ya la curiosidad por la opinión del español recién llegado que muchos entonces tenían genuinamente o intentaban al menos aparentar.

Es significativo -preocupante- que nuestro máximo representante, en una cumbre en la que se dirime la seguridad global de las democracias europeas, no tenga interés por estar presente hasta el final de una reunión de vital importancia tras la intervención del principal responsable e interlocutor necesario, Rusia, en cuestiones de inmensa gravedad que van desde Afganistán, donde España está disimuladamente en guerra, o el Kosovo, donde tenemos tropas españolas en flagrante contradicción con la obstinación por no reconocer como todos nuestros principales aliados, al nuevo Estado. O como la integración en la OTAN de Macedonia, Croacia y Albania o la candidatura de Ucrania y Georgia que plantea graves incertidumbres. Cuando la irrelevancia internacional es voluntad o vocación propia suele deberse a que los dirigentes de una nación -al margen de limitaciones y circunstancias personales- consideran el poder propio interior como compartimento estanco al margen de la evolución general de los acontecimientos exteriores, políticos, militares y económicos.

Amenazas comunes
Ocultamiento y mentira, una vez más, por parte del Gobierno de España. La sociedad no se ofende. George W. Bush y Vladimir Putin se despiden en Bucarest con más disposición de limar diferencias. Los aliados son más conscientes de las amenazas comunes. Bush, Merkel, Sarkozy y Brown se han comprometido más en Afganistán y evitado una fisura entre los principales actores de la OTAN en esta guerra que Occidente no puede permitirse perder. Aquí, como todo va bien, el caudillo se vuelve a casa y todos tranquilos.

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