ABC 03.04.08
Cuando el aún presidente de Rusia, Vladimir Putin, llegue
mañana a Bucarest para hablar ante el pleno de la Cumbre de la OTAN, el
presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, habrá abandonado
Rumania. Es una pena, porque las posibilidades de cruzar unas frases con el
jefe del Kremlin habrían sido mayores que las de tener ese «encuentro» con el
presidente norteamericano George Bush que las terminales intoxicadoras de La
Moncloa dieron por hecho hace tres semanas.
En el fondo da igual que estos dos encuentros resulten, como
era previsible, fallidos. El interés de los líderes ruso y norteamericano, como
de los europeos, por intercambiar opiniones con nuestro Gran Timonel, es
equiparable al que éste tiene por entender y atender las cuestiones clave de la
política estratégica del continente, la política atlántica o la de la UE. Le
trae al pairo a Zapatero todo lo que no le valga para su vuelo bajo de
mensajería por conquistar titulares de la revista Zero o los diarios y
telediarios de aplauso. Aunque nos vaya en ello la seguridad militar y
energética, la coordinación política y la defensa democrática de los aliados.
Deja la Cumbre, a los aliados y a Putin plantados y se vuelve a ver a sus
niñas. No le gusta al presidente dormir fuera de casa. Eso es política
familiar. Seguro que el gesto conmueve a los españoles más tiernos.
Sin auriculares
Es significativo -preocupante- que nuestro máximo
representante, en una cumbre en la que se dirime la seguridad global de las
democracias europeas, no tenga interés por estar presente hasta el final de una
reunión de vital importancia tras la intervención del principal responsable e
interlocutor necesario, Rusia, en cuestiones de inmensa gravedad que van desde
Afganistán, donde España está disimuladamente en guerra, o el Kosovo, donde
tenemos tropas españolas en flagrante contradicción con la obstinación por no
reconocer como todos nuestros principales aliados, al nuevo Estado. O como la
integración en la OTAN de Macedonia, Croacia y Albania o la candidatura de
Ucrania y Georgia que plantea graves incertidumbres. Cuando la irrelevancia
internacional es voluntad o vocación propia suele deberse a que los dirigentes
de una nación -al margen de limitaciones y circunstancias personales- consideran
el poder propio interior como compartimento estanco al margen de la evolución
general de los acontecimientos exteriores, políticos, militares y económicos.
Amenazas comunes
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