lunes, 2 de marzo de 2015

ODÓN, DE JUANA Y LA BELLE EPOQUE

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  07.08.08


ODÓN Elorza, alcalde y espíritu del San Sebastián de ahora, ha sacado, una vez más, su vena combativa contra todos los males que puedan acechar a la bonhomía donostiarra. Puntualmente en vísperas de la Semana Grande, le quiere dejar meridianamente claro al mundo que le observa que esa sociedad otrora urbana que él preside, la donostiarra, tiene coraje sobrado para lanzar, sin miedo ni titubeo, una seria advertencia al terrorista y conciudadano Juan Ignacio de Juana Chaos. Y Elorza ha sido muy claro: queremos que Iñaki sea de los nuestros pero ha de comportarse un poco. Así, con seriedad y sin tapujos. Es como hacen las cosas los enhiestos que, eso sí, jamás caerán en el enfrentamiento sin sentido, en la crispación ni en los aspavientos de quienes sólo buscan reventarnos el buen ambiente, aquí en la ciudad más bonita del mundo, tan civilizada, esta Donostia.
Implacable con De Juana, don Odón. Le conmina a un cambio de actitud, algún gesto cariñoso, se supone, o tierno ademán, no se sabe hacia quién. Pero sí está claro para qué. Se trata de consumar lo que el alcalde socialista parece desear más que nada y nadie: que «el represaliado político number one», recién llegado de Aranjuez a Amara, se convierta en símbolo de la reconciliación entre donostiarras. Asesinos y tullidos, viudas y delincuentes politizados, pistoleros y bañistas, vivos, muertos y muertos en vida, todos juntos de nuevo bajo el amable patronazgo de don Odón, en el gran balneario de la Belle Epoque. Si reflexionamos sin acritud -siempre sin acritud, que es lo que nos pide el alcalde- todos deberíamos coincidir en que la imagen de De Juana frente a la Perla de la Concha es el mejor cartel para la promoción de unas fiestas en las que siempre gritan unos y callan otros. Y Odón las celebra como gran ceremonia de la armonía y el «jatorrismo» del buen beber.
Parece mentira que este alcalde sea el mismo que advertía hace un año al Partido Popular que «debía controlar a sus perros» porque «insufla fuerza a una extrema derecha» que era «propia de la guerra civil». ¿Dónde están los perros, don Odón? ¿No estarán en la calle Juan de Bilbao -y en el resto de la Parte Vieja o tantos otros rincones- donde, si no ha protegido, nunca ha combatido en diecisiete años de alcaldía un pozo negro de terrorismo en el que se dio hace unos días la bienvenida a su potencial cabeza de cartel en la carrera de la armonía? Hasta la terminología de sus chicos descarriados la ha interiorizado tanto el alcalde que le sale el «txakurrak» en cuanto habla de su enemigo.
Nadie vaya a creer que es una casualidad que Elorza sea alcalde de San Sebastián desde hace diecisiete años. Con tanto enemigo asustado -es verdad que con razón ante conciudadanos tipo De Juana o estilo Juan de Bilbao-, y tanto cómplice envalentonado, sabiéndole a él tan cercano, Odón, el pequeño Napoleón donostiarra, ha consumado la conversión/perversión de una gran ciudad española cosmopolita en un zarrapastroso mercadillo aldeano dominado por el miedo. Algunos ilusos llevarán años o quizá lustros preguntándose: ¿cómo, por Jaungoikoa, los nacionalistas pueden hacer de Bilbao una ciudad medianamente abierta y don Odón convertir San Sebastián en territorio de guetos con vocación de caserío? Pregúntenle a él. Por sus amistades y simpatías. Acaba de proclamar la voluntad de integración de un asesino irredento. Los que han tenido que irse, huyendo, son muchos más, pero sin sitio en la agenda de consejos de don Odón.

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