jueves, 5 de marzo de 2015

LA PICOTA DE MONTPEZIER

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  12.08.09


LA ciudad medieval de Montpezier, no lejos de Bergerac en el Perigord, es todo un ejemplo en conservación. Fundada por el rey inglés Eduardo I antes de la Guerra de los Cien Años, conserva un paisaje urbano que parece intacto desde entonces. Aunque al igual que en todos los pueblos, bastillas, castillos y ciudadelas de la región, tiene los parches lógicos hechos a lo largo de una historia cruel y sin ley, cuyos episodios más violentos nos son más cercanos en el tiempo a nosotros que a los romanos. Bajo ellos reinó por siglos el imperio del derecho. Los campesinos podían vivir en granjas lejanas de los burgos en casi todo el Imperio. En el medievo había que tener desapego a la vida o mucho apego a la propiedad para dormir extramuros. Para que luego digan que el futuro siempre es progreso.
El mercado cubierto de Monpezier, donde hoy, como cuando se construyó en el siglo XV, venden sus productos esos campesinos de extramuros, tiene un tejado apoyado en dieciséis columnas de madera. Una de ellas tiene especial interés. En ella está clavada una gruesa cadena con un collar ancho de hierro que cuelga a poco más de un metro del suelo. Es la picota. Allí, sujetos por la cadena y el collar al cuello, eran expuestos a la mofa, al descrédito y a los golpes de los más crueles quienes habían sido acusados de cometer algún delito menor -los mayores se zanjaban con la muerte-. Allí se expuso durante siglos a pequeños ladronzuelos, pillos, retrasados mentales y a ciudadanos acusados injustamente por envidias o intereses contrarios. Tras pasar por la picota, por decisión de cuatro poderosos, se dejaba de ser persona. Y todo acontecía, créanselo, sin televisión.

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