jueves, 5 de marzo de 2015

MORIR POR LO PROPIO

Por HERMANN TERTSCH
  ABC  16.04.09


COMO decía mi hija María cuando tenía cinco años, se lo juro de verdad. El Ministerio de Defensa ha hecho algo bueno en estos últimos años. Aparte del ridículo de sus responsables políticos. Se lo explico. Ha publicado una obra magnífica sobre «El mundo militar a través de la fotografía». Son tres grandes tomos de compendio fotográfico deliciosamente editados por Juan Pando Despierto. Tienen ustedes en esta maravillosa edición -considero que única e imprescindible para todo interesado- imágenes y reflexiones sobre todo lo que es la vida militar y la guerra. Están reflejadas en magníficas imágenes las guerras modernas desde que la fotografía existe hasta 1927. De 1840 hasta ese año. Están los muertos en la guerra de Marruecos y los orgullosos militares jovencitos españoles en Cuba. Están los generales y los soldados de Verdún. Ahí están las trincheras y las ratas y el lodo y la sangre y el orgullo y la convicción de saber morir por los propios y también la mirada de la desesperación de la muerte gratuita. Y por supuesto el odio.
No hablamos hoy de la tragedia infinita que siempre supone para los individuos implicados y sufrientes, militares o civiles, hombres o mujeres, niños o ancianos, el hecho propio de la guerra. El devastador efecto que sobre los vivos tiene la cotidianeidad de la presencia de los muertos. Hablamos de la guerra pura y dura. Acaba de publicarse en español un libro magnífico que es «El miedo», de Gabriel Chevallier (Ed. Acantilado). Ahí está gran parte de la guerra. Pero hay más. ¿Sabe alguien por qué murieron decenas de millones de seres humanos vestidos de uniforme, convencidos u obligados a luchar por una bandera en aquellas primeras guerras de la modernidad en las que las naciones creían, enteras y firmemente, en la gloria infinita o la destrucción completa? Quién haya vivido guerras contemporáneas y haya contado en la morgue de un hospital las cabezas reventadas de niños o los cuerpos hinchados de ancianas degolladas y abiertas en canal por cuchillo, con los pulmones abiertos en mil colores y cubiertos de moscas, sabe que nadie en nuestro entorno es consciente de nuestra vulnerabilidad. Las guerras han cambiado. Los civiles muertos en la guerra de Crimea fueron pocos. Los civiles muertos en las Guerras Balcánicas fueron muchos más. Los civiles muertos en la Segunda Guerra Mundial por una u otra causa fueron una inmensa masa de seres humanos que todos deberíamos tener en la mente por la mañana antes de levantarnos. Los militares son gente dedicada a servir a su patria. La historia de las guerras nos confirma que muchas han sido absurdas. Pero otras inevitables y justas. Y todos tienen el deber fundamental de defender -muriendo y matando- a los suyos y a lo propio, a su familia y estirpe, a su sociedad y forma de vida. Cuando un presidente del Gobierno ridiculiza una acción militar de su propio ejército, que logra restaurar impecablemente la soberanía nacional en su territorio, es que la cultura de la defensa de un país se hunde. Y la cultura de la autodefensa es la pura supervivencia. Quien carece de ella está perdido porque los demás lo notan.

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