ABC 09.10.09
En un país como el nuestro en el que los comunistas
irredentos son tantas veces aclamados, en el que ser anticomunista resulta un
estigma y Santiago Carrillo, amigo y protegido de Nicolae Ceaucescu es asesor
áulico en historia y cultura para el Gobierno y la prensa amiga, no debe
extrañar que Herta Müller sea una extraña.
La
nueva Premio Nobel de Literatura no es en ningún modo como una Elfriede
Jelinek, austriaca excéntrica y torturada pero divertida para el estamento
cultural de toda esa intelectualidad culpable de su larga complicidad o al
menos condescendencia para con los regímenes de terror del comunismo. Herta
Müller escribe como testigo de un mundo sucumbido que es el de la cultura
alemana en Rumanía, en Transilvania y el Banato, donde ella nació hace 56 años.
Müller escribe, en su prosa como en sus poemas muchas veces cuasi infantiles,
desde la ingenuidad y la sobriedad, sobre la intransferible experiencia de la
humillación y del miedo. Herta Müller vivía como profesora de alemán cada vez
más presionada por la Securitate. En 1985, cuando Ceaucescu necesitaba dinero
real, marcos y dólares, para sus planes megalómanos, fue vendida como tantas
otras decenas de miles de alemanes suavos y sajones a la República Federal de
Alemania. Fue un negocio digno por parte de Bonn, que pagó decenas de miles de
marcos por cada alemán que había mostrado su voluntad de abandonar el país
donde habían vivido sus ancestros cientos de años. Fue una prueba más de la
miseria moral del régimen de Ceaucescu. En cuanto llegó a la libertad en Berlín
oeste se desplegaron las alas y la pluma de esta mujer que lleva el dolor de la
niñez, la experiencia de la esclavitud y la vivencia de la humillación tatuada
en su prosa. Buen premio éste a una gran escritora con mucho que contar.
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