miércoles, 24 de septiembre de 2014

NUESTRO PRESIDENTE FELIZ

Por HERMANN TERTSCH
ABC  10.09.09


EL señor presidente de nuestro país, tan afortunado éste por tenerle, está harto de tanto aguafiestas que no quiere entender la implacable lógica y coherencia que han caracterizado sus decisiones políticas y económicas en los últimos meses y años. Y que insensatos ellos, se muestran insatisfechos. Se rebela el señor presidente contra tanta incomprensión e ingratitud, pero sobre todo contra esa ceguera de tantos españoles que no acabamos de entender la bondad del progreso por enrevesados que sean sus sendas. Solía decir Joseph Roth que el cretinismo de la humanidad tenía su mejor reflejo en la fe en el progreso propio. No debe tomarse por una ofensa al señor presidente porque Roth tuvo a bien morirse antes de que naciera Zapatero. Y el señor presidente no tiene tiempo para leer a Roth ya que es bien conocida su afición al exhaustivo trabajo de estudio y lectura de papeles referentes a nuestro bien común. El señor presidente, quizás por su irrefrenable apetito por el estudio de dossiers y análisis sesudos, sabe que es él quien tiene razón y que los demás están equivocados. O peor aun, actúan de mala fe para intentar desprestigiar o incluso sabotear su gran obra, su objetivo de convertir nuestra patria en un gran país abierto y feliz en el que todos los ciudadanos vean la realidad con su desenfado, su mucho y hondo sentimiento, su optimismo potente, capaz de mover, reconvertir y transformar cifras, datos o hechos con la misma facilidad con que, si quisiera, movería montañas. El señor presidente, nos lo demostró ayer en el Congreso, es todo un hombre que también sabe cabrearse cuando es necesario. A veces da incluso la impresión de que cae en la tentación de utilizar los recursos verbales de sus mamporreros a sueldo. Sólo sucede cuando comprueba, muy a su pesar, que no le basta con la ternura y la fantasía para lograr adhesiones y sumisiones. Por naturaleza el señor presidente -nadie lo duda- es un bendito. Pero no un ingenuo y sabe de la maldad ajena. Por eso iba ayer tan preparado como suele ir a los sitios. Con un discurso de agradecimiento a sí mismo por el feliz devenir del presente. Con una exhortación a todos los presentes a compartir con él la satisfacción por los logros habidos y el entusiasmo por los que se avecinan. Y el folio de descalificaciones e insultos para los menos sensatos de los oradores y la audiencia. Si se quiere «hacer el bien a toda costa y como sea» -así rezará el lema del escudo heráldico de su estirpe- hay que hacer frente a esa maldad de los enemigos del progreso que ayer quedó de nuevo demostrada. Estuvieron impertinentes hasta los aliados, obligados a estar agradecidos por la infinidad de dádivas que les ha transferido del saqueado patrimonio común de los españoles. Tiene pelotas que ahora le vengan los beneficiarios del reparto del botín y le acusen en público de no hacer bien las cosas. Incluso de no saber hacerlas. Debieran estarle agradecidos todos de que les desvele algunos planes. Aunque como gran estadista no les diga que aun los cambiará varias veces.

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