ABC 08.10.09
LA abuela del cabo Cristo Ancor Cabello Santana, muerto ayer
en las cercanías de Herat, en Afganistán, se debía de sentir muy orgullosa
cuando el nieto al que crió, ya suboficial del Ejército, partió hacia ese país
remotísimo -que probablemente no sepa encontrar en el mapa- a ayudar a otros
niños pobres a sobrevivir, a llevarles agua y comida y a arreglarles las
escuelas. Seguro que en los últimos días la abuela, Concepción López, se había
emocionado al ver el anuncio del Ministerio de Defensa con motivo del Día de
las Fuerzas Armadas. Todos esos chicos y chicas felices ayudando al prójimo
mientras vuelan con famosos y prueban nada menos que la comida de Ferran Adriá,
como si fueran a repartir leche a un colegio de barrio, a conocer mundo y
después al Bulli a comer con celebridades. Por cierto, que la muerte de Cristo
Ancor es un momento trágico, pero muy oportuno y adecuado para retirar de
inmediato esa propaganda mentirosa y edulcorada que ese Ministerio se ha
permitido difundir para confundir a sus compatriotas. Ni un arma, ni un
enemigo, por supuesto ni un tiro, ni un atisbo de miedo ni de inquietud. Y por
supuesto, ni una palabra sobre las necesidades del Ejército para cumplir unas
misiones que se les encomiendan sin el material ni la información necesarias.
Es cierto que se han acostumbrado, desde La Moncloa a la última secretaría de
Estado del último y más inútil ministerio, a utilizar nuestro dinero para
mentirnos, pero si existe todavía un atisbo de decencia y vergüenza, sería de
desear que no se les vuelva a ocurrir emitirlo ni antes ni después del lunes.
Por mentiroso y obsceno. Por ofensivo ante la situación real de nuestras Fuerzas
Armadas aquí en España, allí en Afganistán, en el Líbano y en cualquier otro
punto del mundo.
«Le
dijeron que iba en misión humanitaria y le llevaron a una guerra», se lamentaba
la abuela ayer tras saber que Cristo había sido la víctima mortal de la mina
que estalló al paso del antediluviano blindado BMR y que hirió a otros cinco
compañeros. Ha sido precisamente esa mentira que la abuela se creyó, y muy
posiblemente su nieto también, la que ha llevado a las tropas occidentales en
general, pero muy especialmente a las nuestras, a la penosa situación en la que
se encuentran. Perdiendo una guerra que se había ganado. Eso sí, los campeones
en la mentira, fruto de la contradicción insuperable en que se hallan, son
nuestros gobernantes. La cosa puede ir a peor y las abuelas españolas deberían
ser muy conscientes. Por indecisión, cicatería y el obstruccionismo a todo lo
que saliera de la Casa Blanca durante la era Bush, la OTAN pierde continuamente
terreno ante los talibán y ante unos señores de la guerra que siempre estarán
con el que tenga voluntad de ganar. Y esa sólo la demuestran nuestros enemigos.
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