ABC 26.08.09
EN la juventud se arreglaba
con una sobremesa eterna, unas inmensas copas de balón llenas de Escocia, mil
maldades y muchas risas. Pero con los años, cada vez se agradece más no tener
que comer fuera de casa. Por no hablar de las cenas sin hora de salida donde el
más pesado busca aliados para prolongar velada. Peor aun son las cenas en las
que los pelmazos son los propios anfitriones. «People who can kill You with
their kindness» (gentes de amabilidad letal), solía decir un viejo amigo y
colega, corresponsal británico con el que viajé mucho en los años ochenta por
Europa Oriental. Aunque trabajaba fundamentalmente para el MI6 (los servicios
de información exteriores británicos), el periódico que le daba cobertura lo
tuvo que echar por su incorregible hábito de hacer coincidir sus placenteras
comidas regadas con champán en grandes restaurantes con los acontecimientos que
supuestamente debía cubrir y que le eran perfectamente indiferentes. Recuerdo
el día en que cenábamos solos en el Athenea Palas de Bucarest y con magnífico
criterio nos negamos a compartir mesa con unos colegas españoles acompañados
por un grupo entre los que -lo supimos por las fotografías hechas aquella
noche- estaba el agente Perote y sus colegas. Prolongaron ellos tanto su
sobremesa que perdieron su cargo. Ayer encontré en la prensa personajes que,
pensé, como comensales han de ser también letales. En una aparecían Hugo Chávez
y Noam Chomski. Imagínense que les toca en la mesa entre esos dos. En otras
aparecían los líderes de la Generalidad de Cataluña, insumisos a la
Constitución por obra y gracia del Gran Timonel. Enemigos entre sí pero todos
de acuerdo hasta en convertir la «camisa nera» del fascio en el disfraz para
los aquelarres antiespañoles. Menuda comidita. Prost Mahlzeit.
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