ABC 22.09.09
ME colma de felicidad enterarme de que el que fuera
presidente de la Comunidad Autónoma Vasca, Juan José Ibarretxe -asumido por fin
el hecho de que su cargo no era vitalicio-, ha encontrado un trabajo digno.
Aunque lejos de la patria siete veces milenaria, lo que es muy doloroso, no va
en las condiciones del «emigrante» que cantaba con la voz de Juanito
Valderrama. En el lejano Puerto Rico, nuestro otrora «lehendakari» o caudillo
de vascos y vascas, impartirá clases bien remuneradas en la universidad. Y lo hará
en esa lengua que él tuvo la suerte de aprender razonablemente bien, antes de
dedicarse en cuerpo y alma a impedir que pudieran hacerlo las siguientes
generaciones de lo que considera su tribu. La lengua española, tan generosa
ella, se encargará de garantizarle las habichuelas y posiblemente algún
capricho a quien la ha perseguido tan implacablemente. Si nuestro querido Juan
José hubiera sido condenado en su juventud a escolarizarse en vascuence
ondarrés y hacer la carrera en euskera batúa, sospecho que en Puerto Rico sólo
podría haberse dedicado a abrir los cocos para los turistas -no está para subir
al cocotero a buscarlos- u organizar paseos en bicicleta para jubilados.
Ibarretxe
es un hombre afortunado. En estos momentos no es asunto fácil encontrar
trabajo, como saben bien más de cuatro millones de españoles -muchos de ellos
vascos-, que pronto serán cinco, gracias a la habilidad de esos dos genios que
rigen nuestro presente y futuro laboral. Son el presidente Rodríguez Zapatero y
su vicepresidente en la sombra, ese genio economista que se llama Cándido
Méndez. Juntas, estas dos mentes luminosas nos preparan para eso que llaman
ahora una economía sostenible. No se rían por el término. Va en serio. Por el
camino que vamos, llegará a sostenerse porque existe una ley física que hasta
los niños saben irrefutable y que dice que «lo que se cae, del suelo no pasa».
Eso sí, cuando se caen y el golpe es como el que se nos avecina, las cosas
suelen romperse. Más aún de lo que están, aunque no lo crean posible, dada la
montaña de pedazos de loza sobre la que vivimos ya. Ahora dice nuestro
presidente en la revista «Newsweek», en uno de sus arranques de buen humor,
cada vez más infrecuentes, que con salir a la calle se ve que España no se
hunde. Si se refiere a que la Granja de San Ildefonso aún no es puerto de mar,
pese a los augurios de su amigo, el Midas milenarista Al Gore, nuestro Gran
Timonel tiene razón. Lo malo sería que «Newsweek» se pusiera a preguntar y
escuchar. Pero eso son cosas que nuestro líder cree que, como no las hace él,
no las hace nadie. Ya sabemos que él no tiene problemas con las
contradicciones, vulgaridades de antaño. Pero resulta chocante que, si tan bien
van las cosas en España, los ricos, los poderosos, los avariciosos y los fachas
españoles sean unos canallas y además responsables de la situación. Pues
apláudales y no les insulte.
Están
tan bien las cosas que cada vez son más los políticos que, como Ibarretxe,
emigran de la cosa pública. Unos asqueados por el trato recibido y otros por si
acaso. Todos tienen en común que encontrarán trabajo. Mientras, el partido y el
Gobierno comienzan a parecer una tropa que teme más a la cola del INEM que el
resto de los españoles. Evitan cola y madrugón con loas al jefe como un coro de
ursulinas en la Ejecutiva federal. Imagínense no ya que se impone el sentido
común y los socialistas acaban inhabilitando a Zapatero, cuando los parados
acampen por miles ante y por la Casa de Campo, sino que el tripartito catalán
pierda el poder. Al paro irían criaturas como Benach, el tuneador o Montilla o
Puigcercos. Esos sí tendrían que irse a abrir cocos a Puerto Rico. Y
disfrazados. A saciar la sed de Ibarretxe y demás hispanohablantes. La escena
merecería un viaje.
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