ABC 24.09.09
TODO el mundo sabe a estas
alturas que en la dirección del Partido Socialista existen, y son cada vez más,
los individuos que están inquietos, cuando no asustados, por la deriva personal
y política de su líder máximo. Aparte de que estén alarmados como cualquier
ciudadano por la situación general, la consideren o no consecuencia de esa
forma de gobernar que el sociólogo José Ignacio Wert llama «adanista,
oportunista y cortoplacista». Y todo el mundo tiene que estar ya aburrido de
escuchar las reafirmaciones de unidad absoluta, entusiasmo y adhesión que los
dirigentes socialistas andan pregonando por todas las esquinas. Pero en el
anonimato con amigos, no son pocos los que dicen que «al jefe se le ha ido la
olla». En éste u otros términos más científicos. Es imposible que, en un
colectivo tan grande como el de los altos cargos y miembros de los órganos del
Partido Socialista, no haya mas individuos -muchos más que tres ex ministros y
algún ex barón cabreado-, que duden de la aptitud, de la competencia y capacidad
de Zapatero. Esta sumisión se debe en parte a la liquidación de facto de
órganos de control. Desde su elección como secretario general del PSOE y
especialmente desde su victoria electoral, Zapatero sólo ha promovido a
personajes, muchos perfectamente inverosímiles en puestos de responsabilidad,
que le deben cargo, sueldo y presencia exclusivamente a él. Después está el
miedo a la represalia. La ristra de cadáveres políticos que flanquean la senda
política del Gran Timonel no tiene parangón. Es resultado de una purga política
paciente y silenciosa que ha acabado con las vidas políticas de socialistas que
tenían peso político e identidad propia. Los arrogantes jovencitos que ocupan
el asiento trasero derecho -delante chófer y escolta- de los cientos o miles de
Audis oficiales que surcan las calles y carreteras españolas, no son en esencia
funcionarios del Estado ni del partido. Son tropa privada del inquilino (?) de
La Moncloa. Tropa dispuesta a todo para preservar Audi, chófer, escolta, cargo
y salario jamás imaginado. Resulta curioso que, con métodos por supuesto
incomparables, a Stalin le costara más años que a Zapatero acabar con los
órganos de control del partido. Y del Estado, porque la unanimidad vergonzosa
del Consejo de Estado, con miembros que destacaron en su oposición al aborto
aplaudiendo la nueva ley demuestra que en las instituciones también se ha
consumado la operación. Tenían más conciencia y dignidad los soviéticos. Años
después de la muerte de Kirov aún se levantaban voces discordantes. Los medios
no son los mismos. Los mecanismos, sí. Sólo se exige sumisión plena al jefe.
Sin más requisitos, ni de aptitud ni de mérito. Quien rompe la máxima,
desaparece. Todos son prescindibles. Como le hizo saber Stalin a la Krupskaya
cuando ella comenzó a criticarle: «Díganle que si sigue desobedeciendo, estamos
dispuestos a encontrar otra viuda de Lenin».
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