ABC 15.10.09
MÁS de una vez hemos recordado la cantidad de efemérides que
se unen por décadas a este 2009 que ya va camino del fin. Nos han salvado de
escribir sobre los lamentables o nauseabundos asuntos actuales, sobre
mequetrefes omnipresentes, soberbios ignaros y mucha gente sólo tristemente
mala. Cuando la actualidad pública y política apesta como hoy en día en España,
nada mejor que un nicho que buscar en el que esconderse. Y qué mejor
oportunidad que hacerlo dentro de la Tumba de Boris Davidovich. Hoy se cumplen los
veinte años de la muerte del poeta Danilo Kis, judio, húngaro, montenegrino,
belgradense, parisino y tantas cosas más. Hace veinte años, cuando se hundía el
mundo que él tanto había despreciado y combatido -la miseria del socialismo
real que sucedió al nazismo y nacionalismo en Centroeuropa y los Balcanes-, le
podían las fuerzas de un cáncer, que quebraban así a los 54 años una obra
literaria tan profunda como valiente, tan aguda y tan limpia.
Con
toda la autenticidad de quienes vencen al miedo desde la experiencia del
terror, es muy posible que Kis no hubiera podido resistir otros avatares que en
aquel año triunfal de la democracia jamás habríamos creído posible. Muchas
veces pienso que muchos de los que resistieron al horror del nazismo y el
comunismo hoy habrían muerto de asco ante la santificación general de la
mentira y la mediocridad. Con la que pocos sufren y el cuerpo social ha
alcanzado la indolencia perfecta para la falta de contestación a ese generalato
de los peores. Pocos de sus grandes contemporáneos -y de las generaciones
anteriores que vivieron las primeras grandes oleadas del terror total- habrían
entendido cómo ha sido posible que en unas sociedades que llegaron a extremos
máximos de libertad y prosperidad, la brújula moral de gobernantes y gobernados
haya saltado hecho añicos.Y eso que Kis, con su «Enciclopedia de la muerte» o
su «Reloj de arena», pensaba -quizá como Mandelstam- mucho más en la muerte que
los demás, los luchadores desesperados por la vida y el testimonio, como
Soljenitsin, Brodsky, Bulgakov u otros miles, mas o menos conocidos o
totalmente ignorados, y por supuesto que los enamorados de la vida como los
premios Nobel Jaroslav Seifert o Czeslaw Milosz.
Cuenta
Aleksander Wat en su gran libro ahora editado por Acantilado que en la cárcel
de Lvov vió cómo se portaban mucho peor, con mayor brutalidad y falta de
humanidad, los intelectuales degradados por la obediencia ciega, la miseria y
el trato brutal que los niños de la calle que huérfanos o separados de sus
padres presos por orden del régimen soviético que, por decenas o centenares de
miles estaban internados en campos de «reeducación». Los hombres de la buena
vida quebraban en sus mejores instintos mucho antes que los niños de la
barbarie. Hoy vemos que se cumple lo que Wat vió llegar cuando hablaba de
«la dimensión nueva, sutil y opresiva del estupro del habla humana». Como
Klemperer bajo el otro totalitarismo. Es decir «la palabra al servicio de la
política». ¿Les suena?
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