miércoles, 17 de septiembre de 2014

LA INTERNACIONAL

Por HERMANN TERTSCH
ABC  08.09.09


LA Internacional suena bien, aunque el texto, reconocerán, es algo malhumorado. Me gusta especialmente la fonética del texto alemán. Más suave que el original francés y que el ruso. En cuanto a su música, cierto es que es un himno mediocre, pero nadie discutirá que ha sido un superventas en el siglo XX. Por desgracia para todos. Muchos millones la cantaron entusiasmados o forzados, otros la tararearon esperando ser fusilados, deportados o en sesiones de tortura. El gran «hit de la igualdad» pronto fue la melodía de la venganza, del odio, la opresión y la muerte. La Internacional fue, por lógica, el primer himno de la URSS. Desde 1922 a 1944. Entonces, en plena guerra, Stalin pensó que le convenían menos coros internacionalistas y más clamor patriota. La Internacional quedó así degradada a mera copla ideológica para conmover o movilizar el entusiasmo revolucionario de los súbditos nacionales, los lacayos extranjeros y los compañeros de viaje. Eso lo hizo bien Stalin, gran amante de la música -y del teatro-. Encargó un himno para la URSS con texto de Sergei Michalkov y música de Alexander Alexandrov. El resultado fue extraordinario. Alexandrov compuso una música que hace del soviético, sin duda, uno de los himnos patrios más bellos de la historia. Hoy vuelve a ser el himno de Rusia, aunque el longevo Sergei Michalkov, autor de la letra original, tuvo que escribir, medio siglo después, otro texto más acorde con los tiempos. Las loas a Stalin y la llamada al exterminio del prójimo resultaban algo anacrónicas. Hoy sólo las cantarían con buena conciencia comunistas españoles.

Pero volvamos a La Internacional. Que por cierto no sé si, cuando suena, cotiza a la hucha de Teddy Bautista en la SGAE. La marcha proletaria no es mejor ni peor, en música y texto, que la canción de Horst Wessel que cantaban las SS y las SA en honor de un nazi muerto erigido en mártir del régimen nazi. Resulta curioso que, evocando como evocan ambas a dos regímenes criminales, la canción de Horst Wessel sólo la cantan los hooligans neonazis alemanes en los estadios cuando están muy borrachos, mientras La Internacional la canta el Partido del Gobierno de España. Nada tienen que ver con grandes himnos o canciones de combate excelsas. Como himno patriótico, dicho está, hay pocos con la grandeza del soviético, hoy el ruso. Insuperable musicalmente es el Himno de Europa, ultima parte de la Novena Sinfonía de Beethoven. Y gloriosa su versión alemana, en la que se unen el genio de Fráncfort con la maravillosa oda de Schiller a la alegría emanada del amor y la fraternidad de los seres humanos, de la gracia divina, die Freude (la alegría) como soplo de Dios a los humanos, según convicción hoy nada de moda. Por lo demás, como cánticos de combate -que La Internacional también pretende ser-, no conozco nada que supere a las canciones de los regimientos del ejército imperial británico. Con fuerza, solemnidad y belleza literaria, compuestas por compañeros combatientes que iban a las guerras decididos a ganarlas. Porque sabían que iban a matar y morir por una causa mejor que la de su enemigo. Y por una causa superior a cada uno de ellos y a todos ellos en conjunto, que eran patria y dignidad, libertad y grandeza, sus tradiciones y la paz y seguridad de sus familias y su pueblo.

En todo esto pensaba yo el domingo mientras escuchaba La Internacional cantada por lo que parecía un grupo de gañanes a su vuelta de San Fermín. Ni La Internacional, que dejó hace un siglo de ser una canción idealista para convertirse en el himno de la ideología criminal que más muertos ha causado en la historia de la humanidad, se merece un coro como el de Rodiezmo. «Arriba, parias de la Tierra, en pie famélica legión», cantaban los chicos del picnic, entre los que había pocos que hayan trabajado en su vida fuera del sector de la intriga, la escalada y toma de despachos. Todos aparatchiks pidiendo, para repetir el año que viene, ayuda a la famélica legión. Por eso hacen todo lo posible para que ésta crezca sin cesar. Finalmente, me chocó una contradicción estética. Entre tanto puño en alto, habría que recomendar a Alfonso Guerra que no abra tanto la boca al cantar como al hablar. Porque parece Millán Astray riéndose.

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