ABC 08.09.09
LA Internacional suena bien, aunque el texto, reconocerán,
es algo malhumorado. Me gusta especialmente la fonética del texto alemán. Más
suave que el original francés y que el ruso. En cuanto a su música, cierto es
que es un himno mediocre, pero nadie discutirá que ha sido un superventas en el
siglo XX. Por desgracia para todos. Muchos millones la cantaron entusiasmados o
forzados, otros la tararearon esperando ser fusilados, deportados o en sesiones
de tortura. El gran «hit de la igualdad» pronto fue la melodía de la venganza,
del odio, la opresión y la muerte. La Internacional fue, por lógica, el primer
himno de la URSS. Desde 1922 a 1944. Entonces, en plena guerra, Stalin pensó
que le convenían menos coros internacionalistas y más clamor patriota. La Internacional
quedó así degradada a mera copla ideológica para conmover o movilizar el
entusiasmo revolucionario de los súbditos nacionales, los lacayos extranjeros y
los compañeros de viaje. Eso lo hizo bien Stalin, gran amante de la música -y
del teatro-. Encargó un himno para la URSS con texto de Sergei Michalkov y
música de Alexander Alexandrov. El resultado fue extraordinario. Alexandrov
compuso una música que hace del soviético, sin duda, uno de los himnos patrios
más bellos de la historia. Hoy vuelve a ser el himno de Rusia, aunque el
longevo Sergei Michalkov, autor de la letra original, tuvo que escribir, medio
siglo después, otro texto más acorde con los tiempos. Las loas a Stalin y la
llamada al exterminio del prójimo resultaban algo anacrónicas. Hoy sólo las
cantarían con buena conciencia comunistas españoles.
Pero
volvamos a La Internacional. Que por cierto no sé si, cuando suena, cotiza a la
hucha de Teddy Bautista en la SGAE. La marcha proletaria no es mejor ni peor,
en música y texto, que la canción de Horst Wessel que cantaban las SS y las SA
en honor de un nazi muerto erigido en mártir del régimen nazi. Resulta curioso
que, evocando como evocan ambas a dos regímenes criminales, la canción de Horst
Wessel sólo la cantan los hooligans neonazis alemanes en los estadios cuando
están muy borrachos, mientras La Internacional la canta el Partido del Gobierno
de España. Nada tienen que ver con grandes himnos o canciones de combate
excelsas. Como himno patriótico, dicho está, hay pocos con la grandeza del soviético,
hoy el ruso. Insuperable musicalmente es el Himno de Europa, ultima parte de la
Novena Sinfonía de Beethoven. Y gloriosa su versión alemana, en la que se unen
el genio de Fráncfort con la maravillosa oda de Schiller a la alegría emanada
del amor y la fraternidad de los seres humanos, de la gracia divina, die Freude
(la alegría) como soplo de Dios a los humanos, según convicción hoy nada de
moda. Por lo demás, como cánticos de combate -que La Internacional también
pretende ser-, no conozco nada que supere a las canciones de los regimientos
del ejército imperial británico. Con fuerza, solemnidad y belleza literaria,
compuestas por compañeros combatientes que iban a las guerras decididos a
ganarlas. Porque sabían que iban a matar y morir por una causa mejor que la de
su enemigo. Y por una causa superior a cada uno de ellos y a todos ellos en
conjunto, que eran patria y dignidad, libertad y grandeza, sus tradiciones y la
paz y seguridad de sus familias y su pueblo.
En
todo esto pensaba yo el domingo mientras escuchaba La Internacional cantada por
lo que parecía un grupo de gañanes a su vuelta de San Fermín. Ni La
Internacional, que dejó hace un siglo de ser una canción idealista para
convertirse en el himno de la ideología criminal que más muertos ha causado en
la historia de la humanidad, se merece un coro como el de Rodiezmo. «Arriba,
parias de la Tierra, en pie famélica legión», cantaban los chicos del picnic,
entre los que había pocos que hayan trabajado en su vida fuera del sector de la
intriga, la escalada y toma de despachos. Todos aparatchiks pidiendo, para
repetir el año que viene, ayuda a la famélica legión. Por eso hacen todo lo
posible para que ésta crezca sin cesar. Finalmente, me chocó una contradicción
estética. Entre tanto puño en alto, habría que recomendar a Alfonso Guerra que
no abra tanto la boca al cantar como al hablar. Porque parece Millán Astray
riéndose.
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