ABC 27.08.09
DESDE ayer sabemos que Hugo Chávez, caudillo de Venezuela,
pretendida y poco pulida reencarnación de Simón Bolívar, le ha declarado una
especie de guerra a Colombia. Y ha roto, como supuesto paso previo, todas las
relaciones con el país vecino. En realidad, Chávez y algunos de sus amigos bien
pagados llevan años en guerra con la democracia colombiana. De forma delegada,
por medio de su constante y masivo apoyo y suministro a la organización
terrorista de las FARC. Pero ahora don Hugo se ha enfadado mucho porque el
presidente Uribe ha tenido la valentía -cualidad que nunca le ha faltado- para
firmar un acuerdo de cooperación militar con EE.UU. para combatir mejor a la
guerrilla y al narcotráfico, es decir, a los socios del caudillo bolivariano.
La presencia norteamericana en bases colombianas y el mayor apoyo militar y
tecnológico que implica el acuerdo de Uribe con el presidente Barack Obama
complicará los planes expansionistas del totalitarismo autodenominado
«Socialismo siglo XXI», orquestado por Caracas y La Habana. Sus éxitos en la
abolición del Estado de Derecho han sido rotundos en Bolivia, Ecuador y
Nicaragua. Acaba de sufrir su primer serio revés en Honduras. Pero don Hugo no
se arredra. Los años de liquidez ilimitada gracias al precio del petróleo los
ha utilizado para expandir influencia y comprar lealtades de personas e
instituciones estatales extranjeras, pero también para llenar la cesta de la
compra de armamento. Y está claro que ni los aviones de combate comprados a
Rusia ni todas las armas ligeras y pesadas adquiridas por todo el mundo,
también en España, son para reprimir a los estudiantes, asustar a la clase
media aún existente ni aplastar revueltas de otrora seguidores que puedan
hartarse de la miseria rampante, la corrupción y el aventurerismo. Es un
amenaza directa a Colombia y a todo el que ose hacerle frente. Sin embargo, y
pese a la retórica truculenta, no parece previsible que Chávez se atreva a
utilizar el próximo 70 aniversario del asalto coordinado por Hitler y Stalin a
Polonia para ampliar los territorios de su Reich bolivariano. Consuela, pero
nos deja con una incógnita. Sabemos de qué parte estarían en esta guerra Barack
Omaba y la UE. ¿Sabemos en cuál estarían Zapatero y el PSOE?
Lejos
de Caracas surge otro conflicto. Tampoco llevará a la guerra. Pero revela que
si en Latinoamérica resurgen los fantasmas del totalitarismo, Europa está lejos
de haberse inmunizado de su trágico pasado. Eslovaquia ha prohibido la entrada
en su territorio al jefe del Estado de la vecina Hungría. Ambos son miembros de
la UE. Bratislava acusa al presidente húngaro de «afanes expansionistas» por
querer inaugurar una estatua de San Esteban, Rey de Hungría, en Komarno, en el
sur de Eslovaquia, territorio húngaro hasta 1919. Palabrería, sin duda. Pero
que revela inquietantes fragilidades también en Europa, donde no son pocos los
políticos que quieren utilizar el pasado, por trágico que sea, para desviar la
atención de su impotencia ante los retos del presente.
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